Terror en las sombras
Capítulo III
SINÁPSIS
Sudando sobre el sofá, a oscuras luces de la noche dominante, se quejaba entre sueños, durmiendo pero atento ante cualquier movimiento, oscilando el estar bien y el mal; lanzaba blasfemias e insultos a cosas de su propio mundo, que para él, eran lo mas preciado que tenía. Un aura de locura y descontrol sofocó el aire que respiraba, y lo impregnó de ausencias perceptibles e insoportables para el color del corazón; y todo se tornaba triste, y en apariencia cambiaba el tono de lo normal, desenfocando todo lo que había sobre lo real. Un chillido estruendosamente malsano, que asesinaba la vida auditiva de todo ser que la tuviera, comenzó a vibrar, al paso de cada persona caminaba una extracción, un mórbido delito personificado en cada persona, y que de su mente arrojaban al suelo sus pensamientos y recuerdos, cómo quién saca comida putrefacta de la barriga de un horrible animal y la arroja a los mundos planos, dejando vacío el medio plástico y condenándolo a la inutilidad de una pesadilla interminable y que sus dolores se vuelven eternos al verse en el espejo de las básicas reglas dominantes de la prosperidad de un propósito.
El departamento de Erbmon Nis continuaba oscuro, pero su rostro destellaba un feo resplandor ciego, que no pasaba a más, pero que prometiendo al cielo, al salir a su balcón a luz de luna llena, este se apagó por completo. Inmediatamente todas las lumbreras caían en la inexistencia ante la arrogancia de su rostro, que habló y que no aceptaba prórrogas, y que mentalmente lanzaba órdenes con voluntad de “sea así”; absolutamente todo le obedecía. Cerrando los ojos dio paso a otra calamidad. Todas las luces de la ciudad se apagaron, y como seducido por una transacción, abrió sus ojos y ya no eran los mismos; volvieron a su estado normal, a su estado natural de humano indefenso, de ser existencial que nada hace ni nada deshace. Con el viento rozando su cara en el balcón de su apartamento en el piso 27, su alma se sorprendió al ver a toda la ciudad a oscuras, incluso la luna y todos los astros cumplidores de su cometido, lumbreras en los cielos nocturnos, todos, sin excepción, se habían extinguido, y él no sabía cómo ni mucho menos el porqué. Densas tinieblas ahora atormentaban a todas las personas con sus odiosos y malditos abusos, que invitaban a los inocentes a imaginar libremente y sin restricciones, cosas de qué asustarse y morir en los brazos de la tragedia.
Las personas no soportaron más de tres días en condiciones desconocidas, y pronto comenzaron a volverse locas, desesperadas por sus propias alucinaciones, incapaces de distinguir entre lo que pensaban y lo real, incapaces de percibir la supremacía de la razón que tanto gobernó en el orden mundial. Así se dio paso a cosas nunca antes vistas por los suspicaces ojos de la historia. Casas enteras eran prendidas con fuego, y con sus habitantes dentro de ellas, tan sólo para poder ahuyentar la terrible oscuridad, negra y espumante, siempre oscura como puertas a lugares distantes y con otros sentidos de los tiempos, distintos a los nuestros, y tan malvada que ni sus manos dejaba ver, y que provocaba que sus ojos cayeran en la inutilidad que genera la más terrible de las muertes en un sentido jerárquico (genialmente en vano, pues de nada servía su energía lumínica, ya que tan grande era la densidad de la oscuridad, que todo se comía, en su pleno deseo vehemente por la armonía de este lugar, que le producían celos y rabia incontenibles, deseando matar todo lo vivo). Tomándose la cabeza con las manos por no saber qué hacer, veía como sorpresivamente aparecían brillos diminutos, que desaparecían instantáneamente al ser descubiertos por la lejanía, y que pertenecían a los espeluznantes escapes que tenían las personas. Muchos se tiraban al fuego para no ver más nada, aunque muertos vieran la misma nada, pero en inconsciencia y fuera de todo sentido. El que poseyera una lámpara, linterna, foco, automóvil, o cualquier otro artefacto que produjera luz, era rápidamente incorporado al otro mundo, que no existe, y junto con él, decenas de irrazonables seres enfermos por sus temores más escondidos antes del colapso, pero que las tinieblas, densas y malditas, sabía sacar, o extraer de la profundidad del ser, tanto en existencia como en individuo. Erbmon procuraba mantener la calma, aunque eso le significara una lucha feroz en su cabeza, envuelta en enormes paños de dolor y caos.
Parado en medio de la nada visible para sus ojos (pues nada veía, sin luz, sus ojos son inútiles), sus manos eran la misma oscuridad que veía... todo se fusionaba con la nada que veía, con la oscuridad, incluso el lugar en dónde estaba parado. Estaba confundido. No sabía ni siquiera si sus pies habían dado paso alguno. Las personas actuaban de igual manera, confundidas y guiadas por los escasos impulsos eléctricos de locura que sus sinapsis transmitían en descontrol para el logro de movimientos estúpidos que nada bueno traían tanto para el individuo mismo como para todos los demás seres que vagaban por doquier. Erbmon estaba consiente solamente de que antes del colapso había visto como la ciudad quemó sus últimos intentos por dar luz. Ahora estaba como estaba. A diferencia de las demás personas que por la locura comenzaron a dejar de serlo, Erbmon sí sentía su presencia, pero nada más. Sentía de alguna manera que su cerebro seguía recopilando datos y procesándolos a un ritmo extraordinario, que lo agotaba rápidamente, y que la fatiga lo golpeaba más veces en el mismo tiempo de antes. Pero por esa misma razón su alma, mente y corazón se perturbaban al grado de saber lo que estaba pasando, pero sin la comprensión que su cabeza reconocía gracias a las vías tradicionales, y sin atravesar la barrera de las sensaciones palpitantes propias del ignorante desquicio lunático.
Todos los individuos corrían como locos, sin saber que lo estaban haciendo, y chocaban unos con otros, rompiéndose los cráneos y cayendo brutalmente al suelo o por gigantescos barrancos. Algunos que residían en apartamentos de edificios caían por las escaleras y rodaban como verdaderos bultos que nadie quiere, y otros se tropezaban con otros hasta caer encima de otros, formando enormes montones de escoria humana que se montaban como cadáveres del holocausto. La ciudad era un caos total; por todas partes se podía oír horrorosos gritos de histeria que se mezclaban con el propio sentir del dolor y de la desmineralización de sus mentes. Cada segundo que pasaba, el caos era más evidente: paulatinamente menos señales de vida, pero con eso, el veredicto de la cruel realidad que se vino abajo desde los cielos oscuros y malignos. Todo ser era tragado por las hambrientas fauces del más puro miedo, que no cesaba de masticar la armonía mental de la razón, que siempre establecía protecciones poderosas para el individuo que preguntaba, “¿Por qué?”. A la oscuridad no le bastó usar sus fuerzas máximas, Solo cogió la semilla y la sembró, y todo fue pasando como una voluntad ajena y repugnante a este mundo había planeado, con dura y fría iniquidad.
Las semanas pasaron extremadamente lentas, como torturadas inteligentemente. El tiempo ahora no conocía las conciencias mediadoras de lo natural, por medio de propósitos y procesos mecánicos. Erbmon seguía parado, él ahora lo sabía, pues en todo el tiempo que pasó por sobre su sentir, había adquirido experiencia y perspicacia que grandes personajes envidiarían por no tener el derecho a poseerla, y por que era imposible; el caos sembró en Erbmon un distinto vivir del tiempo que le permitía y permitiría ser un pensamiento supremo, flotando sobre lo que deseara, abstracto o declarando evidencias sobre la materia, al verse obligado a ejercer un nivel de concentración que le protegía de la capacitada presencia de la oscuridad, que todo lo vigilaba, poderosamente. Erbmon seguía inmóvil, sediento y hambriento se veía desde lejos, pero eso no le importaba y podía seguir con su estar simple para sobrevivir (todo era inconscientemente, como un niño prodigio hace sencillamente antes de descubrir su talento). Fácilmente lograba aislar pensamientos malignos que podrían atormentarlo (sus codificaciones mentales elevaban las probabilidades hasta hacerlas reales, pero siempre siendo probabilidades pensadas en una capacidad biomatemática exacta sin dejar la emoción).
Erbmon estaba al tanto de su condición, a medida que pasaban los días que para él se convirtieron en mas que minutos. “Estoy parado y, ¡siempre lo he estado!”, ahora concluye. Pronto pudo servirse de ayudante, como dos puntos en constante movimiento que interactúan sabiamente para resolver alguna anomalía existente. Erbmon llegó a un punto de conocimiento en que no pudo permitir tal desorden, considerándolo una falta de respeto al orden de la razón y la lógica que el ser humano, sin comprender su mecánica a la perfección, genera y actúa de acuerdo a esta misma de una forma muy sencilla y perfectamente correcta, y que permite el enfoque preciso de la realidad y las dimensiones paralelas que podrían ser realidad pero siempre dejando el CAOS que dejó ante la presencia de Erbmon Nis. En un solo destello de energía pensada a voluntad, abrió los ojos nuevamente, sin dudar sobre nada, sin remordimientos y sin pavor. Sus ojos inmediatamente vieron el sol en su más hermosa postura de atardecer, y el orden que deseo pudo contemplar en su más alta pureza. Más no pudo soportar que su reestructuración mental le impidió pensar en su propia persona, y por culpa de su altruismo por el universo entero, se dio cuenta que todo había pasado estando él sobre la nada misma, y cayendo desde el piso 27 por estar parado sobre el aire, su cuerpo se desplomó y reventó en plena avenida. Todas las personas que pasaban y que ahora vivían gracias a él, le rodearon mirando su asqueroso cadáver desparramado y sin forma por el impacto. Al tocar una persona el cadáver de Erbmon Nis, automáticamente toda la población se detuvo y comprendió quién fue Erbmon Nis, pero al mirarlo nuevamente, el cuerpo ya no estaba. Simplemente, el orden por el que tanto luchó, lo borró de la existencia por su incompatibilidad, y lo llevó de la mano a un mundo donde tendría que no existir, o ser parte de una paradoja que nunca tiene fin.
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