Son las 8. Acabas de llegar a tu hogar después de un larguísimo día de trabajo. Te has descalzado y sin aun colocar los zapatos en su sitio, has conectado el ordenador, 'para que vaya arrancando mientras me pongo el pijama' has pensado. Hoy no buscarás un rato de evasión en una charla más o menos trivial, en función de qué muñequito del messenger este verde o rojo, ya que tu hermano que ha venido a visitarte te requerirá cierta atención. Además, tu messenger es privado, íntimo, solo tuyo... Sin embargo, sí querrás ojear tu correo electrónico. No esperas grandes noticias, pero deseas ver quién se ha acordado de ti, y ha dedicado unos segundos de su vida a reenviarte un chiste, o a dedicarte un pensamiento.
Hoy, mientras volvías en el autobús mirabas hacia el color del cielo y pensabas en que cada año los días comienzan antes a acortarse. Acaba de pasar el verano, y el otoño acecha con vientos y lluvias inminentes. El aspecto del pueblo cambiará, las ropas y los gestos de frío e incomodidad en las personas que a diario ves en el mismo autobús parecerán amoldarse gradualmente a la nueva estación.
En el autobús has colocado tu bolso en el asiento de al lado, como una muralla, o una coraza subliminal. Aunque te apetecería hablar, conocer a alguien, no te gusta que ese viaje de vuelta a casa se vea turbado. Es tu momento de evasión diario, donde no cabe hacer otra cosa que no sea pensar, imaginar... Miras a quien te rodea. Las dos ancianas que vuelven del centro y que no fallan en su excursión diaria al médico, a la farmacia o al parque. Esa pareja de enamorados estudiantes que entre parada y parada toman aliento. El muchacho solitario con la mirada perdida por lugares cercanos a tu mirada... Te sorprendes inventando una historia detrás de cada persona, y sin darte cuenta, cada uno de ellos ya tiene una vida figurada dentro de tu imaginación, a pesar de que apenas has cambiado alguna vez unas palabras de cortesía. Una historia detrás de cada vida, piensas. La historia que a cada uno nos hace especial...
Un pensamiento fugaz cruza tu mente... ¿Te observan?. Sí. Lo hacen. No puedes evitar sentir halago a la par que curiosidad, al saberte observada. El muchacho de la mirada perdida parece haber centrado hoy más que nunca su mirada en ti. Sus esquivas pupilas se posan en las tuyas con más frecuencia e intensidad que de costumbre. Se sienta en los asientos de la izquierda, girado hacia ti. Tú te debates entre seguir mirando el atardecer por la ventana o devolver la callada mirada. La situación ha comenzado a parecerte ligeramente incómoda. Te gusta sentirte observada, te halaga, pero a la vez quieres que tu espacio vital no sea violado de una forma tan flagrante. Aparentando indiferencia te giras, pero no le miras. Abres el bolso y tomas un libro. Te encanta leer, y últimamente dada tu falta de tiempo te has decidido por comenzar con aquel libro de relatos cortos que espera en una estantería en tu salón desde Reyes. Juan José Millás. Habías oído hablar de él, pero esto era lo primero suyo que tenías entre tus manos. Ojeas el índice. Hay muchos cuentos en el libro, y te sorprendes al comprobar lo cortos que realmente son algunos de esos relatos. Un título te llama la atención, y decides comenzar por ahí: 'El paraíso era un autobús'. Lo lees ávidamente, y reparas en la cantidad de detalles con los que te identificas de una forma tan clara. ¿Somos todos tan iguales? piensas.
Confusa, algo turbada, cierras el libro. El trayecto de este día se te ha hecho muchísimo más corto. De hecho, tu parada está tan próxima que debes comenzar a poner en orden tu bolso con cierta urgencia para bajar a tiempo. El muchacho de la mirada perdida hace rato que no está. Aunque hoy no te has percatado de que lo hiciera, sabes que siempre baja en una parada anterior a la tuya.
El ordenador ya está esperándote, y lees la nota que tu hermano te ha dejado en el frigorífico: ‘Llegaré un poco tarde. Un beso Tata’, mientras abres el yogur desnatado con tropiezos de melocotón que cada día a esta hora te gusta tomar. Ya con el kit completo, (pijama, yogur, ordenador e intimidad), te sientas frente al ordenador, abres el correo y saboreando los tropiezos de melocotón entre tu lengua y tu paladar, con la mirada perdida en la pantalla, se dibuja en tu rostro esa mueca que pones siempre cuando tu cuerpo y tu mente no están en la misma dimensión.
Tu mente está en el autobús. No en el que cada día te ve ir y volver, si no en el de Millás. Ya vas mucho más allá del texto; obviamente no haces una extrapolación directa entre el breve relato y el chico de la mirada perdida. Pero sí es cierto que ese chico, su mirada y el cuento te han hecho darle vueltas a una idea desde que cerraste apresuradamente el libro.
Continúas roboticamente repitiendo el mismo movimiento con la cuchara, buscando en las esquinas del bote y comiendo apenas nada, mientras, le vas dando forma a la idea que te ronda la cabeza.
Sí, lo vas a hacer. |