Liberación de Animal.
Sucedió un Miércoles, de Noviembre.
Iba plácidamente encuadrado en mi espacio cuadrado, gozando de mi soledad y lamentándome, lamiéndome, debido al gran calor reinante, escuchando Mr. Bungle y deseando tomar un buen sorbo del Capel de 750 que llevaba dentro del añoso y lastimado bolsito que me regaló mi hermano, cuando se compró otro.
Sucedió esa tarde, así como así, sin siquiera desearlo, la señora de traje vino, por el pasillo, inevitablemente hacia mi y con una voz casi inaudible, dijo “me da permiso” figúrate. Permiso. Care palo. Me pidió permiso para invadirme…¿desde cuando se pide permiso para invadir?
Ajustado a las leyes de convivencia santiaguina me levanté, tomé mi antiguo bolso añoso, añejado y le dije con el mejor tono que encontré: “Adelante”
Entonces ella respondió muy gentilmente con una muy gentil sonrisa, que afortunadamente apaciguó mis caldeados ánimos. Automáticamente poso su vista en la ventana y se conectó al paisaje urbano visto una y otra vez.
Al minuto, nuestro medio de locomoción colectiva colapsó y hubo gente que me observó directamente con cara de ‘párate’, así no mas.
Por supuesto hice caso omiso y me imbuí en mi lectura, hasta que un leve olorcillo se coló por mis ñatas. Olor a pan. A pan caliente. Y eso a las 19:30, con el estomago vacío, es un horrendo e insensible crimen al sentido común.
No supe que hacer ¿? Pero pronto reparé con que la solución estaba sólo en mi bolso y en mi insolencia. Procedí entonces a abrirlo y extraje la de 750, ante la atónita mirada de todo el respetable publico, le abrí y bebí un sorbo de inigualables dimensiones, con arcadas grotescas incluidas.
Entonces lo logré.
Gane.
Fui, aunque haya sido en ese tóxico día miércoles, una estrella bizarra de Antología.
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