El Humor, la política, y la cumbia
(Ensayo desesperado sobre una experiencia real)
Hace unos días, un amigo de la radio me preguntó por qué no acepté la propuesta de politizar a uno de mis personajes humorísticos, para una mini-serie radial. Le dije con total sinceridad que no me gusta el humor político, no me hace gracia, y que además, como tampoco es un tema de conversación de mi agrado, tendría que dedicar parte de mi delicioso tiempo a informarme bien de detalles en los discursos y diálogos, como para incorporar la capacidad de reírme y pretender hacer reír sobre semejante puterío, con perdón de las prostitutas, que a diferencia de nuestros gobernantes, esas chicas por lo menos tienen la honestidad de comerciar con algo que es de ellas, para el placer de la otra parte involucrada y el sufrimiento de nadie. A pesar de que seguramente han engendrado en sus vientres a la mayoría de los personajes de la política actual, las putas madres lo han hecho sin la menor intención, accidentalmente diría, con la pizca de dignidad suele involucrar un accidente de trabajo.
Mi amigo entonces me retrucó, que si tanta bronca le tenía a los políticos, por qué entonces desperdiciaba esta oportunidad de satirizarlos con mi corrosivo sentido del humor. Me quedé pensando, en realidad… me dejó algo pensativo.
Otro amigo me invita a lo que para él, era la fiesta de los cuarenta años de su esposa, y para mí…también, hasta que fui, y resulta que allí me encontré con la revelación a tamaña duda existencial… ¿Por qué no me gusta informarme, hablar y mucho menos discutir sobre política, siendo que me ocupo (a mi manera) de la Sociedad escribiendo barbaridades para que una partecita de la misma trate de reflexionar riendo?.
Usted, querido lector, estará imaginando ahora que la fiesta se aguó por una discusión politiquera, que terminaron a las cuchilladas o por lo menos a apasionados gritos partidarios, y no, no fue así, es más, el tema de la política ni se tocó. Lo que me aguó la fiesta sí, pero me sirvió de revelación a mi duda existencial fue… la cumbia.
Sucede que mi amigo es un caballero, usted ya se habrá dado cuenta: un hombre que festeja a toda pompa los 40 años de su segunda esposa, que hasta tuvo la delicadeza de intentar contratar un estriper para deleite visual de su señora…es todo un caballero, y un gran romántico, hay que reconocerlo. La mayoría de los mortales, lo único que le festejaría a una esposa de cuarenta sería el divorcio o el sepelio, y no es por quitarle méritos a mi amiga, que en realidad es una muy bella, angelical y simpática mujer, que más parece de treinta y pico, pero no nos salgamos del tema, mi amigo es realmente afortunado en el amor y mi amiga también, y se preocuparon por compartir su alegría a lo grande, con salón, luces, decorado y “D.J” y ahí, en el “DI YI” (como se dice en espaninglish) estuvo el problema/revelación.
Cuando llegué, estaba todo normal: saludos, fotos, abrazos…todo muy bien, muy elegante. Mi bella esposa, su escote (con mis apretujadas amigas Lo y Lita), la beba y yo, nos acomodamos rápidamente en una mesa de amigos en común, muy poco comunes ellos, como casi todos mis amigos. Habremos pasado bebiendo y charlando unos diez minutos, con fondo de una música brasilera medianamente pasable dentro del rango de tolerancia que nos impone el espíritu festivo, cuando la cumbia, ese virus grasiento que ha contagiado tímpanos a granel en todos los niveles sociales, esparció grotescamente su ritmo enfermizo por toda la sedería y el mantelaje, arrasando con la mayoría del damerío sentado: Inesperadamente, las hembras, se levantaron como ratas contoneándose hipnotizadas por la melodía de Hamelín, arrastrando con ellas a sus amantes para caer definitivamente al precipicio de lo ordinario, al pozo ciego (o mas bien… sordo) en el que ha caído la música pachanguera de los últimos años.
Mi puteada no pudo escucharse, las orejitas de mi bebé acusaron la embestida en su virginal buen gusto y se largó a llorar, con acusadora mirada de “¿Adonde me trajiste, papi?”; mi amada, con los nóveles reflejos de madre siempre en alerta, le tapó los oiditos con papel de servilleta, yo también, apunto de llorar, me los tapé solito con un par de lechugas que decoraban a la bandeja más cercana, tal como dice el chiste que las compara con ciertas mujeres decorativas, que están en todas las fiestas, pero nadie se las quiere comer.
El anfitrión se acercó, impresionado por mi cara… y por las lechugas que colgaban de mis orejas. “¡Ya sabía yo… me lo recomendaron como el mejor discjockey pero le vi pinta de rasca y casi desisto, perdoname…!. No, no lo perdoné, pero para tranquilizarlo le dije “Te tengo que querer mucho para no rajarme”. Tuve la sensación de que no le gustó del todo la sinceridad de mi comentario, pero juro que para mí, quedarme allí, fue una demostración del más elevado cariño hacia él y su pareja, y bien merecido que lo tienen, más allá de este error, en cierto modo inevitable por la fuerte correntada decadente de estos tiempos, forman parte del refiltrado grupo de los mejores amigos que tengo el privilegio de tener.
Estuve por más de dos horas sumido en un estado de reflexión, ya que no se podía hablar, ni me daban ganas de comer ni de beber. Inmerso en la meditación, reposando a cada tanto los ojos en la mullida exuberancia del escote de mi amada, descansando así de la náusea por ver a mis amigos tan divertidos ellos al bailar esa porquería; fue entonces cuando me iluminé: descubrí por qué no me gusta hablar, ni interiorizarme de los avatares farandulescos de la política, que por más que también se polarice en izquierda y derecha, tampoco tiene que ver alegóricamente con el exquisito contenido del mencionado escote. Lo lamento, pero es así. Vamos a la alegoría entonces, que es con la cumbia nomás, aunque usted no lo crea.
En principio, el “D.J.” era “El recomendado”, ni siquiera el anfitrión lo eligió muy convencido, lo contrató “Porque no conocía a otro y suponía que haría lo mismo que todos”, a pesar de todo lo que la fascinerosidad de su apariencia le advertía. Así es como llegan los delincuentes al poder, la gente los vota a pesar de mostrarse obviamente mentirosos, ladrones e incapaces, porque son los más conocidos. No se toman el trabajo de buscar un candidato decente y/o capaz entre las minorías.
Muy pocos se molestaron, la mayoría de los que piensa que la cumbia es una grasada, salieron a bailar “Porque no había otra cosa y no era cuestión de amargarse”, aceptando divertidos el engendro… ¡Como si fuese música!. Otra analogía con la política y el electorado. Hubiese bastado que el anfitrión se acerque al D.J. y le diga que ponga otra cosa, que si no tiene música, él sí que tiene, pero no lo hizo, lo dejó hacer…”Total la gente se divierte igual”. El que no se divertía, disimulaba; menos yo, claro. Era una incongruencia: mi bella amada me sonreía enmarcando a la suave blancura de Lo y Lita en su apetecible silueta de terciopelo negro, al mejor estilo de la célebre Morticia de “Los Locos Adams”. Mi bebita dormía, hermosa como una muñeca, atada en su carrito plegable, con una expresión de “No queda otra” … ¡Ambas inmersas en ese fondo villero que galopaba dolorosamente en mi cabeza y mi ya por demás dilatada masa testicular!.
A ver sin me entiende: discutir sobre política para mí, sería como ponerme a discutir sobre qué tema o banda de cumbia me gustaría más o menos, cuando estoy convencido que la cumbia es una mierda, sería como ponerme a estudiar la historia de las bandas cumbieras y las anécdotas de sus grotescos integrantes, idolatrados, financiados, seguidos por la gente vaya a saber por qué engrasado mecanismo de inercia decadente, esa gente que baila al son de sus compases porque no encuentra mejor cosa que hacer, o porque no se anima a sacarlos a patadas de donde están plantados en donde nadie quiso que estuvieran, como el D.J. “Vamos a votar a fulano…es lo recomendado”, “Vamos a recomendar a fulano, porque a la gente le gusta”. Entonces… ¿Qué vamos a discutir sobre qué? ¿Qué Fulano se robó esto, que Sultano malversó los fondos de lo otro, qué el diputado Perengano se compró una casa de dos millones de dólares y un yate apenas al mes de “subir”?. Además, todo lo que se dicen entre ellos en su falaz verborrea, me interesa mucho… muchísimo menos.
Esta muy bien que haya gente que se ocupe de eso, hay que denunciarlos, pero SERIAMENTE, fuera de bromas e indirectas, y no reírse de esta desgracia, de esta enfermedad incurable que padecemos y que no tiene nada de divertido. Ya sabemos que son todos ladrones, corruptos, y a los que no (o lo son menos), en nuestra historia han sido sacados violentamente del poder por que resultaron… “aburridos”. No, no me río, no señor, ni voy a hacer reír a nadie con la política. Hay que amargarse y reaccionar contra los bacilos de este virus letal que se ensaña primero con los más débiles, los niños y ancianos, y nos termina enfermando a todos. Hay gente que se muere de hambre, de inasistencia, de infarto. Haciendo humor de esto, me sentiría insensible y ridículo… como bailando una cumbia.
Y llegó el momento de la torta en la fiesta, el cumpleaños feliz me sonó por comparación como una sinfonía deliciosa. Es el momento clásico en el que se suele poner música suave, para que la gente felicite a la del cumple y deguste tranquila los dulces y haga bromas y eso. Pero el D.J. se enseñoreó sobre la consola, anunció con efectos especiales de luz y sonido lo que parecía ser la llegada de algo importante… ¡Y largó la cachaca, la cumbia lenta!. Miró con soberbia al público como diciendo “Los estoy matando con mi música” y le dí la razón, pero en sentido contrario. Y entonces ocurrió el desborde, sintiéndose erróneamente mirado-admirado por los presentes, ese imbécil con pinta de barra brava a la salida de un partido, comenzó a sacudir la cabeza rítmicamente como un ganso en celo, extasiado por lo que hacía como centro del evento, sintiéndose grande y reconocido por las cagadas que hace, como nuestros gobernantes más tristemente célebres.
Con las disculpas del caso, me levanté y me fui, casi tan asqueado como lo estoy de la política.
Alejandro Racedo “El Loco”
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