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Watuy era una anciana de años interminables que vivía en las entrañas de las insondables montañas, ahí donde los sueños parecen unirse a la realidad. Ancha Sumaq, llegó a aquel lugar luego de días de agotadora caminata, divisó a una cercana distancia la oscura cueva que servía de guarida a Watuy. La entrada del refugio estaba custodia por un pequeño ser, medio niño medio enano, con enormes ojos vivarachos y el pelo de paja, el guerrero al estar parado frente al chiquillo sintió ese extraño sentimiento de pavor infundado que sienten las enormes criaturas antes los diminutos y audaces.

- Soy Ancha Sumaq, el guerrero, busco a Watuy la adivina- le dijo al niño

Éste inmediatamente corrió hacia el fondo de la cueva a anunciarlo, salió después dándole la venia de la anciana para ingresar. El guerrero se internó en la guarida vio al fondo la luz de las antorchas, encontró a la anciana de largos cabellos blancos sentada en posición de meditación, rodeada por una alfombra de hojas de coca intensamente verdes, Watuy se encontraba observando como hipnotizada una pequeña hoguera.

- Pasa Ancha Sumaq, glorioso guerrero.

- Vengo digna y sabia dama a consultarle…

- Ya sé, guerrero, estas en un dilema- interrumpió la anciana.

- Sí, es cierto lo que pasa…

- Es Killa (que era el nombre de todas las emociones, angustias y deseos de Ancha Sumaq), no sabes que hacer- volvió a interrumpir Watuy.

Un calmado silencio se apoderó del lugar en ese momento, mientras los ojos del pequeño Sakri (que era como se llamaba el niño) contemplaban con curiosidad la escena. El mutismo se rompió con las palabras de la anciana.

- Eres un guerrero, un luchador, pues sigue tu esencia, tu naturaleza, no cejes hasta ser verdaderamente derrotado, combate en cada batalla que te presenta la vida con valentía. A otros hombres se les dio el don de la razón y ellos están condenados a meditar todas sus acciones para escoger la más adecuada; a otros se les dio la facultad de estar íntimamente ligados a sus sentimientos y a la de los demás, y ellos deben escoger entre aprovecharse o ayudar a lo demás; pero tú eres un guerrero. ¡Lucha Ancha Sumaq! ¡Lucha!...

Con estas últimas palabras retumbando en su cabeza el héroe de un sin fin de batallas se retiró del lugar. De regreso a su problemática realidad, Ancha Sumaq, ya había decidido dar fin a sus angustias, en una de las alargadas tardes en la que se encontraba con Killa la convenció de huir juntos, a donde nadie los encontrara, donde ni siquiera el poder del Inca llegara, él conocía ese sitio, no estaba ni tan al norte, ni tan al sur, más bien al oeste, bien al oeste en esa maraña de árboles y montañas, donde se asentaría la felicidad. En la selva no les faltaría nada la naturaleza y las habilidades de recolector y cazador de Ancha Sumaq le proporcionarían el sustento.

La noche de la huida pareció más oscura de lo acostumbrado, cuando apenas se aprestaban a salir de la ciudad fueron interceptados por un grupo numeroso que los iluminó con sus antorchas, Ancha Sumaq alzó su macana con la finalidad de matar a todo aquel que se atravesara en su camino, lo cual con seguridad hubiese logrado, sino fuera que vio los rostros de aquellas personas, eran sus compañeros de batalla todos ellos eran sus correligionarios, son los guerreros del Sinchi Millay. Cuando la confusión se apoderó del guerrero, se escuchó la voz de Millay.

- ¿Por qué pretendías huir con mi prometida Ancha Sumaq? ¿Por qué dañarme así a mí que sólo te brinde mi confianza y elogio?


Ahí al frente tenía Ancha Sumaq la silueta espigada y la cara bruna de su Sinchi, al cual admiraba y respetaba enormemente porque Millay era el mejor estratega del incario, debido a su ingenio y astucia las huestes de Pachacutec habían salido vencedoras en innumerables batallas, además, era aguerrido y corajudo, algunas veces cruel, pero así debía ser en la guerra. En ese ínfimo instante, los secretos y silencios de Killa se clavaron como puñaladas en su corazón, se sentía traicionado por el destino, por el sigilo de esa mujer y por sus propios sentimientos.

Abrumado y atónito fue cogido y llevado, juntamente con Killa, como un sonámbulo ante el trono del Inca Pachacutec. Millay profirió un discurso grávido de emociones ante la alteza, “traición” dijo, “justicia” pidió, “muerte” al fin sentenció. Pachacutec observó con ojos sabios a los tres involucrados.

- Sabes muy bien lo que les debe ocurrir a los traidores, a ti y a ella- dijo el Inca dirigiéndose a Ancha Sumaq.

Se produjo un incomodo silencio.

- Por qué esa mujer mi valioso guerrero, por qué la hija Wisa Machula (Sinchi leyenda por su valentía en el incario), por qué la mujer prometida a Millay, si podías tener a las aldeanas que quisieras- agregó el Inca.

- No los mataré ahora mismo porque no concibo matar al que hace poco condecorábamos, tampoco mataré ahora a esta pequeña flor por respeto a la memoria de su padre que fue mi amigo.

Millay no aguantó y chilló de forma desbordada:

- ¡No es posible mi señor! ¡Vas a permitir que se mancille el honor de un Sinchi y defenderás a un simple guerrero!

- ¡Cállate Millay! O el que va a morir serás tú- dijo imponiendo su autoridad el Inca, mientras el Sinchi bajaba la cabeza comiéndose su enojo.

- Además Millay, Killa sólo iba ser una más de tus tantas mujeres, sólo sería un adorno en tu hogar, mientras que el joven guerrero arriesgó su vida por ella. Tampoco estoy prefiriendo a Ancha Sumaq sobre el más eficaz de mis Sinchis, le voy a dar una prueba que, tal vez, sea peor que la muerte misma.

- Pondrás a prueba toda tu valentía y fuerza joven guerrero, quiero que mates al mayor de los problemas del incario, a nuestra más grande enemiga, el motivo por el cual los huancas no se conforman con la derrota y se muestran rebeldes, tienes que matar a Atoj (“zorra” así era conocida la astuta hechicera jefe de la facción rebelde), no te daré tropas ni guerreros lo tendrás que hacer tú solo. Si no lo logras o te niegas a hacerlo morirán tú y Killa.

Millay quedó tranquilo sabía que lo que se le pedía a Ancha Sumaq era imposible, el guerrero es fuerte es verdad, pero tendría que acabar con la más grande y fiera tropa de rebeldes él solo antes de llegar a Atoj.

Ancha Sumaq, seguía sumido en la confusión, cuando observó los hermosos ojos de Killa que lo observaban con angustia, es cierto ella también había arriesgado su vida para huir con él.

- Acepto mataré a Atoj- dijo.

Texto agregado el 25-11-2004, y leído por 223 visitantes. (0 votos)


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