París, Julio de 1870 ,
15 Rue Vinvienneç
Georges ,
No dudo de las bondades del clima de esa entrañable provincia, pero he optado por declinar a la gentil invitación de tu hermana. Sabes que no me resulta agradable el sol de los viñedos y la alegría de esos jóvenes; prefiero la oscuridad de la noche en la ciudad, vagabundear por esos detestables establecimientos cuya única virtud es permanecer abiertos en las horas en que detesto estar acostado. Es además la única actividad que tiene algún sentido en este mundo.
Adelantándome a tus consejos cariñosos, que surgen cada vez que me escuchas hablar con sinceridad, te cuento que he visitado al doctor que me recomendaste. Efectivamente tiene una visión del estudio de la mente de los hombres, harto diferente de la que habitualmente se encuentra en los manicomios. Hemos trabajado juntos durante algunas semanas. El doctor me guardaba un cariñoso respeto, pero en conocimiento de la verdadera naturaleza de mi ser biológico, tengo la certeza que ahora me tiene miedo y asco.
No es para ti desconocida la atracción que mi cuerpo siente por todos los asuntos de la sangre. Sentiría un enorme placer en destruir un cuerpo humano y juguetear con sus entrañas. Me pregunto como es que aún no lo he hecho. El laúdamo y sus encantos, el ajenjo y sus largas noches; la tediosa tarea de escribir esos odiosos cantos, me han distraído estos años. No fue fortuito lo sucedido en Montevideo, siempre lo supe en mi profunda alma. Ahora el doctor espera enterarse de mí por lo periódicos, insiste en que, con mi actitud de plena indiferencia ante lo que el llama una enfermedad de mi alma que proviene de mi inocultable homosexualidad, la bestia que llevo dentro cometerá horrendos crímenes el día menos pensado.
Esa es la verdad mi caro amigo. Tú tienes la culpa de esta constatación. ¿Pensaste que mis tristezas podrían curarse con una simple sangría? ¿Pensaste que mi retórica no podía ser algo más que un juego literario? Seguro que sí, por eso arreglaste las cosas para que termine en manos de ese interesante científico.
Adivino tu gesto de asombro ante el contenido de esta carta. Tú sabrás darle una explicación decorosa a tu hermana sobre los motivos de mi ausencia y sabrás disculparme por no saludarte la próxima vez que me cruce contigo en alguna calle. En posesión de mis certezas, prefiero prescindir de la amistad de los hombres.
Solo espero no vivir demasiado, detesto la sociedad humana, como detesto la posibilidad del suicidio, así que algo tendré que pensar en estos días.
Que tengas una buena época en la provincia.
Isidoro Ducasse
P.D. Llegará por allá la noticia de un crimen que ha conmovido a la ciudad. Una muchacha del barrio latino, de esas que frecuentamos alguna vez, murió en manos de los excesos de algún idiota. Duerme tranquilo no he sido yo.
|