La cita estaba clara: 8 de la noche en el café de siempre. ¿Por qué de "siempre"?, se preguntó a si mismo, pero no hizo nada por corregir la invitación antes de cortar la llamada.

Se sentía preso de las circunstancias, y de una vida que ya no podía llamar suya. Simplemente era una consecuencia de lo que otros hacían, de lo que otros decidían. Y se había acostumbrado. Vivir y monotonía para él eran sinónimos.

Pero esta tarde todo estaba siendo diferente. Aun cuando respondió una llamada que no esperaba, él decidió hacer aquella concesión, haciendo creer que aun podían controlar sus decisiones.

No había ido a trabajar. Y sus pasos lo llevaron hasta aquel puente. Se sentó en la baranda a contemplar el torrentoso río. Pensamientos que se confundían con el sonido del agua entre las piedras. Libertad, fluir, avanzar. Sintió envidia.

Cerró los ojos, se dejo caer. Alcanzó a sentir como su ropa se mojaba, y como el agua se hacía parte de él y él parte del agua. Los golpes en las piedras poco importaban. Al fin avanzaba. Ya nada lo detenía.

No era necesario dar explicaciones. Ya nadie más se las pediría.