Amor.
Pensé que había olvidado tus huellas de arena. Tus soles y tus barcos ya no me podían afectar.
Llegué a pensar que había conseguido ser la más fuerte de esas moribundas criaturas, que crepitan de amor, subidas a una montaña.
Pero no. Sólo soy el gato que mira, desde aquel tejado rojo.
Le canto a una luna que se fue; maldigo todas las creencias gatunas e ingenuas y esquivo, con uñas y dientes, todas las señales de los mares del sur, que vaticinan a gritos que me van a inundar el corazón de sal.
Amor.
¿Por qué tras mi ventana se levantan estrellas azules que iluminan los tiempos y marcan mil caminos tuyos?
¿Por qué me crecen cien diamantes mirando altivos, enormes, para ver si estás cerca?
Da igual, no contestes...
Irremediablemente, los carros de serpientes que sobreviven en mis manos, hambrientas, buscan el suelo que alimenta tu corazón, para que no estés triste. Aunque yo muera de inanición.
Ay, amor. Amor de lágrimas, sordas, que no obedecen.
Amor salado...
De nuevo haces, que mi cariño, dé volteretas entre los huequitos de tus manos, como pequeñas alegorías de sueños. Sin decir nada. Sólo para respirar en ti.
Amor mío, yo, ajena a mi voluntad, todavía te cuido con mi paraguas entre los soportales de todas las lluvias.
Y creo que mis fantasmas escindidos y recurrentes, no se han derrumbado. Quizás nunca lo hagan.
Ay, amor.
Alguien inventó la palabra "nostalgia", para hablar de mí mientras doy vueltas entre casas, buscando la mía con una lupa verde, discriminando el azul de tus nubes, que quieren convertir en barro la tierra que pisan mis pies.
Ay, amor. Te quiero, aunque seas de sal.
Amor salado...
Me iré a otra casa. Buscaré un lugar donde no existas.
isa (mayo de 2003) |