Cualquier parecido...es coincidencia.
Dejó la lectura del diario y estaba a punto de darle un sorbo al americano cuando la vio; era muy blanca, de áureo y cortísimo cabello, su cabeza baja le ofrecía una frente amplia, recta la nariz con finas cejas y enormes pestañas. El ceñido vestido de delgado lino sugería divinamente la turgencia de sus senos. Bajo la mesa cruzadas las largas piernas, bellas sin la envoltura de unas medias y al final, el formal calzado de tacón alto.
La dama absorta, contemplaba las caprichosas volutas del tabaco que se consumía en el cenicero de vidrio opaco.
Le dio el sorbo al café sin dejar de verla.
El suave giro del desnudo brazo le dio la hora.
Los finos dedos tomaron el cigarrillo y lo llevaron a su cita con el destino, entrecerrados los ojos y levantado el mentón mostraba la mascada negra que ocultaba el largo cuello.
Inhalación lenta, sensual y profunda.
Exhaló hacia arriba descubriendo los ojos grises, el óvalo del rostro y los labios rosados y sensuales.
< ¡Dios me ampare!..¿Cuarenta?...bueno... ya no se sabe…..>
Sin miramiento aplastó el cigarrillo en el cenicero y acercó su bolso negro, hurgaba sin prisa. La graciosa mano de largos dedos salió aprisionando un cilindro color oro, exacta se acercó la gemela que retiró la tapa y dejó descubierto al erecto labial rojo que al momento fue lanzado al beso. Sus labios hábiles y graciosos esparcieron el carmín de cadmio púrpura.
< Podía decirle…quizá… Señora, ¿me permitiría usted…?...>
Le tomó por sorpresa su mirada franca. Los ojos con divertida sonrisa.
¡Zaz, cerró la boca!… tanto lo quemaba el calor en la cara que al instante desvió la mirada.
< ¡Que estùpido soy!>
Se inclinó sobre el diario sin siquiera ver las letras, no se dio cuenta que ella lo siguió mirando hasta que algo le hizo volver la vista.
Era un hombre joven que recién llegaba con cerrada barba de tres días, ella se levantó de su silla y se encaminó a la salida.
El levantó la vista recreándola en sus caderas, se incorporó de inmediato y entonces vio al joven que la esperaba.
Mientras se sentaba nuevamente vio el abrazo y el beso que ella apenas le daba en la mejilla.
Vio que hablaban pero no pudo escuchar lo que decían:
-Madre, debéis perdonarme el retraso…
-Vamos Cielo….no te apures tanto.
Héctor Falcón.
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