No recuerdo muy bien esos años. Era muy niño, y no es que el recordar sea una obligación. En las pocas imágenes que vienen a mi mente, aparece un auto. Si un auto. Un Fiat Mirafiori. Pequeño, económico, fuerte. Nada especial. De trajín.
Este recuerdo no se mezclaba con mucho, no tenía más relleno que el de vagas y diseminadas memorias compañeras. Sin embargo este encontró compañía, no en el pasado si no más bien en el futuro.
He vivido en un barrio alejado del movimiento incansable de la ciudad. Una zona tranquila, desierta y con el devenir del tiempo bastante aburrida.
Con el pasar de los años mi vida se agitaba y mi barrio ya no era suficiente, para nada suficiente.
Necesitaba nuevos aires, nuevas calles, nuevos paisajes. Con el descubrimiento del transporte público, de muy niño comencé a incursionar, siempre en solitario, lo que había más allá de mi pequeño y suburbano terruño. Probé, descarté, huí, y encontré mucho.
Al cabo de un tiempo descubrí esa zona llamada Miraflores. Un distrito cosmopolita, movido y removido, viejo y moderno, tan diurno y nocturno a la vez. Me cautivaron sus cafés al aire libre, su tráfico perenne, su polución, sus transeúntes solitarios y de la mano.
Cada fin de semana, dejaba todo en mi barrio, excepto unos cuantos morlacos, un buen abrigo y un par de zapatillas tan cómodas como viejas. Caminaba y caminaba. Leía el periódico en un café, primero con una coca cola, después con un capuccino y a veces con una cerveza bien helada por favor.
Con el tiempo hice amigos, conocidos y enemigos también. Como me odiaba el lustrabotas que no entendía mis zapatillas. Como me quería el niño que vendía mis golosinas favoritas.
Mirafloreando, semana tras semana, me di cuenta que yo era parte de ese barrio, parte de ese distrito. Era parte de ese paisaje que no cambia, que todos reconocen y saludan. Me había convertido en miraflorino, más por hecho que por derecho, para terminar ganandome este último a punta de perseverancia.
Así fue pues que un día, frente a la hermosa Iglesia frente al Parque Central, vi pasar un destartalado Fiat Mirafiori. En ese momento me ilumine y me dije a mi mismo:
"Fiat Lux dice el Genesis al crearse el mundo, Fiat Mirafiori, digo yo al crear Miraflores, si mi Miraflores..."
Ahora ese carro, tan solitario y sin razón en mi memoria, ha encontrado compañía junto a mi nuevo barrio, por donde alguna vez espero pasear a bordo de él, mirando las flores que aparecen día a día por estas calles...
Miraflores, 2003 |