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Correcto. Veamos. Uhmm...navidad. ¿Árbol, luces...? Todas las navidades lo tienen, ¿no? Aunque ahora no son como antes. Ahora todo es comprar y comprar y comprar. Si, ahora recuerdo. Creo que fue cuando tenía ocho años. Estábamos todos en la casa que era de mis abuelos. En el campo. Bueno no tan campo. Más bien pueblo. No sé, ¡había calles pavimentadas. No es lo importante! Concéntrate en lo importante. Ok. Mi madre. Oh si....recuerdo la cara de mi madre temprano preparando el desayuno mientras mi hermano y yo nos levantábamos a abrir los regalos. Era raro ver a mi madre recién despierta. Con sus ojos con restos de sueño, rosada. ¡Como nadie reparaba en la hermosura de mi madre! ¿Quién sabe? Talvez no lo recuerdo. Usaba un camisón blanco que apenas mostraba sus pies. Esa mañana estaba feliz y mientras preparaba el desayuno me miraba desde la cocina pendiente de que no empezara el ritual de los regalos sin ella. Yo intentaba tranquilizar a mi hermano hablando en voz alta para que mi madre o talvez Dios o el viejito pascuero escuchara y pensara que realmente era un niño bueno y merecía los mejores regalos. Quería parecer el más obediente, el más generoso, el más paciente, pero por dentro me moría por terminar con la tortura de esperar tanto trámite y más encima con buena cara. En ese minuto todo era los regalos. Recuerdo que quería una bicicleta, sin embargo no veía un paquete tan grande. Me consolaba de pensar en que alguien llegaría y haría la broma de decir que venia en su bicicleta pero en realidad era la mía. No había timbres, no había golpes a la puerta. Solo el olor de la leche a punto de hervir y el pan recién tostado. Mis nervios no me dejaban disfrutar de la comida. En eso entró mi padre. Como siempre quiso hacerse el bromista y ser el centro de la atención. Tomo uno de los regalos y lo leyó en voz alta. “De el viejito pascuero para Carlitos”. ¡Mira!, parece que el viejo pascuero se apiado también de los cabros tontos este año, ja, ja, ja. Mi madre se acerco con cara de furia intentando quitarle el regalo de las manos pero mi padre lo puso detrás de él mientras seguía riéndose burlescamente. Esa risa. Esa maldita risa interminable y ronca. Después de forcejear un rato finalmente mi madre le arrebató el regalo de las manos y mi padre paró de reírse en seco y la empujó fuertemente. Luego nos miro a mi hermano y a mi con una mirada como buscando palabras para decirnos pero finalmente no dijo nada y fue a buscar una cerveza para comenzar el día. Mi madre se levanto y dejó el regalo junto a los demás en el árbol de navidad. Por un minuto se me olvidó toda la ansiedad por los regalos y solamente me quedó el sabor amargo de la impotencia de no poder ayudar a mi madre. Seguí bebiendo mi leche en silencio y apenas crucé un par de miradas con mi hermano menor que asustado buscaba en mí alguna señal de que todo estaba bien. Pero nada estaba bien. Me levanté al terminar, deje mi taza en la cocina y me fui a mi pieza a llorar un rato. Mi madre llegó minutos despues y me preguntó que me pasaba. Yo no quería hablar. Sentía que hablar mal de mi padre era una especie de pecado y prefería tragarme la rabia y no darle más preocupaciones a ella. “No te pongas así hijo mío, que hoy es navidad y es un día para estar alegres y festejar. Anda, ven. Vamos a ver que nos trajo el viejito pascuero.”.
Llegamos al living donde estaba el árbol de navidad y nos encontramos con que mi padre sujetaba fuertemente a mi hermano mientras le gritaba cosas horribles. Mi madre saltó hacia ellos e intento evitarlo. Mi padre le dio un fuerte golpe que la dejó sentada. “¿Cómo te atreves a desautorizarme delante de los niños? ¡Maldita perra!” Mi madre parecía no importarle ni los gritos ni el golpe y simplemente se paró y tomo a mi hermano menor y lo alejó de mi padre hacia donde yo me encontraba. Mi padre, furioso, la tomo del pelo y la tiró hacia él y acerco su rostro al de ella gritándole.
Cuando va a ser el día en que me respeten en esta casa, ¡por la mierda! ¿Quién es el que trae la plata a la casa, ah? ¿Quién es el que se rompe el lomo todo el año trabajando, ah?
¿Qué te crees? ¿Acaso piensas que yo paso echada todo el día? ¿Quién crees que limpia la casa, viste a los niños y los lleva al colegio? ¿Quién crees que te lava las camisas todos los días y te tiene la comida servida cuando llegas? ¿Qué harías si estuvieras solo? ¿Quién le daría una navidad o un cumpleaños decente a los niños y a ti mismo hijo de puta?
Mi padre cambió la cara cuando ella terminó de hablar. Intempestivamente le dio un cabezazo a mi madre que le rompió la nariz y la tumbo al suelo inconsciente. Yo tomé a mi hermano y nos echamos a correr. Salimos a la calle y le dije que corriera lo más rápido que pudiera. Yo mientras, toqué la puerta de los vecinos imparablemente hasta que se abrió y apareció la señora.

Hola mijito como está, que le trajo el viejito pascuero.
Señora, mi papá acaba de matar a mi mamá. Rápido tiene que llamar a los carabineros.
¡Pero que estas diciendo hijo!

En eso apareció mi padre y calmando la situación me tomó fuertemente del brazo y le pidió toda clase de excusas a la vecina diciéndole que era una jugarreta mía. La vecina suspicaz frunció el ceño y cerró la puerta sin perdernos de vista. Yo la mire y trataba de expresar mi miedo para que ella hiciera lo que le había pedido pero finalmente no fue así. Volvimos a la casa. Mi madre estaba sentada en la silla de la cocina con una bolsa con hielos en la nariz para aquietar el dolor. Mi padre tomo todos los regalos que pudo del árbol y salió al patio lanzándolos todos a la asadera. Tomo un montos de papeles y le prendió fuego.

¿Navidad querían lo huevones? A la mierda. Aquí se hace lo que yo digo. Y si este año digo que no hay navidad, no hay navidad.

Volvió a entrar a la casa y agarró el árbol. Saliendo de la casa sintió el tirón del cable de las luces. Dando un bramido volvió a tirar, esta vez con todas sus fuerzas y rompió el cable del enchufe. En el camino fueron quedando botados todos los adornos que un par de semanas antes le pusimos al árbol mi madre, mi hermano y yo. El fuego ardía con distintos colores y un olor a plástico quemado inundaba todo el lugar. Mi madre lloraba sin consuelo. Luego mi padre tomo su chaqueta y salió. Mi hermano volvió al rato y le conté que los regalos ya no estaban. Él se echó a llorar sin parar. Yo salí a caminar todo ese día y volví cuando el sol casi no alumbraba. Mi padre aun no aparecía. Mi madre preocupada me preguntó donde había estado todo el día y no yo respondí. No me retó. Solamente me llevó al comedor y me dio un gran vaso de leche y un buen pan con jamón. Después me fui a acostar. No quería saber más del mundo, quería desaparecer. Levante mi almohada para sacar mi pijama y me encontré un paquete de regalo. Mi respiración se detuvo en seco. Rajé el papel de un tirón y encontré una bolsita con casi 30 soldaditos de plástico. Recordé inmediatamente que en uno de los puestos de la feria los vendían, pero no me llamaban la atención por esos días porque en mi mente solo estaba mi bicicleta que nunca llegó. Me tiré a la cama y me puse a llorar. Era una mezcla de felicidad, pena, amor a mi madre, odio irrefrenable a mi padre. Mi hermano entró a la pieza y tenia una bolsita igual a la mía y con una gran sonrisa me preguntó ¿juguemos antes de dormirnos? ¡Ya!, pero desde mi cama hacia la tuya hacemos una guerra. ¡Ya!

Esa fue la última navidad que tuve en familia. Si se puede decir eso. Meses después mis padres volvieron a tener una pelea que terminó con ella en el hospital. Nunca se pudo recuperar y un año después murió. A mi hermano y a mi nos llevaron a un hogar porque un juez decidió que por los antecedentes de mi padre, no estaba capacitado a criarnos. Todos estos años alimentando mi odio a partir de esos recuerdos para finalmente volver a encontrarme con él. No fui capaz de contenerme y todas las humillaciones, el recuerdo de mi madre, y esa navidad...todo se junto en mi cabeza y nublo mi vista para finalmente llevarme al fatídico final. Ahora pagaré mi culpa, pero mientras mis pensamientos se nublan debido a este gas que lentamente me quita la vida, siento que en alguna parte está mi madre esperándome, con un gran árbol de navidad lleno de regalos y una reluciente bicicleta. Aunque todo eso lo cambio por estar envuelto en el calor de sus brazos otra vez. Al menos una vez más.


FIN

Texto agregado el 23-11-2004, y leído por 243 visitantes. (0 votos)


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