Hugo había salido de las oficinas con un cheque y muchos ceros. Se durmió en la calle e hizo guardia para esperar a que le abrieran la iglesia. cuando abrió el capellán se sentó en una banca a reflexionar sobre lo que necesitaba, pensó en una cirugía de cara para ser guapo y tener millones de tipas mirándole el rostro por horas hasta que se convenció de que su problema estomacal las distraería un poco. Pensó en arreglarse el cuerpo y ser un atlético personaje admirado. Pensó que sería mejor insertarse cabello en sus entradas gigantescas. Pensó que podría ser un porn star con un tratamiento de alargamiento del pene. Pensó que escribiendo un libro y pagando para que la gente lo comprara podría ser popular entre la sociedad elitista. Pensó y pensó hasta que la cabeza le obligó a descansar. La misa de 8 lo despertó en la homilía y decía el padre que el amor era el motor que movía al mundo y una sonrisa solucionaba cualquier problema. Sintió la necesidad de buscar a alguien bello para seguir viviendo y encontró a la mujer de un hombre desdichado, que cansada de sus quejas había salido con un belice y una ilusión. La tomó de la mano y le ofreció su desnudez franca y vertical y ella le sonrió; se acercó a la iglesia despacio con su maleta entre las manos y agradeció el gesto de la amable erección. Él dejó sus zapatos en el ofertorio y caminó descalzo hasta la cubierta de un gran yate en la costa. Mareado, confundido y emocionado tomó la primera toalla que vio para limpiarse las cortaduras de los residuos de vidrio, que dejaban lo marineros en el puerto. sostuvo su cheque en la manos ensangrentadas y lo guardó en su bolsillo derecho. Durmió. desde hace días que no había visto nada igual... ella estaba con el pelo mojado frente al espejo y los ojos más azules que el mar de la ventana, se dejó empapar, se dejó sudar y se permitió soñar, hasta que se decidió a soltar la primera palabra desde que se conocieron "MegaEsther" Ella no lo comprendió y se volvió a cepillar el cabello con la paciencia de un cadáver. MegaEsther era lo más hermoso que encontró en sus primitivos vocablos para expresar tanta belleza diabólica enfrente de él; Esther era su madre, para él, la mujer más perfecta sobre la tierra, la que catadora de pensamientos y cubría su inocencia con un rebozo que se puso todos los años desde que se casó hasta su muerte.
Abriólas ventanas y puso algo de comer en su boca, la mujer que clavó sus ojos en las negras noches del hombre desnudo,
Se sentó con ella a mirar la eternidad de la luz y le retorció los cabellos negros por la frente, percibió su mirada azul cielo. Ni un sonido en la mitad del desierto. Todo callado como un cementerio y se puso a llorar la MegaEsther, suspiró tanto como las nubes y abría los dientes simulando tragarse sus penas en las manos. Él no podía comprender las reacciones de una mujer desolada así que decidió llegar a la otra orilla y llorar desconsoladamente solo, se tomó la cabeza y se le caía el cabello, se miró la panza y sintió asco, pero conservó la esperanza de llegar a tierra firme y llamar a un cirujano para hacerlo hermoso como su muda acompañante.
Se descompuso la noche y dormían separados. En los sueños de la MegaEsther habían policías vestidos de mujer, con su bellos rostro y maquillaje de Garnier, unas túnicas esplendorosas con olor a Channel y todos bailando el bolero de Ravel. En los sueños de él había sombras, y su rostro lo perseguía por toda la ciudad hasta que se lo topó frente a frente en un callejón, detalle por detalle se espantó de su horror maximizado.
A la mañana siguiente el tomó un libro de la MegaEsther y leyó que una sonrisa lo cura todo. Se tocó el bolsillo para sentir el cheque y se dejó caer al agua con la intención de ahogarse. No gritó ni se asustó, subió al bote por su propia mano y comenzó a secar su cheque con las sábanas de la cama. No sufrió gran daño por el material resistente hasta para los mocos.
Así pasaron días sentados llorando todos los días y después noches de pasión cegadoras y al final terminaban en camas separadas, él la necesitaba y ella se dejaba querer. al comenzar la confianza, aproximadamente 40 días después de que salieron de Puerto de la Iglesia, ella confesó que había sido siempre la más bonita de la casa, de la escuela, de la universidad, del trabajo, de la ciudad y eso le cansaba, que todo el mundo la persiguiera por su belleza, todos los chicos de la universidad buscaban lucirla en las cantinas de moda o las calles de los ricos. Él confesó que su vida tenía un vago olor a carne, cerveza y quemaduras de piel por reparar estufas. No hablaron más ese día.
La MegaEsther esa otra mañana se cortó el cabello negro y se lo dejó como los colmillos de un vampiro por la frente y la espalda, se cortó las pestañas y se afeitó las cejas, los brazos y le recortó los bellos de la nariz a su heredero de confesiones. Tomaron agria leche de cabra y una mendrugo con lo que quedaba de mantequilla. Cerraron los ojos y a los dos les dolió la columna por llorar varios días en posición fetal. Esa noche calló una llovizna pero durmieron en paz.
El pobre calvo se aseguraba de conservar el cheque que ya no sabía ni para qué serviría. La cantidad era importante pero a esas alturas del mar nadie tiene lo suficiente para callar las preguntas que se hacía....ruído ruído..¡cómo disfrutaba el ruido!!! Disfrutaba incluso el pasar de las ballenas y en su cabeza amplificaba el volumen para no pensar.
Un día de entremeses de peces, a la MegaEsther le sangraron las encías por periodos prolongados de tiempo. Esa noche no podía dormir. al día siguiente fueron sus débiles pero blancas piernas las que no aguantaron el ritmo marítimo y él conservó sus energías y pensamientos para lo peor, sin embargo le daba agua de mar porque había leído en la publicación interna de la empresa para la que trabajaba que tenía propiedades curativas, pero lo que no sabía el pibe, porque no acostumbraba a leer las notas completas, era que el agua de mar tratada podría curar algunas enfermedades leves. Sacó un cuchillo y le cocinó peces en la parilla y ella no los aceptaba porque sus encías seguían sangrando, la mirada de la MegaEsther estaba perdida y no la podía aterriza en ninguna parte, él la trataba de hacer sentir mejor pero no podía con tremendo susto interno de la muerte, esa muerte que podría haberse evitado. La tomó entre sus brazos mugrosos y malolientes para decirle en el oído "Mi MegaEsther, nadie te ha querido más que yo" ella soltó una expresión de asco y balbuceó un "Baaaaaah" . Cerró los ojos y se le calló la corona que había hecho con las escamas grandes de los pescados unidas con hilo de pescar.
Repaso una y otra vez su pelo negro en la lluvia y sus ojos azules en la noche. Esperó a que le creciera el cabello, como le creció a su tío abuelo después de muerto, pero eso no ocurrió. Le tocó la piel tiesa, le besó los pies, le puso su corona y charló con ella de sus añoranzas y de sus incumplimientos. Le platicó su infancia, sus ideas políticas, sus modales, sus adjetivos y su manera de vida, todo en segunda persona.
Después de varias noches durmiendo con el bulto morado, el barco tocó tierra, al levantar la vista los destellos de unas lucecitas en el muelle lo deslumbraron, eran los pedazos de las botellas que rompían los marineros en sus barcos y que le habían lastimado los pies, cuyo sangre se encontraba atrapada en la toalla que estaba abajo de la cabeza de su MegaEsther. |