Te vi caminando mañana por el mismo lugar del día anterior. Ibas, sola, vacilante, oías a tu mente regresar al pasado, gritar como lo habías hecho, pensar como nunca. Le diste sentido a todo, contrariada, mientras tropezabas sobre la acera. Qué curioso resultó ver cómo te acontecía, al caminar, lo mismo que en tu mente. Era uno de esos escollos que no lograbas pasar sin sufrir un revés. Recuerdo hablaste del tema con asombrosa soltura, como aceptando la realidad, sin rendirte, como muchos, a la sola idea de su existencia. Le diste oportunidad a una cavilación casi visceral, un sentimiento sin juicio, sin algún tipo de prueba de certeza que amparase a la verdad. Aún así, te creímos; todavía hoy te creemos. Volvimos tus palabras un dogma y todo esto mientras tropezabas sobre la acera, en tiempo muerto, como si la mente engañase a todos por una fracción de segundo, dejando al tiempo correr sin contabilizarlo. Fue ahí donde siempre te encontré, donde tus palabras tuvieron sentido, en ese espacio vacío, en ese ácrono instante; ausente de tiempo. Siempre caminando y siempre tropezando en el mismo lugar, allí donde hoy te describo. |