Me golpean. No puedo concretar dónde. Yazgo postrado boca arriba. Siento cierta presión en la parte superior del pecho, un poco más abajo de la garganta. Trato de incorporarme, pero no puedo. Mi cuerpo está totalmente inmovilizado. La angustia recorre cada ápice de mi cuerpo. La situación no puede ser más tensa. Estoy al borde de… ¿de qué?

Me despierto.

Mi corazón palpita muy muy rápido, como inyectado por un enorme torrente de electrones. Espero hasta que mis constantes retornan a la normalidad. Todo parece estar en orden. Enciendo la luz de la mesa de noche. Son las 17:00 horas. Me había echado un rato para tratar de conciliar el sueño a eso de las 16:43, hora de mi impreciso reloj despertador, el cuál va adelantado 11 minutos, como si de un intento por conocer el futuro, o de ir más deprisa que nadie para ser el primero en obtener respuestas. Él es odioso, pero no tiene la culpa.

Decido no tentar a la suerte de nuevo y levantarme.

De vuelta al mundo de la conciencia y la transcendentalidad encaro de nuevo lo que a efectos se ha convertido mi vida últimamente. Quizá “últimamente” no sea la palabra. En realidad creo que esto es algo que me he venido preparando desde hace ya algún tiempo. En fin, mi vida ha entrado en una travesía por un mar turbulento y oscuro. Aunque hay días en los que parece que me levanto con esperanzas renovadas, son los otros, los que realmente recalan en mi persona y se van sedimentando en el fondo de algún sitio que no tardará en coparse.

Mi vida es amarga. Pequeñas porciones de entre yemas de unos dedos de felicidad endulzan mi penosa existencia. No hay variedades. No hay especialidades. No hay revelaciones… Expreso mis sentimientos por escrito, pero no para su constancia, ni para la posterioridad, sino para mí. Quizá así llene de algo de relevancia este momento.

La racionalidad me ofrece poder hacer esto, pero cuando no miro me golpea con su doble filo. A veces sus estocadas son tan duras y traicioneras que de verdad no sé si vale la pena. Mis miedos, mis interiorizaciones, mi desquiciada vida interior. Enfermo puede ser que esté, pero no de una patología sobre la que se han invertido cientos de esfuerzos en combatir. Esto es diferente. Está más allá de las dolencias físicas. Ésta duele en un punto en concreto y en todo el universo a la vez. Tenuemente o intensamente según ocasiones. En especial en ningún sitio. No hay diagnóstico. No hay cura. Inalcanzable peldaño de una escalera que no lleva a ningún sitio.

En un suspiro se me va toda la fuerza. Tengo la cabeza alta, pero no veo más arriba de la suela de mi zapato. Los esfuerzos son inútiles. Uno por uno son mitigados, como si por arte de otra fuerza de misma intensidad y sentido contrario se tratase. Incorrecto, pues en realidad, las intensidades de estos no solo igualan, sino que eventualmente superan a aquéllas.

Nada importa. La única solución, cuál paño caliente, es la evasión. Una evasión sistemática y deliberada de los sentidos. No me refiero a los estupefacientes, pero tampoco desdigo. Trata de ocupar la vista. Ocupa también tu oído. O simplemente desactívalos. No te dejes influenciar, sólo conseguirás aturdirte aún más. El resto realmente… no importa, ya que no puedo sentir la tierra debajo de mis pies, hace también bastante tiempo que mi paladar dejó de aportarme cosas y se atrofió y el respirar… mi resuello, es la única cosa que me diferencia de un cadáver. Para ello, por ejemplo duerme. Dormir es lo más parecido a estar muerto. Así estarás más en concordancia con tu interior. Por eso creo que el sueño es una de las cosas que más me gustan. Decía que odiaba a mi despertador. Ahora lo verás claro.

Ya no las necesito. Las ilusiones y aspiraciones que tenía tornaron en banales intentos de resucitarme de este letargo tumultuoso. Sombrío es el interior y resplandeciente el final. Nada te puede parar, porque ya estás quieto. ¿Estímulos? Pocos.

La mayoría de las conversaciones son ya susurros totalmente prescindibles. Rara vez haces por oírlos. Quizá digan sin decir, o ni siquiera lo sienten. Ya no se habla para comunicar. Todo ha pasado a formar parte de un grueso, de un enorme hebillo de entramados que crece y crece. Todo es superficial en los diálogos. Meras rutinas y formas sobre un lenguaje predeterminado. El protocolo está establecido, hay que seguirlo. ¿No querrás quedar marginado? Así que mejor quédate al margen, hazme caso. Me cansé bastante pronto de la gente.

Trazos en un papel. ¿Lo adivinas? Sin importancia… Expresan algo, porque han sido creados en esos momentos de recapacitación. Pero ininteligibles, por el contrario. He llenado decenas, no sé si cientos de hojas con garabatos. Nunca me paré a pensar en ellos. Posiblemente me intentase decir algo a mí mismo. Demasiado profundo para alguien acostumbrado a la superfluidad. Palabras y oraciones que contienen ideas, que crecen, que no saltan a parte, se desarrollan. Es lo que siento. Asúmelo. Posibles letras de canciones que deseaste componer en uno de tus intentos frustrados por ser alguien de la cúpula.

Tienes retratos. Dicen que eres tú. Tú te lo crees porque confías en el espejo. Es bueno preguntarse de vez en cuando quién se es. Posiblemente llegues a muchas de las conclusiones aquí halladas. No recuerdo exactamente si todo esto empezó al formularme esa misma pregunta, pero seguro que sí con alguna parecida y, aunque no he encontrado aún la respuesta (ni creo que la encuentre) sé ya algunas cosas a bastante ciencia cierta. Somos una conjunción de todo lo que cada una de las personas que nos ha rodeado piensa sobre nosotros, o al menos la visión que tienen de nuestro ser. Todos damos infinita importancia de más a lo que la gente piensa de nosotros. Así que nos moldeamos a partir de esa visión. Pensé que ahí está el fallo. Eso por otro lado, suele afianzar tu existencia en la mayoría de los casos. Pero yo no me conformé con eso. Busqué más allá durante largo tiempo, e intenté hacerme a mí mismo como realmente habría de ser. Allí todo era vacío. Adentrarse allí es como estar perdido en un bosque en una noche sin luna. Jamás estuviste tan desconcertado. Quieres salir, pero en cambio encuentras cierto refugio y consuelo en esa oscuridad. Allí eres impune, eres realmente tú, puedes hacer lo que te plazca, no serás juzgado. Allí te sientes libre. Allí te sientes. Muchos huyeron despavoridos al poco tiempo. Pero yo decidí quedarme y afrontar ese mar de dudas. En la otra orilla estaba la sabiduría y el conocimiento profundo y verdadero. En el fondo del mar, la locura. Mi navío era una vieja conocida. La encontré en la oscuridad avanzando sólo un poco, no importaba en qué dirección. Acabé entonces topándome, detrás de un resplandor de luz con vetas doradas, con esa voz a la que respetaba. Se hacía llamar mi conciencia. Decía ser el mayor exponente de la razón humana, y yo la creí, porque a menudo me dio consejos. A pesar de mis temores, confié en ella y emprendí esta travesía. Pero recientemente me he detenido porque yo sabía algo que ella ni siquiera sospechaba e intenté disimular en un principio. Ella había sido creada sobre la base de un concepto del que presumiblemente ella misma se soliese mofar. Ése era el instinto. Así qué, ¿porqué no iba a estar engañándome? ¿Merece de verdad la pena confiar en algo así? ¿No me hará naufragar un poco más adelante?

Así que aquí estoy. Así es como me siento. A la deriva en un mar de dudas, de malintencionadas cuestiones y de mentiras. Aislado por la confusión y exhausto por la inanición sensorial. Veo pero no observo, hablo pero no converso, como pero no saboreo, toco pero no siento, respiro pero el aire está adulterado, río pero no sonrío; estoy vivo, pero muerto por dentro.