La vida había sido generosa con él.
No cualquiera llegaba a los 80 años, y menos aun en esas condiciones: saludable, lúcido, con un bienestar económico forjado en base a esfuerzo, lo que lo hacía doblemente satisfactorio.
Por eso, cuando sus hijos decidieron celebrar su cumpleaños, él acepto orgulloso, pero bajo ciertas condiciones: la fiesta consistiría en un almuerzo familiar y él mismo oficiaría de cheff.
Tres días estuvo consiguiendo los ingredientes para aquella comida: no quería olvidar ni el más mínimo detalle.
Ese domingo madrugó más que de costumbre.
A las seis ya estaba encendiendo aquella vieja cocina a leña que emanaba antiguos olores de panes caseros, bizcochos, pizzas y tantos manjares más que habían pasado por sus entrañas.
Llenó la gran olla esmaltada con agua y la llevó con esfuerzo hasta esa gruesa plancha de hierro fundido que recién comenzaba a entibiarse.
Se sintió agitado: "¡Son 80 años!", pensó mientras sonreía.
Y puso manos a la obra: un par de kilos de esto, un poco de aquello picado... no, mejor un poco más: no vamos a escatimar justo hoy!
Mientras, sus hijos y sus respectivas familias iban llegando, y el bullicio aumentaba considerablemente.
Las risas de sus nietos eran música para sus oídos.
Algo que no le había sucedido con sus propios hijos; y más de una vez, ya crecidos, le echaron en cara la dureza con la que los había criado.
Frunció la boca y meneando la cabeza pensó: "Esos golpes fueron los que forjaron su carácter, y gracias a eso, hoy son hombres de bien, templados a fuego y capaces de los mayores logros".
Cuando miró el reloj, apenas eran las diez y todo iba según lo planeado.
No había permitido que nadie entrara a la barbacoa, para sorprenderlos con el menú.
Le sobraba tiempo, y decidió descorchar esa botella de vino tinto tan caro que sus hijos le habían regalado hace unos días.
Y mientras lo saboreaba, recorría con la vista las paredes, llenas de fotos grises, relucientes medallas, imponentes placas y trofeos, y se emocionaba recordando aquellos duros tiempos en el cuartel: no había sido nada fácil llegar a General, pero valió la pena.
Hubiera preferido no tener que haber ordenado tantas muertes, pero en el gobierno de facto (que los insurgentes llamaban despectivamente "dictadura militar"), había sido algo totalmente necesario: "Eran ellos o nosotros", pensó...
Afuera, en el jardín, la familia se estaba impacientando: ya era mediodía, y aquel exquisito aroma les estaba abriendo el apetito a todos.
Entre risas y bromas decidieron golpear la puerta. Silencio.
Golpearon otra vez. Silencio.
Ya sin risas ni bromas decidieron entrar.
Y allí estaba: tendido en el piso.
- ¡Llamen a la urgencia, no respira! - exclamó alguien desesperado.
Y comenzó la locura de llantos, gritos desgarradores, masajes cardíacos y desmayos.
Alejada de la multitud, Martha, su nuera favorita, lavaba cuidadosamente la copa en la pileta y vaciaba el resto del vino, ese que ella misma había elegido hace unos días.
Y disimulando una orgullosa sonrisa de satisfacción, levantó la vista al cielo y murmuró: "Misión cumplida papá: tu muerte ha sido vengada". |