Tenía un nudo tan grande en la garganta que ni siquiera podía entonar bien aquella canción que interpretada por su voz era la más bella melodía del lugar nocturno. Su vida estaba hecha mierda, su madre la había echado de la casa por evidentes diferencias, su cabeza estaba todo el tiempo en otro lugar, lo único que le quedaba era su trabajo en aquel bar, en donde era la cantante a la hora de los "Happy Hours". Traía en su corazón la pena más grande que alguien puede cargar, no tener un lugar donde ir y ninguna mano de la cual sujetarse. Pensaba entonces que en realidad era hora de cortar el cordón umbilical. Respiró profundamente y se dijo: "no soy ni la primera ni la última". A los 24 años en este país ya se es suficientemente grande para vivir solo, eres mayor de edad y puedes ser independiente. Terminó de entonar su repertorio; escuchó los aplausos del público con una forzada sonrisa en la cara, se bajó del escenario y se dirigió a la barra, Braulio el barman, le ofreció un Vodka naranja, su trago fetiche para después de cantar. Lo bebió a secas y se limpió sus rojos y brillantes labios con la mano dejándole rastros de lápiz labial. Volvió a respirar profundo y delicadamente bajó la cabeza, la escena de aquella tarde volvió a su mente: Sus ropas desparramadas por la casa, la madre gritando como señora italiana enojada, su hermano serio sin decir nada observaba y no hacía nada; pero lo peor era recordar la carita de su pequeño hijo de apenas tres años mirándolas a las dos, ingenuo y preguntando con la mirada: ¿por qué te vas mamá?. Salió de su casa con las ropas colgando en bolsas de supermercado, con la cara roja de rabia e impotencia por no tener donde irse con su pequeño hijo, por tener que dejarlo ahí mientras se establecía. No sabía cuanto tiempo iba a tardar en conseguirlo, solo sabía que el tiempo a transcurrir sería muy doloroso. Levantó la cabeza y con lágrimas en los ojos le pidió a Braulio otro trago, lo bebió al seco. Ahora se secaba las lágrimas con la misma mano que se había secado los labios y se desparramaba el lápiz labial por los pómulos, talvez sin darse cuenta. Un tipo a su lado se percató, a pesar que el ambiente estaba cubierto de humo y luces que emboban, le ofreció su pañuelo y le limpió suavemente la cara. Ella suspiró. Comenzaron a hablar del problema, el tipo la oía atentamente mientras en su mirada se leían palabras como: "tan bella y afinada, pero tan infeliz... y tan sola... ". Y ella se desahogaba, cosa que no debía hacer en su hora de trabajo, pero en fin, lo necesitaba. Caminó hacia fuera del bar, con sus bolsas de supermercado en las manos y la cartera en el hombro. Caminó sola, perturbada y algo mareada con los vodka, no sabía donde terminaría su noche, no sabía que hacer, no sabía si el final era feliz. Se dio cuenta de pronto que estaba en plena Alameda con Plaza Italia, sola a las cuatro de la madrugada, con algo de dinero pero nada de lucidez. Corrió hasta el puente Pio Nono, se paró en la orilla, mirando hacía abajo, hacia el agua. Pensó en todo y en todos, en su hijo, en su madre, en su hermano y en Braulio. Lloró por minutos pegada mirando la corriente, pensaba en si el agua estaría fría, si la caída sería suficiente como para perder el conocimiento y morir ahogada, o si su hijo la odiaría toda su vida por haberse rendido tan fácilmente ante la vida. Lo último la hizo reaccionar, se asustó, dio media vuelta y corrió hacia la calle, al cruzar con los ojos aún llenos de lágrimas, sintió un frío entre las piernas y en la espalda, una luz enceguecedora venía desde su derecha, nunca la vio, solo sintió sobre ella un peso... un peso más grande que la pena que había sentido desde la tarde. |