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Inicio / Cuenteros Locales / alinarco / Un miedoso rencor camina en la noche, con PAPEL HIGIÉNICO.

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John es popular, vive en un departamento, pero no deja de ser un explorador.
Es un grato conservador de la higiene porque se baña con hielo. Su estado de ánimo preferido es el estado de coma para estar a salvo y feliz. Su rostro puede inspirar hasta a un pez

Cuando un hombre vive en un departamento, es para no dejar de ser un explorador de monotonías. Si John vive en él más de 5 horas despierto, se convierte en una insolente masa repetitiva de sus actos y de sus pensamientos. Es inservible y siempre se acurruca en algún ricón a lesionarse.

Es como un objeto lento que espera la lepra envasada en comida rápida y programas de consursos. Enverdece en vez de envejecer. Se queda mirando a los espacios que deja la sombra bajo la mesa. Su gratificación por el placer es reducida como su hueca cabeza.

De pronto para matar la aburrición, decide acomodar su colección de discos; o de DVD’s o de postales o de corcholatas del mundial de 1994 que nunca cambió por los vasos, los platos y las playeras; o de latas de coca-cola de todo el mundo; o de pulseras de hilo de Coyoacán; o de cucharitas ridículas de peltre en las que a su mamá la gustaba comer antes de que que en Liverpool comprara un juego de cubiertos de plata de 5 mil pesos; o su colección de dientes que le guardó al ratón de los dientes con la esperanza de ser millonario y que nunca se cumplió, así como la colección de billetes de Tris y Melate que tienen slogans como “seguro ganas” “ganas en un dos por tres” “saca el millonario que llevas dentro”. Se le ilumina el rostro al pensar en esto y saca su album familiar sonde los protagonistas son botellas de corona y coronita light en las diferentes mesas de las diferentes casas en esas fotografías. Sentado en las piernas de su tía abogada, con un rostro que evoca a la hipocondría de no envejecer, daba miedo. Se recuerda jugando con sus canicas, pelotas de goma, sus luchadores y su ring de dos pesos, las escondidillas, los hipódromos de gusanos pintados con gis en la calle Manuel Dublán y las porterías hechas de corcholatas de cerveza, las mismas corcholatas con las que aprendió a leer. Los juegos eran inocentes y tontos como cortar a una lombriz hasta ver cuantos de esos pedazos seguían viviendo, el rito comenzaba desde encontrarlos en las profundidades del jardín triangular de una anciana viejecita que siempre se asomaba a la ventana para cuidar su asquerosa propiedad de sediento pasto seco y púas; cuando ya tenían a la lombriz la limpiaban y estaba lista para ser dividida en pedazos infinitos. ¡Pobres lombrices! que en tiempos de lluvia, eran más fácil atraparlas porque estaban tiradas afuera de los jardines y eran muy largas.

Entre tanto recuerdo puso su película típica favorita “Pulp Fiction” salió al jardín y se quitó su saquito de 3 mil pesos y se puso a buscar unas lombrices para comércelas con salsa inglesa y queso parmesano. Tomó una chaparrita de naranja que le compró a su sobrino en Chapultepec y que le salió en 7 varos, una mamada de menos de 250 mililitros. Después se tomó una Bonafina, de naranja obviamente, y saco las lombrices, aún vivas del microondas, de 13 meses sin intereses del Palacio de Hierro, y le puso 5 minutos más y volvió a su álbum familiar. Observó la foto en la que se había “ganado” una pantera rosa de como 5 centímetros de la lotería de la feria de la Iglesia y que como no se la ganaba por pendejo, se la decidió robar y salir corriendo sin esperar encontrarse a su abuelita en la entrada, quien la hizo regresar a la lotería con el juguete entre las piernas a seguir jugando hasta esperar a su mamá. Su abuelita no sabía que, a sus como 7 años de edad, ya tenía llaves de la casa y era libre e independiente, asi que se escapó y entró a la casa jadeando, escondiendo el juguete en su clóset sin poderlo disfrutar hasta dos días después, cuando se acordó que se lo había hurtado. Ya nadie lo podría juzgar por haberlo robado porque ya nadie se acordaría y corrió a la parte trasera de su edificio y, de la felicidad, lo aventó y los árboles, quienes haciendo justicia divina, atraparon a la pantera rosa de cinco centímetros y no la dejaron bajar. John empezó a llorar y fue por la muchacha que estaba lavando la ropa y le pidió ayuda. La muchacha, sin preocupación, mediocremente, con una escoba trató de mover las inamovibles ramas y que hicieron suya a la pantera rosa.

Las lombrices salieron rostizadas del microondas, (a 13 meses con tarjeta Palacio) y las degustó con vino barato, ya que la Bonafina se acaba en un desliz. Saboreo los cinco pares de corazones de cada una como si fueran spaggetti. Se levantó por el salero y salpicó sobre ellas, salsa inglesa y ketchup. Como no había limpiado su cocina en meses, una infortunada cucaracha con su hija pasaba a ver qué habñia de cenar esta noche, sin saber que se unirían al festín que habían abierto unas lombrices flacas como ellas mismas.

Dos cucarachas después y un Yakult para acompañar tan crujientes amigas, se detuvo a pensar en su niñez y en la niñez de su abuela que comía chapulines que caían de los árboles del campo, de ese campo que ahora es mierda llamada ciudad, encontrada en el mapa.

Tocó a la puerta un vecino cojo que usa lentes de fondo de botella y lo hizo pasar. Le invitó a comer deliciosos manjares y cuando el vecino preguntó a qué se debía tanta amabilidad por ir a pedir un pinche foco, él respondió “No hago más que alabar sus buenos gustos y los míos .... mmmmh”. El vecino un poco sorprendido por su mirada y su actitud brindó y le deseo buen provecho. En estos momentos debe de estar rumbo a china por debajo del asfalto con trozos de papel Regio o Charmín.

Texto agregado el 22-11-2004, y leído por 191 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-06-2005 bonito me gusto rossaa
18-01-2005 ups! rinde bien Desdentado_Daroca
 
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