Irlanda
El caminar de Aurelio siempre fue poco acompasado. Parecía tropezarse consigo mismo cada vez que trataba de dar un paso. Cuando se sentaba, parecía estar pensando, y de hecho lo hacia, pero no coherentemente. Era más bien un collage de imágenes. De esas que uno ve cuando recién despierta o cuando esta a punto de dormirse.
Venia con una bolsa de plastico en la que traia las nuevas fotos de Josué hijo. Eran iguales a las de la semana, el mes pasado y el año pasado, y es que por mas que un lugar tenga mil bondades turisticas llega un momento en el que no queda mas que volver a tomarse fotos en los lugares que uno ya ha visitado. Si a esto se le agrega el sentimiento de amor al terruño cultivado por Josué que fue inculcado por su padre que a la vez mamó este sentimiento de su padre, el resultado es un grueso paquete amarillo con el nombre de Kodak. “Si no fuera por el cojudo de Pizarro nosotros seriamos la Capital del Peru, como si tener mar fuera gran cosa” decia Josué padre.
Aurelio estaba en el cruce de Canevaro con Ignacio Merino en Lince cuando noto que empezaba la garúa. Miró su reloj y entró a la pension. Subio las escaleras y una vez mas noto que crujian y se agarro fuerte del pasamanos porque una vez mas sintio vertigo. Llegó al segundo piso que era donde funcionaba la pensión. Se dirigió a su cuarto; abrio la puerta, que crujia una poco menos que las escaleras, dejo la bolsa sobre su cama y se sento junto a la ventana en una silla que crujia un poco mas que la puerta pero que no le ocasionaba vertigo como las escaleras. Mirando por la ventana el atardecer gris y los humedos faros tristes por la garua, suspiró y sintio el olor a harina de la panaderia del primer piso. Entonces se quedo ahí, pensando.
Aquella noche, como muchas concibió el sueño pasada la medianoche. Después de quedarse horas en la ventana viendo los autos pasar, la gente mojarse, los faros llorar y el cielo gris oscurecerce poco a poco, se tendio sobre la cama y con la tenue luz que entraba a la habitación y que apenas dejaba ver los bordes del ropero, practicó el solitario juego que había inventado para sus noches de insomnio. La idea era tratar de ver aquellos bordes entre la penumbra y completarlos mentalmente pero imaginando nuevas formas, así uno podia estar tendido en una cama en el cuarto de una pension en el corazón de Lince pero en realidad se encontraba perdido entre los arboles respirando un fresco aire nocturno en medio de la inquietante oscuridad de algun bosque Irlandés. O bien podia uno cerrar los ojos y sobrevolar las colinas irlandesas cuando esta a punto de desatarse una tormenta y ser como un fantasma que contempla una belleza aterradora y planetaria e infinitamente abrumadora. Descender y tocar con la punta de los dedos la hierba que se agita con el viento frio, elevarse nuevamente y sentir un vertigo gratificante y volverse tormenta gris y mezclarse con el aire electrico y volar entre la electricidad. Sentir como el aire frio le congela a uno la nariz y en la frente la extraña y deliciosa sensación de que algo se diluye. Ser uno mismo planetario y abrumador, ser electricidad, ser gris y brillante y con el corazon de aluminio, ser una navaja, un cuchillo que se hunde en un lago plateado, diluirse perversamente en las alturas del cielo irlandes sobre las colinas de la euforia de aluminio, mimetizarse con el vertigo y ser vertigo tambien. Abandonar el cuerpo y volcarse furiosamente hacia el exterior.
Aurelio se quedo dormido muy tarde. Al dia siguiente habia que ir a trabajar temprano al restaurante de Josué padre.
Jauja era la tierra natal de Josué Leon, hombre grueso y tosco, de manos grandes de uñas que seguian la forma de la yema de sus dedos que eran gordos y toscos como él. Caminaba dando tumbos, pero a diferencia de Aurelio sus pasos eran acompasados, como el bombo de una banda festiva. Frente pequeña y un cerquillo rebotando sobre ella mientras el bombo marcaba el ritmo. Hombre catolico, profundo devoto de la virgen del carmen, infaltable en las procesiones y en las fiestas, en las que era el encargado de matar al toro.
Josué Leon crecio rodeado de la exuberancia Jaujina y llegados los treinta años ya era conocido como un astuto negociante, hombre de olfato y de verbo no muy florido pero extremadamente convincente, el bacan del barrio (porque en la serrania del peru tambien los hay), un hombre de negocios. Un hombre negocios que no entra en vainas.
Por esas epocas, Aurelio era todavía un puber que acompañaba a su padre a limpiar las imágenes, el campanario y el inmenso organo de la catedral, instrumento que le fascinaba. Su padre, hombre delgado y taciturno, cuyo unico intento de ganarse la vida anterior a la limpieza general de la Catedral fue la venta de tapetes navideños para inodoros que un comerciante que regresaba de Lima le vendio convenciendolo de que eran artículos de primera necesidad y de que en la exclusividad reside la ganacia segura. El negocio fue un fracaso total, y lo unico que le quedo después de aquella catastrofe fue presentarse como experto en limpieza de parroquias e Iglesias cuando Don Isaias murio y no habia quien se hiciese cargo de una de las construcciones mas antiguas del Peru.
Después de venderle los tapetes, Josué Leon siguió viendo al padre de Aurelio cada domingo durante la misa, a la cual no faltaba nunca porque era un comerciante catolico y profundo devoto de la Virgen del Carmen. Llegaba con un terno azul oscuro debajo del cual tenia un chaleco plomo de hilo con un cuello en forma de V que dejaba ver la corbata roja con lineas fucsias que le rodeaba el cuello. Sobre el rostro ventilaba una sonrisa entre estupida y maliciosa, que comprendia unos dientes pequeños y amarillentos y unos ojos chinos que apenas se notaban entre toda la piel que se le rejuntaba sobre los pomulos.
Teminada la misa Aurelio veia a su padre y a Josué Leon conversar. En realidad el que mas hablaba era Josué Leon porque el padre de Aurelio solo se limitaba a escuchar y a asentir con la cabeza, y de vez en cuando responder con una mueca parecida a una sonrisa las bromas del señor Josue.
Como las conversaciones se extendian hasta llegada la noche, Aurelio era llevado por su torpe caminar hasta el paradero de los colectivos que van a la laguna de Paca.
Sentado en sus orillas, veia el cielo y odiaba el celeste claro, porque el era mas bien taciturno como su padre y muy poco exuberante como el clima Jaujino o como Josué Leon. El era mas bien girs, triste, parco, delgado, de ojos grandes y de cabello negro como el plumaje de aquellas aves raras que se le acercaban y a veces le cagaban la cabeza mientras su mirada se perdia en el cielo Jaujino tratando de cambiarlo. Se quedaba al borde de la laguna hasta que empezaba a oscurecer, porque entonces el cielo se ponia como el queria, que era como él era. La hierba adquiria un aire fantasmal y en las ramas apenas brillaban los ultimos restos de sol y cada rincón era una oda al silencio y a la incertidumbre poreue esa es la hora de la tarde en que parece que algo grande va a pasar, o que algo viene desde lejos como una tormenta o un ser gigantesco que extiende sus brazos desde remotos lugares y nos cubre las cabezas, nos desrma el corazon y podemos escuchar un eco de voces estridentes que empequeñecen el cuerpo.
Lo malo era que aquella luz tenue a lo mas duraba una hora porque luego se oscurecia todo de verdad y Aurelio no era oscuro era mas bien sobrio.
Durante la semana, la vida de Aurelio era acompañar a su padre y sobre todo, si se podia intentar tocar algo irlandes en el organo de la catedral. Aurelio era feliz pensando en Irlanda desde que un tal señor Moritz, barbudo turista suizo, llego un dia por la catedral y se sento al organo mientras el padre de Aurelio limpiaba las imágenes. Al escuchar las primeras notas dejo a un lado el trapo que tenia en la mano y corrio hacia el altillo del organo a decirle que no podia hacer eso, que el organo solo lo tocan los miembros de la parroquia y que tenga cuidado porque era una reliquia. El señor Moritz se disculpo en aleman y como nadie le entendia nada a nadie, saco unas fotos de su equipaje y les trato de explicar a Aurelio y a su padre que lo que habia interpretado era una melodía Irlandesa, lugar donde estuvo antes de llegar al Perú. Como seguian sin entender extrajo una postal, se las mostro y golpeando la imagen con el dedo indice silabeo: Ir-lan-da. A Aurelio se le abrieron los ojos como si hubiera visto a Dios mismo y la emocion lo embargo de tal forma que se quedo petrificado con un gesto de estupefacción, tanta fue la impresión que su padre logró hacerlo reaccionar media hora después, cuando por fin pudo deshacerse del suizo al darse cuenta de que solo era otro turista ebrio.
Aurelio reconocio en la postal, la imagen idealizada de la laguna de Paca. Irlanda tal como la vio era Jauja estilo Aurelio sin nada de Jauja estilo Josué Leon que era como era Jauja. Irlanda era apocaliptica y de colinas color verde, pero verde oscuro. Aurelio era Irlanda y sintio que Irlanda era algo que estaba en algun lugar que era Aurelio.
Desde ese encuentro Aurelio se sentaba en el organo y trataba de tocar alguna melodia que le recordara a Irlanda mientras su padre limpiaba a los santos. Consiguió de entre las viejas partituras que guardaban los parrocos un suplemento de piezas sueltas titulado El Fantasma, titulo que lo atrajo de inmediato, y del que extrajo una pequeña melodia titulada Fiesta en Dublín pero luego se dio cuenta de que no sabia leer una partitura así que un domingo después de la misa le pidio al organista que se la tocara. La pieza no era lo que Aurelio esperaba porque era festiva y alegre, y el era mas bien parco.
Pero Irlanda seguia siendo Irlanda estilo Aurelio, aunque aquella melodia fuese alegre era sobria y poco exuberante. Era una fiesta gris. Una sensación como de platino, liberadora e hipnótica, taciturna como Aurelio, era la laguna de Paca a esa hora totalizante de la tarde, tormenta electrica en espera, vertiginosa euforia existencial.
Sentado y con la mirada perdida, Aurelio escuchaba el organo.
Una mañana llego Josué Leon, a la Catedral y pregunro por Aurelio. Su padre fue a buscarlo al altillo del órgano y lo encontro limpiando los tubos, le dijo que Don Josué queria hablar con el. Aurelio bajo y se paro frente a Josué Leon quien lo saludo efusivamente con un fortisimo apretón de manos a lo que Aurelio respondio con una imperceptible mueca cuya intencion era una sonrisa. Josué Leon se acomodo el pantalón e invito a ambos a sentarse. Se sentarpon en las bancas de la catedral y mientras Don Josué y el padre de Aurelio hablaban, Aurelio sobrevolaba las frescas colinas Irlandesas y se deshacia con el viento.
Para cuando Aurelio hubo aterrizado tenia entre los dedos un pasaje con destino a la ciudad de Lima y a su padre frente a él estirando los brazos para darle un abrazo de despedida porque su hijo se iba a la capital como colaborador del nuevo gran proyecto de Don Josué. Ademas su padre penso que ya era hora de que el muchacho madure un poco.
El bus llego a la agencia a las seis de la mañana. Estaba programado para las cinco y cuarenta y cinco pero se demoro en la entrada a Lima, y lugo se demoro por la congestion que hay en centro, ademas de las callecitas por donde tiene que pasar un ómnibus interprovincial.
Aurelio bajo del Ómnibus y su caminar poco acompasado le provocó una caida horrible. Algunos pasajeros, lo ayudaron a levantarse. Se sacudio la ropa cogio su equipaje y empezo a caminar hacia la salida. Llamaba la atención aquella inconcebible parcimonia que tenia para caminar.
Habia quedado con Josué Leon en encontrarse en el parque universitario. Él lo recogeria, y lo llevaría hasta Lince. Aurelio se sento en una banca y empezo a ver el cielo, el edificio del Ministerio de Educación y a sentir el encantamiento de esa hora de la mañana. Como era domingo las pocas siluestas humanas que veia en las calles le pertenecian a unos raros hombrecitos corpulentos, de raro andar tambien, como si los zapatos les incomodaran, la mayoria caminaba con los brazos colgando, el tronco hacia delante y con cara de molestos. Mas tarde el parque se vio lleno de estos varones comprimidos. Mas tarde llegaron las empleadas del hogar, que se daban besitos con los hombrecitos, que ponian mas cara de molestos. Entonces ambas siluetas se daban la vuelta y se iban caminando alejandose al compas del vaiven de los largos cabellos negros de las domesticas. Aurelio seguía pensando en Irlanda.
Habian dado las ocho de la mañana cuando se aparecio el auto de Josué Leon. Le toco la bocina y Aurelio dejo de divagar y dejo la banca para dirigirse al auto. Subio su equipaje y se sento en el asiento trasero. El auto partio rumbo a Lince.
Le consiguieron un cuartito en una pension cerca al cruze de Canevaro e Ignacio Merino. A unas cinco cuadras del restaurant de Josué Leon: “Jauja que dulzura”. Pudo haber sido una dulceria, pero Don Josué queria recuperar rapidamente lo invertido. Pudo tambien haber sido un restaurant de comida tipica Jaujina, pero habia que ir por lo seguro. Así que, contra todo pronostico y ejercicio deductivo, Jauja que dulzura era una cevicheria. El nombre no era negociable porque pudo ser la Capital del Perú.
Josué hijo era un gordito achinado igual a su padre y llegaba a almorzar al restauirant después de la universidad en donde estudiaba Ingenieria Industrial. Eran habituales sus viajes semanales a la tierra de sus padres con amigos de la facultad y las fotos que traía y que Aurelio se encargaba de llevar a revelar.
Como “Jauja que dulzura” era todavía un restaurant pequeño bastaba con un solo mozo. Así que Aurelio tenia unas cinco mesas que atender cada vez que el lugar se llenaba.
Doña Olga, esposa de Josué Leon, era una mujer diminuta, con unos lentes increíblemente gruesos y un peinado espantoso que recordaba a una leona (eposa del leon). Su voz era una corneta y para hablar tiraba el menton hacia adelante, siempre con las manos cruzadas sobre la barriga. Mayormente estaba en la cocina y sólo salia para ver como iba el negocio, para recibir a su hijo o cuando Don Josué la llamaba desde la caja para mandarla a cambiar un billete o para que lo reemplaze mientras lo cambiaba él.
Después de cerrar el restaurant, en la tarde, Aurelio caminaba cinco cuadras hasta la pension y si había que hacerlo dejaba los rollos o recogía las fotos de Josué hijo. Cuando llegaba al cruce de Canevaro con Merino entraba a la pensión, subia a su cuarto, divagaba un poco y luego se recostaba sobre su cama porque al dia siguente habia que ir trabajar temprano al restaurante de Josué Padre…
Aquella nublada mañana, como todos los dias, Aurelio camino las cinco cuadras hasta “Jauja que dulzura” llevando, ademas de su ropa de mozo, las fotos de Josué hijo. Inmensa fue la sorpresa cuando al llegar encontró un “Jauja que dulzura” con unas treinta mesas mas, pancartas colgando del techo con imágenes de la Virgen del Carmen y a la diminuta Doña Olga explicandole con voz de corneta que Don Josué habia decidido hacer crecer el negocio. Lo que no le explicó es que no habia decidido hacer crecer el personal, así que Aurelio seguia siendo el unico mozo en un restaurant que ahora tenia casi cuarenta mesas. Don Josué le hizo una seña desde lejos sonriendo con ese gesto entre estupido y malicioso con que el que lo hacía siempre.
Cerca al medio día, la gente atraída por el decorado, empezó a entrar al restaurant, a sentarse y a ordenar. La mesa 8 habia pedido una fuente de jalea, tres ceviches y un par de cervezas. Aurelio anotó el pedido y corrió hasta la cocina y cuando iba a detenrse a esperar en una esquina llego una pareja de esposos y se sento en la mesa 23. Ordenaron un plato de arroz con mariscos y dos refrescos; Aurelio tomo la orden y se dirigio a la cocina donde lo esperaba el pedido de la mesa 8. Dejó la orden de los esposos y tomó las bandejas con los platos listos cuando en las mesa 35 se sento un grupo de oficinistas que queria que le traigan la carta. Aurelio dejó los platos en la mesa ocho y se dirgía a la mesa de los oficinistas cuando Doña Olga le grito con su voz de corneta desde la cocina que ya estaba lista la orden de la mesa de los esposos. Aurelio dejo la carta en la mesa de los oficinistas y se dirigió a la cocina para llevar la bandeja a la mesa de los esposos. Estaba dejando los platos sobre la mesa cuando de la mesa 8 lo llamaron para hacerle un pedido adicional, mientras tanto Josué hijo llegaba con seis amigos mas y se instalaban en la mesa 17.
La gente no tenia cuando para de llegar. Josué hijo desde su mesa pidió que le traigan sus fotos para enseñarselas a sus amigos. Entonces Aurelio que andaba por la mesa 40 se las dio para luego recoger una bandeja de la cocina para la mesa 1. Mientras corría con las bandejas en la mano Arelio esquivaba con el cuerpo las pancartas de la virgen del carmen que colgaban del techo.
Se dirigía hacia la mesa 1 cuando empzo a sentir una extraña sensación en los pies, como si algo se mezclara con su descompasado andar. Su agitado pecho se agitaba aún mas y el sudor que le corria la frente empezó a enfriarse. A medio camino entre la mesa cuarenta, que era la ultima, y la uno, que estaba junto a la puerta, Aurelio ya no sentía las piernas y caminaba por inercia. Un estruendoso vertigo se apoderó de él. Cuando empezó a ver el cielo gris a tiempo que se acercaba a la puerta pensó en Irlanda y en sus colinas frescas. Pasaba por entre las pancartas como por un bosque y estas se bamboleaban como los largos cabellos de una empleada domestica. Sus pasos se habian acompasado. Volaba como aquellas raras aves negras que alguna vez le cagaron la cabeza o como una corchea por entre los tubos del órgano de la catedral. Le salieron plumas oscuras y cuando llegó a la mesa 1 siguió hasta la puerta y luego hasta la calle donde se elevó y se mezcló con el nublado cielo gris. Fue tormenta eléctrica y viento frio. Se volcó por fin al exterior. Convertido en ave, Aurelio voló hacia Irlanda.
Don Josué, Josué hijo y Doña Olga salieron corriendo. Doña Olga se tomó las mejillas al verlo aleteando boca abajo sobre el pavimento y cuando Josué hijo pregunto a su padre que le pasaba a Aurelio, este le puso una mano sobre el hombro y tratando de sonar convincente le comentó: “Este muchacho tiene que avivarse”. Pobre hijo de puta.
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