Así estabas ese sábado en la noche. Sábado desesperanzador y atenuador de nostalgias de historias que ya no tenias mas que en la mente. Seis pares de zapatos tirados a la orilla de la entrada de la puerta, que te recuerdan que hace algunos días tuviste una vida.

Pero hoy ya estas reposando en tu casa, aburrida. Te quedaste echada sobre tu cama oyendo a Fito, pensando que tal vez, lo que quieres es tirarte en una mecedora con la luz a medias, escuchando al viejo Joaquin --tu casi dios descriptor de sentimientos (y tabúes)-- Sabina.
Querias estar vestida como llegada de una fiesta, con el maquillaje corrido y el vestido sudado, y el olor a perfume mezclado con el olor a cigarro de segunda mano, y el aliento de los hombres que te respiran en el cuello. Pero de todo solo tenias el vestido violeta, tirado sobre la silla, y las ojeras que te dejo el insomnio, de pensar en el tipo que antes te importaba y ahora no es para tí ni siquiera un buen recuerdo.

Te contemplas solitaria... y vacía. Pero no estás vacía, estás llena de muchas cosas y muchas historias; te sobran los motivos para escribir la canción mas hermosa del mundo, y no sabes cual motivo elegir. Tienes ganas de estar existiendo en una historia que aun no tienes, en la que buscas superar aunque sea un momento, de por lo menos un personaje de una novela. Buscas describirte como lo haría García Márquez o contarte y enamorarte del tipo moribundo de la de Miguel Otero Silva. Querias sentir ese dramatismo auto-provocado que te obliga a verte sola y anhelante, con una musiquita de final de película tocando de fondo.
Pero con más de mil recuerdos en el bolsillo, sólo puedes quedarte pensando en retóricas que te golpean y se golpean contra las paredes de tu cuarto.

Tienes ganas de deprimirte, y hacer creer que ya nada importa, pero bien sabes que aún hay mucho por vivir y mucho por qué vivir. No piensas dejarte caer, nada lo vale.
Es uno de esos días en que no logras, por mucho que lo intentes, sentir.
No sientes alegría de tu vida de ahora, y eso que hay tanto por qué alegrarse; no sientes tristeza de cosas perdidas, no sientes nostalgia, no tienes heridas. Sientes nada, nada excepto ese miedo intenso a no sentir.
Quisieras poder inventar la última escena de ese día. Pero tampoco eso te sale.

Te levantas, te pones las botas, y el abrigo de cuero, dispuesta a salir dar una vuelta por las calles... sin saber cuáles, sin saber cuántas.
Sales del edificio, el agua formando prismas de luces de neón, te hace darte cuenta del duelo de la lluvia luchando por caer sobre el asfalto. Intentas resistirte, caminar de nuevo a casa, lanzarte veinte o treinta pastillas a la garganta... Pero del otro lado de la calle te llaman ellos, haciendote caminar por inercia, y te toman por los hombros y te abren la puerta, y te arriman la silla y te sientan en la mesa... Ya no hay miedo, sólo risas, sólo amigos, música y cerveza, y esta alegría de ahora, futura nostalgia, ése por favor sálvenme la noche, esa incondicional respuesta.