“La niebla es tan espesa que la gente con sentido común (¿por qué lo llamaran así?) se ha quedado en sus casas viendo la película de la tarde... ¡Pero no! ¡Tenía que salir a la calle por narices! ¡Vaya frío!”

Al mirar al fondo de la calle, uno se puede dar cuenta de que quizás ahí no haya nada, que ahí se acabe el mundo... Es todo blanquecino, como si el Cielo hubiera invadido a la Tierra “Como si Urano quisiera otro vástago con Gea”.

A lo lejos, una silueta oscura se acerca... Al estar cerca suyo puedo notar que la parte superior del cuerpo está completamente descubierta, como si el frío no atenazara sus músculos y los contrajera con su helada mano.

El extraño sigue acercándose, y sin miedo yo me acerco también a él. También puedo darme cuenta ahora de que aparentemente tiene cerca de mi edad, es delgado y su expresión es triste y oscura.

Al verme, el extraño retrocede unos pasos y grita:
-¿¡Quién va!?
-Este... Pues yo, creo –contesto sobresaltado.
-¡No te acerques!
-Pero... –No puedo terminar la frase, puesto que el muchacho ahora se acerca a mí corriendo. “Vaya, menuda determinación.”
-¡Todos aquellos a los que he amado están...! –grita entre sollozos-. ¡Aquellos a los que he considerado amigos me han...! ¡NO!

El muchacho llora. En su carrera con la cabeza baja, se choca contra mí y me tira al suelo. Ahora que veo su torso descubierto, puedo darme cuenta de que ha sufrido varias heridas; que su espalda tiene unos horribles bultos... Bultos que ahora aumentan y dar lugar a unas alas negras.

-Tranquilízate –le digo mientras me levanto-; y ahora dime, ¿cómo te llamas?
-Me llamo... Harry.

Ahora que veo su cara, me quedo anonadado; no consigo levantarme; mis músculos no se mueven; el muchacho extiende las alas y se marcha volando; llevo horas de rodillas, sin hacer nada...

Su rostro era el mío.