Estoy tirado en la cama.
Nunca le di importancia a esas pequeñas cosas
tú sabes, trepan a tu cuerpo
el dolor, la angustia, el tedio.
Ahora ya no podré tocar nunca más la guitarra.
El imbécil que me arrojó el balón no lo sabía,
quizás nunca lo sepa, pero de alguna forma el cambió
mi vida. No puedo cerrar este maldito puño
para darle en la madre, ni para golpear la cama,
ni para sostener una guitarra, ni para escribir.
(estoy escribiendo sólo con la otra mano)
Todo esto para qué?
Bueno, parece haber una maldita moraleja: nunca
te esfuerces, porque otro idiota puede llegar y joderte
cuando no te lo esperes, adios familia, adios sueños
adios vida. Nada de lo que hagas vale más que
un buen par de ojos, o de piernas, o de brazos,
o de pulgares con los que puedes tocar guitarra.