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“Quien tenga oídos, que escuche”. Sin identidad, la vida carece de sentido: “arriba” y “abajo” no son más que convenciones, términos... aire saliendo de tu boca. Todo cuanto sucede en esta singular circunstancia es revalorado , se desploman nuestras cotidianas regularidades, se pierden nuestras queridas teorías: en tal situación, todo puede suceder. Y esto es exactamente lo que ocurre: todo. Y es sólo cuestión de tiempo para que los eventos se contengan unos a otros, sin orden, sin lugar, carentes de tiempo y espacio. ¡Cómo se disfruta la vida en este estado! Tus ojos abiertos, los colores tiñendo el alma, el dolor desgarrando en lo profundo: ay de aquel que tiene la surte de vivir el deseo encarnado en locura, en piel, en carne, hueso y sangre. Y quema, por Dios, cuanto quema. Las cicatrices deforman lo que alguna vez fue un hombre: esto es algo consabido, ya no queda nada, excepto una bestia salvaje con hambre y sed, monstruo que todo lo puede, que todo lo quiere. Este policromático personaje tiene una surte sobrehumana: puede, de hecho, y bajo ciertas circunstancias, tener entre sus manos el balsámico cabello de una Diosa, vale decir, de una mujer que se extiende no por el espacio, sino por el tiempo, de una mujer a la que no se le puede ver, sino sólo escuchar, de una mujer que se entrega dichosa, que es música y nada más que música. La bestia salvaje, suertuda ella, tiene el poder para escuchar con su cuerpo. ¡Y por Dios, cómo sabe escuchar! Arrebata con su boca la delicia de nuestra diosa, la engulle, la asimila, es parte de él. Es tanta la suerte de nuestro personaje, que puede incluso llegar a ser devorado (demencial rito de autodestrucción) por nuestra diosa: ¡ésta arranca con su boca lo más íntimo del placer carnal! La loba gime, se incendia en aullidos de violencia, regala todo cuanto tiene para dar: esta loba sabia, antigua, particularmente presente, morfínica polifonía para la esperanza de la bestia, toma entre sus manos al deseo. La mujer diosa música loba tiene miedo: en la alta hierba, sobre la fangosa humedad, con los árboles como mudos testigos, con noche clara y media luna entre las hojas, entre las ramas, con frío resbalando por la piel, las estrellas en la más alta de las cimas, su aullido se ha transformado en jadeo: alguien arranca el placer de su boca. La bestia escucha: corre sigilosa por la tundra, deja atrás su hogar de roca fría, se adentra en el bosque. Se oculta tras un árbol y observa: un niño, un pequeño niño, sentado en una silla, con la vista perdida (¡perdida!). La bestia no le puede matar: es tan suave, tan bello, tan grande. Y nuestro querido personaje tuvo miedo, mucho miedo: los gemidos jadeos gritos de la loba se tornan exasperantes, y la bestia tiene hambre. El hombre con sus manos acaricia el cabello de la niña. La bestia ya tiene la música en la boca: el niño sonríe satisfecho, sangre de mujer entre sus dedos. “Quien tenga oídos, que escuche”... yo también soy un dios.

Texto agregado el 20-11-2004, y leído por 229 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
28-08-2005 ay! Nocturna
30-11-2004 muy bueno.... me gusto mucho =) Nefarita_la_Torturadora
23-11-2004 wow.....muy bueno....me parecio estar en ua carrera dde caballos...esa sensacion...buena transmisición, buenas imágenes...espero que sigas compartiendo más textos con nosotros...estrellitas para ti azucarcandia
21-11-2004 uffffffffffffffff janine
 
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