( La Historia)
El siguiente texto lo escribí una tarde de... ¿primavera? Sí, creo que era primavera. Sé que llovía. Hace ya muchos meses y sin embargo, aún quedan las reminiscencias de luz, de esperanza, de melancolía huyendo por las calles, apartándose de mi.
Recuerdo que salí tarde de la oficina. Serían las cuatro y aún no había comido. Tomé algo por ahí, y luego me quise perder por mi adorado Casco Viejo. Había cesado la lluvia y aquella mañana gris se atardecía y comenzaba a morir entre los rincones ante mis ojos.
Decidí de pronto buscar un libro de poemas. ¿Había algo mejor para mí que un libro? Esa tarde no. Dí vuelta atrás. Después de ver y sentir tantas cosas aquel día, la luz pareció penetrar por mis ojos y devolverme un arco iris en la palma de la mano, que se reflejó en pequeños charquitos, donde se balanceaban, ingrávidas, las hojas de los árboles, y las ventanas de los edificios, que me miraban con sus enormes ojos abiertos.
En aquella librería bajé a los sótanos, donde supe que encontraría algo importante. Un hombre de pelo blanco y semblante serio me atendió: “Kaixo...” Y yo, algo tímida, sonreí mientras le decía que quería un libro de poemas bilingüe, en castellano y en euskera.
Me ofrecíó los más vendidos, esos que ofrecen canciones famosas traducidas, poemas rimados, dichos de siempre. Y yo, callada. Me miró: “Ah...” Cogió la escalera y subió a unos estantes. Quiso evitar el polvo acumulado sobre aquellos libros, pero algunos átomos maliciosos caían a cámara lenta y se abrazaban a mi regazo.
Pero, ¿Acaso algunos dependientes sufren de telepatía? ¿Pueden, tal vez, penetrar en el pensamiento de las personas? No sé... ¿O si? Se bajó de la escalera con algunos libros polvorientos. El más grande, el de portada más fea, me llamó con su voz cadenciosa desde su alma invisible y supe que me amaba en silencio.
Lo tomé entre mis manos y el dependiente me miró. No nos dijimos nada más. Me lo llevé, sujetado entre mis manos, entre mi pecho y una sonrisa callada.
En el camino a casa paré en un parque, y entre niños y un café nos dijimos algunas cosas. El resto ya es historia.
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(Y el Texto)
Bilbao, ciudad cosmopolita y diversa, entregada al trabajo y a la fina lluvia, a la gente y a la rutina con que me albergas desde tus puertas ocultas y grandes colinas imaginarias, paseo ensimismada por tus calles, por las brumas vespertinas del invierno o el rojizo sol de agosto, siempre apasionado.
Como una enamorada, te busco y me pierdo, con este eterno despiste que siempre me acompaña, a veces cómico, que tú aprovechas y admiras sonriente, mientras me requisas durante horas.
A veces me llevas por la angostura del Casco Viejo, en callejuelas esquivas y estrecheces sinuosas o circulares, enigmas que abarcan la antigüedad de un nombre o trazados centenarios por donde empinadas cuestas suben, absorbidas, y algunas iglesias aparecen, tímidas y arrinconadas en sus inteligencias de piedra, con el simbolismo que tanto quiero admirar sobre salmos ocultos o muestrarios inabarcables que se despliegan ante mi silencio, en la mirada expectante o el ansioso tacto por descubrir la pura languidez de la nada, esa contemplación, incontenible, que se repliega para descubrirse.
Y me sigo perdiendo, envuelta en un halo de misticismo y asombro infantil, siempre lo hago. Seguramente los ojos me brillarán en una sonrisa callada, quizás reverente, sobre la multiplicidad de grandes cristales que soportan las tentaciones de tus tiendas: sueños, corazones, adivinanzas y sensuales perfumes.
Me despierta el embrujo de las almas del café, adicta irrevocable, me maravillo de ese aire irresistible, pululando misterioso, altanero, desde las toscas tabernas a los elegantes lugares: inolvidable Café Boulevard, bohemio lugar lleno de encanto.
Y tú, impresionante, te alzas y me observas, Teatro Arriaga, siempre hablando de ti y tus aledaños acuosos o terrestres. Ya me muestras cerca, muy cerca, el Mercado de la Rivera, apasionante lugar de idas y venidas, risas o conversaciones sobre compras de pescados amables, frutas olorosas, o esas ventas originales de las pocas mujeres que traen a vender, de sus caseríos, las flores, las tiernas verduras de la tierra o sus voces gentiles.
Ebria de tu belleza antigua asciendo a ver la elegancia más extrema: La Gran Vía; y camino sobre el pequeñísimo puente que cobija la Ría, siempre la Ría, la de los antiguos barcos de antaño viniendo a bostezar en las orillas.
Por esa empedradura que emerge, voy escuchando los breves retazos de agua y te digo "agur" (adiós) querido Teatro. Y ya me saludan, serios y dignos los imponentes edificios de la Gran Vía, esa elegante Dama de famosos Bancos y amplias calles de lujo y esplendor, algún Palacio altanero entre murmullos de otras lenguas, glorias y épocas que yacen como piedras angulares de la Historia.
Pero voy atravesando la preciosa calle añorando el horizonte, al final el Parque de "Doña Casilda", grande, hermosísimo y cuidado, con el coqueteo de su museo de arte, siempre receptor y rodeado de árboles, grandes protectores que miran a los paseantes bajo este cielo de junio, azul, que adorna la terraza de siempre, ofreciendo té o café mientras los niños miran y no te ven, y siguen jugando, incansables y alegres como divinos tesoros magnánimos, que todo lo saben y quieren, criaturitas de dientes casi grandes, a veces mínimos, que todo aprecian aunque no vean nada; ay, admirables seres.
Y yo les miro, embelesada y divertida, mientras aprieto un libro entre mis manos que acabo de comprar, otro pequeño monstruo de esos que siempre me atrapan; ay, ingenua turista noctámbula.
Pero ya me voy. Es tarde y anochece. Me llevarán los brazos de un autobús de labios rojos, un adulador del tranvía, ese moderno y verde que adoran los niños y los rincones enamorados. Y enamorada yo, siempre, seguiré soñando entre tus piedras, por tus mármoles, por tus cornisas, por tus hierbas amarillas o pobres, por el mar de niebla de tus pensamientos amargos o felices, admirando la belleza o la tristeza, todo eso que despliegas al mundo, desde tu anónima sombra que a veces es gris, a veces plata, a veces luz, pero siempre vida.
Tú siempre me llenas, con paraguas o con sol, o bajo las estrellas nocturnas que duermen mis sueños.
Tú siempre estás. Yo siempre estoy.
Bihar arte (hasta mañana)
Nik maite zaitut (te quiero)
isa (junio de 2003)
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