Aquella noche los acordes de guitarra surcaron los vientos en círculos de alegría acústica; él cantaba y tocaba inspiradísimo rasgando la vieja guitarra sacándole las notas más ambiguas del mundo. Susurros melancólicos y coros de alegría.
A ella, Liz, su musa, la miraba como a una ilusión del tiempo, como a un ángel de sonrisas impávidas, la amaba con la respiración y el andar, con un grito desaforado al viento y un rasgueo de guitarra por la noche y es que todos sus actos eran pensando en sus retinas infinitas y en su sonrisa llena de vida, en sus besos febriles del tiempo y en sus miradas que hablaban mucho de su belleza espiritual.
Aquella noche sus melodías en fulgor fueron horas y horas de amor con sonidos de guitarra en las que perdieron la noción del tiempo, el cielo estuvo lleno de estrellas que se acercaban al mundo y de una triste luna que permaneció sobre sus cabezas.
Juguetearon con algunas estrofas de canciones bobas, buscaron constelaciones y formas con los dedos apuntando al cielo, jugaron al beso mas largo, a las escondidillas y a las carreras a pique para recordar viejas épocas, se declararon amor por milésima ves con sollozos de ella y palpitaciones apresuradas de él. Rieron de viejos recuerdos como de la tarde en que terminaron al pensar que se les había acabado el amor. De la golpiza que él recibió de manos del ex de ella en plena noche de San Valentín pues el tipo era un roble mientras que él era un tipo muy fragilito. De la mañana en que ella cayó sentada delante de la ex de él y que justo iba en compañía de varias amigas que rieron hasta morir, ¿recuerdas? De la primavera en que él le regalo un perrito marroncito con una tarjetita que mas bien parecía un testamento extensísimo. De la noche en que ella le regalo un jarrón de cerámica deformísimo, pero con amor, que hizo con sus propias manos y que tenia una tarjetita que mas bien parecía un contrato dual en prosa, ¿recuerdas?
Todo termino con un canto de ambos, a dúo, un canto al cielo y al dios del crepúsculo, un canto a las estrellas y al mundo; en resumidas cuentas aquello fue un agradecimiento a la vida por haberlos unido hace un tiempito atrás.
A la mañana siguiente él cantó sin poder evitar algunas lagrimas desafinadas que empañaban su visión, el ruido estridente de aquel inmenso motor no le quito jamás las ganas de seguir cantando y tocando mientras la veía a ella llorar a través de las ventanas de aquel avión de fantasía, aunque ella no lo oía si podía leer sus labios y aquello era una triste canción con estrofas de esperanza...
Solo hubo un tiempo para hacer adiós con las manos y una promesa de amor eterno antes de que la inmensa ave de hierro alzara vuelo. Lo que siguió después fue pura lágrima furtiva y el anhelo de que el tiempo borre tristezas punzantes con melodìa de guitarra.
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