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Por qué me voy del Mundo


Antes que nada quiero aclarar que me voy de este mundo sin ningún tipo de resentimiento ni frustración. He tenido siempre, amigos míos, la desgracia de la suerte, un dios aparte cuya sobreprotección me ha desviado hacia el camino largo del aprendizaje. Podría decir que siempre he sido un hombre afortunado, que las mayores y verdaderas desgracias con que la vida me azotó han sido la muerte no superada de mi padre, (demasiado pronta para mi sentir), el divorcio de un largo amor extinguido, una quiebra humillante ya superada, y en menor grado, los normales altibajos y decepciones que el común de los mortales de clase media alta han tenido:
Un par de socios que nos fallan, más de un amigo que se va porque nunca lo fue y alguna que otra ilusión amorosa que se desvanece entre los estremecimientos del proceso interior hacia el amor verdadero.
Y digo que ese dios me ha desviado hacia el camino largo, porque estoy seguro de que de haberme elegido como héroe, como mártir, como carne de cañón, de miseria y de enfermedad, entonces quizás yo hubiese tomado conciencia mucho más rápido de esta verdad de regalo que hoy abrigo entre mis alas. De esta certeza de lo mal hecho que esta el Mundo del cual he decidido partir, hacia una mejor vida, sin pasar por la necesidad de morirme. No me tomen por ingrato, estoy convencido que ha sido mucho mejor así: largo y sin horrores. Un parto con los dolores normales para el nacimiento de mí uso de razón.

He tenido la suerte, como les decía, de que el destino sea algo así como un cicerone a mi servicio, paseándome por infinidad de lugares, culturas y situaciones del mundo y de la vida.
Huyendo a las corridas del portón de la fábrica al portal de la más costosa universidad, pasé dieciocho horas diarias confraternizando entre el overol y el traje. Entre marginados y elegidos, alimenté mi rebeldía inmadura, la misma que voluntariamente me puso allí, rebotando de un mundo a otro, a los tumbos.

He visto en los ojos del obrero, la cobardía y la obsecuencia hacia la piojez resucitada del capataz, la envidia rencorosa hacia el que no se conforma y actúa en consecuencia, como por ejemplo estudiando en los ratos libres, o noviando con mujeres a la altura del amor, en lugar de asesinar el tiempo ocioso hablando de futbol en serio y del sexo de mentira.

Pude ver también, en mis compañeros de facultad, a la frivolidad haciendo alarde, del sobrepeso de la carga para las espaldas de sus padres, estirando sus carreras como si fuesen las vacaciones de la vida. Y realmente…¡vaya que lo eran!.

He presentido en mis profesores desde la misma escuela primaria, la ausencia del Maestro y la presencia del virus de la competencia, esa enfermedad de la que hace muy poco acabo de curarme, inmunizándome para siempre, así lo espero.
Corriendo hacia arriba por la escalera de la vida y de las empresas, contraigo un paulatino desencanto al comprender que del obrero al ingeniero, del capataz al gerente, la mayor diferencia estriba en el grosor de su soberbia y la fineza de su léxico… y de sus maquiavélicos planes para trepar sobre la cabeza del prójimo. La cobardía, la obsecuencia y la envidia, cambiaron solo en sus vestiduras, para traicionar a todos los que los rodean, y hasta a sus propios portadores, pero con modales de seda.
¿Quien en la inmadurez de su ingenuidad (y no esta escrito al revés) no ha tenido el tupé de querer cambiar un mundo así?. Agravémoslo con el clásico error de pensar que el cambio puede lograrse desde una porción de poder, y el acierto, clásico también, de creer que el dinero… es el Poder ¿Y qué tenemos?. La receta del cóctel embriagador que, adictiva y compulsivamente nos arranca de la dignidad de la niñez.

El mundillo de los negocios me tiende sus brazos, entonces me vuelvo empresario y emprendedor, soy ganador, soy mafioso, soy político, soy poder que nada puede hacer por cambiar el mundo sin perder ese poder. Es la impotencia del Poder. Es el precio del Poder: Uno mismo, nada menos.
Decido escaparme del espejo en el intelecto y en el placer. Entonces paso a ser culto, elegante e ingenioso, un rebelde sin causa de ácido humor y sentido de la oportunidad. El mundo de la alta sociedad me abrió la puerta de sus mansiones, sus regordetas señoras me ofrecieron a sus hijas y sobrinas servidas en bandeja de plata. Potrancas en celo de pura sangre, de reluciente pelaje y de montura rápida a la hora de los tragos y la palabra fácil. Mientras los arregladores del mundo se planteaban entre sí las estupideces más grandes balbuceándolas en cuatro idiomas, yo me reía de cómo los seducía con la insolencia de mi bohemia a medias. Lo mismo sucedió en las reuniones de ejecutivos, con esas secretarias al mejor estilo “Barbie profesional”, muy articuladas ellas, a la cacería de un ascenso de oro y un hombre de cartón.

Me sentí “grande” hasta que la escuela de la vida decidió tomarme examen y con toda su justicia me hizo caer de “la torre de papel” que había logrado levantar con malabares hasta el mismo cielo. Fui traicionado, robado, humillado, odiado y abandonado por amigos, socios y empleados por igual, salvo por un grupo muy reducido de fieles ante los que yo me sentí el traidor. Hoy me sigo riendo de todo aquello, de ese “mí” que yo era, por creer que lo era.

Erróneamente convencido de que la injusticia me llevó a la ruina, me las di de héroe, me comprometí estoicamente en el trabajo y el amor. Los pocos contactos y la ductilidad que había tomado de la nefasta experiencia me facilitaron salir irresponsablemente adelante. Fue cuando conocí a la política y a la mafia, y esta última me demuestra ser mucho más sana que la primera, porque al menos… tiene palabra. Entonces un viejo sueño, el de cambiar al mundo a través de la juventud se desmorona, al tomar conciencia desde el desparpajo de mis negociaciones, de la corrupción que brota desde el mismo semillero de los partidos mayoritarios: los centros de estudiantes. Al igual que sus modelos a seguir que se yerguen en el poder, a estos jóvenes que conducen a los jóvenes, nos les queda una pizca de ideal, ni de espíritu de lucha por un mundo mejor. Esos jóvenes son, por así llamarlo, los sindicalistas de la cultura.

Sepultado el amor-necesidad, y obsequiado inmerecidamente con el Amor verdadero, decepcionado del sentido de la lucha por el éxito y el dinero, me decido a vivir el amor por la Vida, a gozar de toda su belleza en plena armonía. Encuentro en el mensaje indiscutible de la naturaleza la más profunda sabiduría, comienza la purificación de mis sentimientos… y mi partida.
Me alejo de la contradicción del Hombre que trabaja todo el tiempo, durante sus mejores años, para poder comprar en cuotas de estrés, máquinas hogareñas que se dignen a trabajar por él. Apago el televisor y enciendo el espíritu, y mis sueños legítimos la ganan la batalla a los sueños ajenos. Resulta relativamente fácil concretar tan pocos sueños, sueños tan sencillos como vivir en la campiña y plantar un pequeño mundo allí, para mi amada, para mis amigos, para este embrión que será mi primer hijo, para mí... y para los que quieran acompañarme o ya estén allí. Trataré de ayudar a los niños, las únicas víctimas del mundo, con todo lo que pueda y los contagiaré de mí… queriendo.

Cuelgo hoy mi rifle en la chimenea, un perro fiel sabrá alertarme para defender a los míos. El bosque me brinda su frescura en el verano, y me da fuego en el invierno con lo que ya no le sirve, me obsequia el alimento para el cuerpo y para el alma. La huerta me dará algún dinero necesario. Visitaré al Mundo cada tanto con nostalgia y alegría, como a una escuelita de la que supe egresar con todos mis sudores, angustias y satisfacciones. Ahora soy el alumno del cielo y de la tierra. La luna, el sol y las estrellas me sonríen, porque ahora pueden verme.
Soy rico, porque ya no necesito.

El Loco

Texto agregado el 23-11-2004, y leído por 115 visitantes. (0 votos)


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