EL MOSCO EN LA PARED
Para la Vero Reyes, que sabe de esto...
-A ver... ¿Qué hay de nuevo en la tele?...-, y tus manos largas y delgadas se van directo a las páginas amarillentas de un diario que rato después caíste en la cuenta que era del año pasado. Habías llegado hace una hora y como de costumbre hablabas de todo casi al mismo tiempo, como si alguien te hubiese desatado la boca o tuvieses miedo de quedarte más tiempo de lo necesario...
Te miro y tus largas piernas chocan con los muebles, te estorban, dejando en claro que la pieza te molesta... que todo lo que tiene relación conmigo (ahora) te molesta. Sentado al borde de la cama... una y otra vez cuento los largos y malditos silencios que hay entre una palabra tuya y una mía. Es verdad, lo admito... me cuesta asimilar que las cosas han cambiado, que ya no son como antes... cuando te pasaba a buscar a la tienda y estábamos juntos, y a la mañana siguiente te despertaba con el desayuno servido antes de irme a trabajar...
-¿Quieres?...-, y me acercas la botella sin esperar a que te responda, como siempre... Estas sentada frente a mí, con la espalda apoyada en el respaldo de la cama, sin embargo, cada vez más lejos tu voz se confunde con la radio, se va apagando, y aunque te pregunto, te pido que me repitas, que no entiendo de qué me estás hablando... no me escuchas y continuas en un comentario sin fin... Me hablas de la canción, de la cinta que pusiste y tratas de acordarte del cantante, te encoges de hombros te trapicas y te da risa, por que ahora todo te da risa...
-¿Recuerdas?...-, y yo... -claro ¿cómo no acordarme?-, fue esa tarde cuando andabas molesta no sé porqué, estábamos en el centro y terminé comprándote la cinta de la película, esa que tanto te gustaba, cómo olvidarlo... De pronto sólo por decir algo, te cuento que me encontré con Sandra... y no te acuerdas de ella, por que no te interesa y ya no me escuchas, y de fondo sigue esa canción... lenta, melancólica, haciendo todo cada vez más forzado e inútil, como una historia con final conocido...
-Cada vez que fumo, se me tapan los oídos...-, quieres seguir hablando y no puedes no paras de reírte, tomas el encendedor y quieres prenderlo, pero se te resbala, escapa de tus torpes dedos... -hueona...-, te retas. Intento girar, mirar hacia los lados y todo se me figura lejos... la basura en la esquina, la loza sucia al lado de la cama, la ropa asomándose por los cajones... es como si estuviese suspendido, flotando sobre todo lo que nos rodea... la cajonera, la mesa con la tele... todo queda allá abajo... solos tú y yo seguimos frente a frente... aunque tú estés a kilómetros de mí...
-Tengo cero capacidad pulmonar...-, tomas el cenicero y mientras tus ojos deambulan por las paredes te pones a cantar, todo es trivial para ti, no tiene importancia... imagino... podría ocurrir cualquier cosa, podría desaparecer, me podría ir y no te darías ni cuenta. Estoy pintado en la pared, clavado al borde de la cama e intento decirte algo, me inclino sobre ti a punto de tocarte y no me escuchas, elevo mi voz, más arriba de donde estoy, casi gritando, me disparo, estoy colgando de mi voz y no has dejado de mover los labios ni por un segundo, entonces... cierras los ojos como un pestañeo que dura mil años y todo pasa lento, como si el tiempo se alargara y nosotros fuéramos eternos...
Me miras y una vez más me cuentas de ese viaje, el que hiciste con tus amigas al Norte, intento seguirte que veas que te pongo atención y te digo... -¿las que aparecen en la foto?...-, y apunto a la billetera que se asoma en tu bolso, busco en mi memoria y rápidamente digo un nombre... -con ¿la Jessica?....-, y no sé cómo pero le achunto... pero tú no me respondes, solo te limitas a cerrar los ojos y el humo que escapa de tu boca sube chocando con las cortinas, arranca... y no me deja tener en secreto algo tuyo...
Inclinas tu cabeza tomas el encendedor y lo vuelves a prender... -en ese viaje conocí a este gallo...-, y te largas a reír y hay algo en tu mirada que me da dolor de estómago, trato de hacerme el hueón, que no se me note y miro al piso buscando la maldita botella... desearía que dejaras de hablar de él, que dejaras de contarme lo que tú y él hacían...
De pronto no entiendo como... te volteas, te me quedas mirando y preguntas... -¿y qué has hecho en todo este tiempo?...-, y tragando saliva intento recordar, pero no reacciono por que mi cabeza no está clara, y rápidamente quiero hacer una lista, enumerar todo lo que me ha pasado, resaltar lo mejor, aquellas que valgan la pena y no las encuentro, por que no existen... por que NO todos tenemos una vida que valga la pena contar... intento, inventar alguna y tus ojos me presionan, y yo me turbo, al final, quiero decir algo, demostrarte que valgo algo... estoy a punto de articular palabra... y de improviso de la ventana abierta, entra raudo un mosco que se instala entre nosotros, zumbando ruidosamente choca en la pared y allí se queda, aplastado... al igual que todas las palabras que no te dije y todos los silencios eternos, torturándome...
Se había acabado la cinta y el ruido de no tener nada que decir se hace insoportable, quiero acercarme ir hasta la radio, entonces... me pasas la botella, desatas tus pies y al igual que blancos peces los elevas y mientras te zambulles cama abajo, volteas la cinta y salvas la situación, -estas pinzas son maratónicas...-, te digo y tus labios se fruncen como si fueras a silbar... Has comenzado a toser, todo te cansa se nota... cada frase, cada gesto, hasta respirar te cansa y la boca se te seca, te acerco la botella y le das un buen sorbo... ahora, todo se te olvida, hasta lo más básico y te encoges de hombros... complacida, intento ayudarte y no puedo, y te sonrío como si entendiera algo, como si compartiéramos un secreto que nunca fue... y como disculpándote te ríes diciendo... -estoy loca...
De pronto... como si quisieras amortiguar el golpe me dices... -me tengo que ir...-, y yo no entiendo (como siempre) te apunto la mochila... -pero si aún nos queda una botella... quédate...-, te pido... pero abres la boca y usas palabras que no entiendo, entonces me río como si te siguiera, y me dices... -ojalá siempre fuera así...-, y no sé porqué pero no te creo... como puedes te levantas y tambaleando estúpidamente te diriges al baño, mientras vas marcando el piso con tus pies descalzos.
Me paro y al cabo de un rato escucho el agua que corre de la llave y golpea el lavamanos, cayendo... miro a mi alrededor y ya has salido del baño, tomas tus cosas, tu bolso, y te acercas para despedirte... entonces, dentro de mí, es como si toda la ensalada de cosas que quería decirte se mezclaran con todos tus gestos y silencios y por fin se hicieran entendibles, entonces te abrazo y siento... la suavidad de tu blusa, la facciones de mi cara, adormiladas, anestesiadas, miro... tus blancos dientes, y la punta de tus pies, tus grandes ojos, más grandes aún; tu pelo largo enredarse entre mis dedos, y ahora... como espasmos histéricos, el comienzo de un sollozo, te desesperas, revientas en mi pecho, igual que tus manotazos al aire, inútiles, patéticos, que corto de golpe, en seco, buscando acabar...
La claridad del día acentúa tus ojos, rebota en tus pupilas, fijas, vacías, sin vida, te tapo para que no te resfríes y me visto rápido para no molestarte, miro tu desayuno enfriándose... y antes de partir, volteo, te miro... y no puedo evitar ver la mancha del mosco en la pared...
Que bueno es tenerte aquí._
FIN
Por Tom R. Vera Correa.
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