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OTRA REALIDAD

La mañana desparramó sus esencias por la cama de Laura.
Tendida, oculta en esa oscuridad que proporciona refugio y guarida, rodeada de fantasmas móviles que se diluían a medida que los rayos del exterior se intensificaban aguijoneando la estancia, Laura cantaba para sí las canciones que de pequeña escuchaba a su madre mientras se hacía la remolona acurrucando su cabecita en el vientre creador y mágico, y sus cabellos, negros y lacios, describían remolinos indomeñables al contacto de la mano materna.

Para Laura, mamá era un ser extraño, casi mitológico, entre lo real y lo imaginado.
La veía zambullirse en las livianas aguas de la piscina, con sus “consentidos” treinta y pocos años y su estilizada figura de atleta retirada que aún conserva la frescura de las formas.
Mamá se veía como una gota de agua caída del cielo para refrescar los hastíos veraniegos, un arco iris en plena demostración de su poder, de su esplendor, un saludable aparte para los curiosos ojos masculinos que, agradecidos, la piropeaban en busca de proyectos siempre truncados.
Al salir de agua, se embadurnaba en cremas de intensos y dispares olores, y se tumbaba al lado de Laura. Entonces, los perpendiculares fogonazos solares las sumían en un estado de semiinconsciencia, en un agradable impasse, y se dejaban llevar ambas por los efectos narcóticos del calor. Esa parte no revelada de nosotros, la que se descansa en algún desconocido lugar de la memoria y la reflexión, actuaba a trompicones, emergiendo lentamente a través de los labios de mamá, que se hacían, de pronto, inesperadamente confidentes. Laura la escuchaba con arrobo, superpuesta al pesado calor que se colaba por todos los recodos, y entornaba sus ojos para insinuar cierto gesto de indiferencia.

- Laura, me siento hermosa, realmente hermosa... ¿Te has fijado en esos hombres?, no dejan de mirarme... Piensan que no me doy cuenta, que voy a lo mío... Pero los veo, allí, escondidos, agazapados en sus cobardes sombras y levantando sus cabezas con disimulo por encima de los cuerpos de sus mujeres. ¡Menudos son...! ¿Ves aquel gordinflón, Laura? Menudo sinvergüenza...
- Sí mamá –contestó la hija-. Hay que ver, todos los días igual. Menos mal que yo soy aún una chiquilla y en mí no se fijan –dijo en voz alta, acompañando una enorme risotada.
- Si alguno de esos desgraciados te mirase, ¡me lo meriendo!

De pronto la madre se incorporó como un muelle que hubiera estado aprisionado entre dos piedras durante horas, y miró fijamente a Laura. Sus ojos eran bolas de fuego, más intensos que las llamas que pendían del rasurado cielo. Su aparente tranquilidad había sido mutada por el frenesí y el galope emocional.
- Ven, Laura –dijo con firmeza, mientras clavaba su mirada en el rostro asustado de su pequeña-. Te voy a confesar algo, algo muy importante, pero... –miró al gordinflón de la otra parte para comprobar que no la escuchaba-, pero me tienes que prometer que no se lo contarás a nadie. Nunca. ¿Entendido?
- Claro, mamá. A mí puedes decirme lo que quieras... Ya lo sabes –respondió, Laura, no del todo acostumbrada a esas situaciones.
- En este jardín, precioso y lleno de flores, en el que estamos, se encontraba, en tiempo de guerra, un hospital. Era inmenso. Tenía muchísimas salas, en tonos blancos y hondos –volvió a asegurarse de que nadie más que su hija escuchaba- como los de ese túnel que dicen se aparece mientras mueres –terminó la frase casi en susurros apagados por miedo a ser detenida por alguna supuesta Autoridad-. En el hospital recibíamos a los lesionados y a los enfermos, para cuidarlos y tratar de recuperarlos para la línea de fuego. Pues aquí, Laura –apretó aún más sus manos que sudaban por la fricción y el creciente calor que ya incomodaba- conocí a tu padre: un hombre apuesto y valiente que vino a rescatarme, que vino, alegando una enfermedad que nunca tuvo, para llevarme en su caballo por mágicos lugares. Me enamoré en cuanto lo vi. No sabes qué feliz fuimos por mundos nunca antes imaginados, recorriendo territorios que se encontraban en las estrellas, en esas estrellitas que por la noche guían a los barcos despistados, a los niños perdidos, a las musas faltas de creatividad... Me hacía sentir una princesa a galope, en un corcel elegante y principesco, agarrada al cuerpo de su príncipe trovador y misterioso.

Laura notó, entonces, que mamá languidecía, que su cara, antes enhiesta y tensa, se relajaba, se arrugaba, se entristecía, se cansaba... Y sintió, otra vez, ese estado de impotencia y angustia que sobreviene cuando el agua inunda y tapona todas las salidas, cuando la falta de aire atora los sentidos, cuando todo pesa demasiado.

Se levantó, y cogió a su anciana mamá, dándole un beso en la mejilla, caluroso y emotivo como el que, entre desvaríos, le dedicaba su apuesto y valiente príncipe, a galope entres sus mundos. Y volvieron a casa.
Laura, a la penumbra de los cuidados; mamá, a su feliz locura de gestas imposibles...

(A propósito del Alzheimer).

Claudio Rizo.
claudiorizo@hotamail.com


Texto agregado el 21-11-2004, y leído por 162 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-11-2004 Un cuento tan bello como tierno y conmovedor, muy, muy bueno yoria
21-11-2004 cuando se lee algo asi se nota que se tiene el sentimiento .... espero que no te afectara mucho este problema del alzheimer en tu vida... muy buen escrito, lo mejor que he leido hoy hasta ahorita...5* coulmier
 
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