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Eran ya meses, los que llevaba caminando con rumbo perdido en aquel mundo de angustia y desesperación. El tiempo se hacía notar en su cuerpo y aun así le sobraban fuerzas para buscar respuestas.
Aquella noche la luna colgaba muerta de un cielo oscuro que escondía alegres vidas. El canto del viento confundía lamentos con risas, y ahí, justo ahí, en medio del frío de la soledad se encontraba humillado, sumido en su propio odio y vergüenza.
Avanzaba indeciso, con pasos cortos e inseguros, dudando, de si todo lo que le estaba sucediendo era real, pero que en el fondo, él bien sabía, eran sólo las consecuencias de su merecida y detestable vida. Por su mente atravesaban tormentas de confusiones y sensaciones indeseables que le impedían encontrar solución alguna al problema que lo agobiaba y que poco a poco lo conducía a su inevitable final.
Con cada instante que pasaba, el miedo se apoderaba más y más de su alma arrepentida, hasta el punto de paralizar por completo cada uno de sus músculos, desplomándolo en medio de maldiciones y porqués. Sus piernas se dejaron vencer primero, seguidas por los brazos, el resto del cuerpo, y mientras su cabeza se azotaba contra la superficie, en el tiempo se perdían historias y aventuras que nunca nadie quiso escuchar.
-“Vamos, vamos, más rápido, no te detengas”- le gritaban desde adelante. El niño corría jadeante, como queriendo rendirse. Por un segundo vaciló creyendo que no lo lograría, pero las palabras de aliento lo obligaban a seguir, a no aflojar. Cerró los ojos y apretando los puños en un último esfuerzo se lanzó sobre su madre cogiéndola de los pies, impidiendo que siguiese con su sutil huída. El tiempo parecía detenerse y los rayos del sol reflejados en el cielo, terminaban de completar aquel dulce momento. Los cuerpos de ambos en ese instante fueron uno solo, revolcándose por el húmedo césped entre alegrías y sueños. Rodaron sin detenerse por todo el parque y junto al lago, abrazados sin palabras, los pilló el anochecer. Esa tarde le pertenecía a él, y nadie jamás, le iba a poder quitar aquello.
Los pesados pasos y la furia del golpe rompieron el silencio de aquello que parecía un desolado mausoleo. En la puerta se dibujaba una silueta de tristeza que se disponía a irrumpir en la desolación del cuarto. Ya casi no podía mantenerse en pie y desconcertado por no saber qué era lo que sucedía se dirigió a la cocina. Buscó en los estantes vacíos algo con qué poder acallar la nostalgia que lo angustiaba y que poco a poco, lentamente, lo iba consumiendo. En un rincón halló una vieja botella de aguardiente abandonada años atrás por personas, que quizás al igual que él solo deseaban de regreso sus sueños. Queriendo olvidar todo, se alzó el primer sorbo, largo, seguido de toda su tristeza y tres más, cortos. Mientras bebía seguía preguntándose dónde podrían estar, en qué lugar los había perdido, o peor aún, quién se los había robado.
En medio de la impotencia que le provocaba el no poder hallar una respuesta a su maldita vida lanzó la botella contra la pared partiéndola en mil pedazos, que volaron por el aire desgarrando lo único de felicidad que subsistía en su interior, y en seguida se tomó la cabeza, rompiendo en llanto, se arrodilló en medio de la sala suplicando que por favor se los devolviesen.
Agitado en la cama, casi ya sin aire despertó sobresaltado en horas avanzadas de la noche, el puñal y las heridas solo habían sido una pesadilla. Acomodado entre las sábanas buscaba amparo y trataba de volver a conciliar el sueño, pero cada vez que creía que lo había conseguido el miedo de volver a soñar lo mismo le impedía descansar tranquilo. Asustado, conteniendo el llanto; bajó corriendo las escaleras deseando encontrarla en el mismo lugar. La angustia que le provocaba aquella posible ausencia lo hizo tropezar, aumentando la desesperación. Cuando por fin divisó la puerta, sus temores fueron desapareciendo, pero, parado frente a ella dudó un segundo. Su alivio llegó al ver que una vez más, como siempre la encontró ahí, era un ángel durmiendo en los brazos de Dios. Sin más vacilaciones se acercó hasta su cama y con un dulce beso se acomodó a su lado. En la más profunda oscuridad del cuarto se hallaba tendido, completamente abatido por lo que al fin comprendió no tenía solución. Las preguntas continuaban sin respuestas y su vida pasaba frente a sus ojos. Aquello que nunca supo como inició, tenía un final escrito. La tristeza que le causaba el vacío de sus alegrías y sueños ausentes terminaban por concluir con su existencia. Nadie puede vivir sin todo eso. Cansado de buscar culpables, cansado de vivir sin nada, cogió el revolver junto a él y lo llevó hasta su sien.
El brillo que éste reflejaba era tal vez, luz que jamás encontraría. Cerró los ojos y por un instante sintió que por fin sería feliz. Lentamente halo el gatillo y junto a un grito se oyó el disparo sordo. El eco de la desesperación seguía resonando en la sala y la angustia flotaba sin destino alguno. Sintió que su nostalgia aun seguía con vida. Lo intentó una y mil veces. Disparó hasta caer exhausto en medio de un llanto podrido.
Estaba destinado a vivir sin vida. El único consuelo que le quedaba era esperar que le devolviesen lo que era suyo, o que, alguien más, perdiera lo que él no supo cuidar.

Texto agregado el 26-11-2004, y leído por 111 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-07-2008 LAstima que quedo en el tiempo tu cvuenta impiedad
04-11-2005 Me parece genial, no entiendo que no haya ningún comentario... me gustó mucho dominga14
04-11-2005 Me parece genial, no entiendo que no haya ningún comentario... me gustó mucho dominga14
 
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