Me desafía, me reprocha...

-¡Hoy te olvidaste de mí!...- me grita.

La oigo a lo lejos inmensa y continua; es su voz inconfundible…

-¡No me olvidé, ya voy contigo!- No le contesta mi voz pero sé que me oye, que me entiende.

Enfilo hacia la playa al final de una tarde de Noviembre; debería de haberme abrigado más. Cierro el paraguas que ya no sirve de nada doblado por el vendaval.

La lluvia arrecia un poco más sobre mi cabeza mientras me acerco y percibo ya su eterna agitación, su constante estremecimiento. Allí está.

-¡Aquí me tienes!…- Le grito aunque no espero contestación, ni siquiera atención por su parte.

Ella se balancea alternativa entre los últimos rayos de luz y las primeras sombras, coquetea con los claroscuros, con los azules y grises ya apagados. Anda revuelta y se torna verde turbio en la orilla.

El viento insiste y trae su olor a salitre saturándolo todo.
Huele a ella aunque parezca ignorarla; huele a caricia interminable sobre las olas… y se sabe único, es él quien realmente despierta sus pasiones, el único que la sabe calmar cuando se torna en brisa; quien silba y la acompaña en su constante murmullo de resaca.

Ya no siento el frío, se acostumbraron mis venas o se me habrá terminado de helar la sangre. El rompiente se repite interminable y volátil en espuma. El aguacero que sobre ella cae mansamente… a mí me golpea la cara. Pero no me asusta, voy a tenerla una vez más.

Paseo sobre la playa desierta, disimulo mientras llega el momento. A lo lejos ya se encendieron las luces. Observo las rocas que sobresalen del agua, se muestran negras; no queda luz que revele su verdadero color. Alguna gaviota ya sin sombra la ronda ya sin demasiadas esperanzas.

El faro se resigna a pasar otra noche tediosa de luminosos lamentos, luz inútil, que no impedirá que ella desaparezca con el horizonte.

A fin el deseo de tocarla se va haciendo irresistible y me acerco aún más con evidentes intenciones.

Desde su borde trato de alcanzar las olas que llegan sucesivas, cada vez arribando más cerca de mis pies.

- Te alcanzaré la próxima - le digo…
- No, la otra....quizás esta...-. Mientras adelanto una mano…

Una ola se cuela y me empapa... mis zapatos brillan chorreando. No está fría pero me sorprendo y tras retroceder un poco, insisto.

Al fin, la toqué; he hundido mi mano en sus hechuras suaves, casi me parece tibia. Por un momento parece que todo se detiene; ella no lo esperaba y con fingido recato se retira para volver al instante con sus juegos tras de mis piernas.

La saboreo feliz, apenas me parece salobre....lo he conseguido otra vez…

De regreso a casa y desde mis zapatillas secas la observo a través de una ventana.
Debería haberme acostumbrado ya…
Pero estuvimos solos: ella y yo....de nuevo.
Quizás ya ni me recuerde.

Prefiere golpear implacable las rocas oscuras, los barcos y dejarse caer en la playa...
Sigue acariciando impasible el borde de la distancia que nos separa… Sigue apremiando sin descanso, con su voz profunda, ese fragor apagado y vibrante.

La lluvia y el viento se redoblan; todo se desdibuja... Ya es noche cerrada, el cielo la envuelve en las sombras, lejos de mi vista.
Me dormiré con el sonido de sus interminables devaneos.

¡Al diablo!...No me puedo quejar, ya era así antes de conocerla.