Hace tanto rato que mi corazón no latía como hoy, seria necesario decirme a mi misma que dicen que esto es muestra de lo viva que estoy, como si la angustia fuera lo que más reafirma ese innecesario hecho, pero entonces de qué vale estar tan viva cuando los puentes no siempre pueden caminarse, y el rodar del mundo cayendo encima no calma los temblores que mueven mis intensos temores del momento, que no es pena, ni nada de ese ámbito de pasiones, sino tan sólo la palabra que no se dice y que me invade, las malditas repercusiones de la historia, tan marcada, tan lejana y tan aquí ahora.
Y lo que más quisiera es que no haya confusión por mis palabras, siempre intentado justificar, busco ahora la palabra, la escucha, el estar que calma, el vuelo de la gaviota, o el desierto tantas veces anhelado en mis noches y siempre en mis amaneces de conciencia y no de imaginada evasión.
Estoy temblando y veo que es falso el miedo al que recurro cuando digo hablar del miedo que realmente me remece y me hace llegar como en el orgasmo de la caída a lo más profundo de mis temores.
Los terremotos de la tierra son brisas estivales, el retumbar de la sangre bombeando, hormigueando los distales espacios es más intensa que la caída de Júpiter sobre el océano de mis espacios.
Y me pregunto cómo es que el andar me puso en el borde de este abismante desamparo, mañana quizás al despertar me diga que la esquizofrenia o mejor dicho la paranoia de la noche anterior fue sólo un desvarío indigno de comentar, y me ría de la superstición de la vela y la frase silente que dejé escapar en un suspiro al amigo de la foto omnipresente en nuestro íntimo espacio.
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