Yo estaba en el bar como todos los sábados, llenísimo de gente, estaba con dos de mis amigas que había pasado a saludarme, la conversación era entretenida sus nuevas conquistas y su filosofía de vida siempre me entretenían.
La disco estaba llena esa noche tal vez porque era principio de mes, tal vez porque hacía calor en todos lados y es preferible estar donde te sirvieran tragos refrescantes, o tal vez solo por el hecho de que todo el mundo había convergido ahí esta noche.
Yo estaba con ellas, riéndome de vez en cuando los comentarios lo ameritaban, la verdad la mitad me los perdía por el volumen de la música, estaba alta y estridente esa noche un tipo de revival de los 70 incluido fiebre de sábado por la noche, la pista ardía todos siguiendo los pasos ancestrales de un Jhon Travolta demasiado joven.
La barra estaba que ardía todo el mundo pedía algo para tomar, enloquecedor
De pronto las luces se apagaron, señal de que la hora pico comenzaba, el gran inicio donde los láser hacían su juego, estúpido para el que los haya visto dos veces, pero siempre había alguien que gritaba anonada.
De entre un pasillo formado por cuerpos humanos la vi llegar, mis amigas me gritaban al oído casi, pero yo no las escuchaba, veía a esa mujer que con paso felino a pesar de lo atestado del lugar se acercaba a la barra, donde estaba yo.
Su melena era corta y de un color rojo embriagador, cautivante que hacía juego exacto con sus ojos, su sonrisa deslumbraba encandilaba, era franca sincera, perfecta, su cuerpo grácil demostraba que hacía diariamente ejercicios, llevaba una remera con un hombro descubierto, pero lo que me llego a la perdición fue ese bretel; rojo por cierto, el bretel de su corpiño que desafiante iba mostrando en un hombro deliciosamente perfecto, un hombro que se percibía suave, terso, apetecible, un bretel que irónicamente se mofaba de quienes lo veían, un bretel que incitaba a que lo saquen a que lo bajen. Para que no agreda a ese hombro más.
En ese momento cruce la barra de un salto y fui a su encuentro la mire, me miro, me sonrió la tomé de la cintura mientras la música tronaba en nuestro derredor, sin percatarnos, y la besé apasionadamente le invadí la boca con mi lengua y ella se dejó, se relajo entre mis brazos y se dejó, subí hasta su hombro y descaradamente le bajé el bretel y puse ahí donde estaba, mi boca.
-Ey, ey ¿me escuchas? Quiero una cerveza, hace media hora que te la estoy pidiendo, no se para que ponen estos ineptos en la barra, ¡oye! ¡oye! ¿Mi cerveza?
Ahí comencé a escuchar la música nuevamente y a la rubia que gritaba frente mío, mientras veía como ese bretel se seguía riendo de mi, cuando su dueña paso al lado de la rubia.
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