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Leía con interés el correo electrónico cuando el monitor hizo amagues de apagarse; poco después, un relámpago suscitó un leve parpadeo en las luces de la casa. A pesar de las interrupciones, insistí en leer hasta que mi marido irrumpió en el estudio:
-¡ No puedo creer lo que estoy viendo ! ¿Cómo se te ocurre sentarte frente a la computadora en momentos como éstos? ¿ Acaso se te olvidó la tormenta?

-¡ Ya quisiera olvidarla! Pero los noticieros me la han estado recordando cada cinco minutos. No entiendo por qué te preocupas tanto; siempre es la misma historia: fenómeno muy peligroso; vientos huracanados con mucha lluvia en las próximas doce horas; se ruega a todos los que vivan cerca de ríos o quebradas correr al refugio más cercano.¿Y qué logran? Un pánico que lanza a todo el país a los colmados y ferreterías, gastando el escaso dinero que les queda en los bolsillos; comprando provisiones en excesos, paneles, estufas de gas, velas y ¿ para qué? para que el susodicho huracán se desvíe a última hora y nos deje colgados en una emoción de ráfagas imaginadas. Es el quinto o sexto que anuncian en la temporada y a fin de cuentas, todos terminan en otro lugar; y nosotros con la cocina atiborrada de comida enlatada.
- ¡ El que no entiende nada soy yo! ¿ Cómo puedes estar tan tranquila y desentenderte de todo? ¡Por Dios, mujer! ¿A dónde vamos a llegar?¡ ¿ No te das cuenta del peligro que sería si ese temporal llegara a azotar? Desconéctate de la maldita computadora esa y comienza a conectarte con la realidad! ¡Ven a ayudarme!¡Tenemos que proteger las ventanas; llenar las tinajas de agua; comprar víveres; asegurar las pertenencias y tú , leyendo y escribiendo, indiferente a lo que sucede a tu alrededor !¡No podemos confiar en la suerte!
- ¡Qué fastidio! Lo que me faltaba. Lo que más lamento es que en poco se llevarán la luz y no podré leer mi correo electrónico- Le dije bromeando, pero su mirada de vientos huracanados me hizo recapacitar.

Sabía que él tenía razón; perdía gran parte de mi mundo real sumergida en mis fantasías literarias. Me resigné e intenté unirme a los preparativos de contingencia. Salí al patio. En el ambiente ya se apreciaban las primeras caricias de la tempestad; las nubes grises y pesadas; una ventolera ocasional arremolinaba a las hojas deslizándolas calle abajo; suspiros de lluvia borrascosa. Lejos de atemorizarme, ese entorno seducía aún más mi imaginación. Dibujé en mi mente a la tormenta como una reina que llegaba de visita;a las nubes, la ventolera y las lloviznas como el séquito que le preparaban el camino. A lo lejos quedaron los martilleos de los vecinos que protegían las ventanas, pero el grito de uno de ellos me devolvió al instante: – ¡Eh, vecina, se le nota muy tranquila, parece que las tormentas no la intimidan! Reí a carcajadas, al mismo tiempo que le contestaba: ¡ Es que las tormentas son mis amigas! Continué caminando hacia el jardín. Quería ver mis plantas. Presentía que los vientos me arrebatarían algunas de ellas. La nostalgia me invadió. Las miré queda. Deseaba retener los colores que aún retozaban en sus flores. Seguido las acaricié y una a una les hablé. Me detuve en Margarita. –Tus pétalos son como los míos, silvestres. Sobrevivimos en las tempestades. Gracias a ellas somos fuertes. Sé que mañana amanecerás más hermosa.
–¡ Mujer, pero qué haces! ¡No pierdas más tiempo en boberías, deja a las plantas y ayúdame a cargar este panel ! La diligencia de mi marido me hizo avanzar; juntos enfrentamos la situación. Nuestros hijos ni se inmutaban, pero ante las insistencias, ayudaron sin mucho entusiasmo.
Horas más tarde los vientos comenzaron a arreciar; desde las ventanas pudimos ver objetos volando a velocidad y troncos de árboles cediendo a la fuerza de los ventarrones. El agua se colaba por debajo de la puerta; pensamos que se nos inundaría la casa ; corrimos como desquiciados buscando sábanas y toallas para succionar el agua; en medio del corre corre, la tormenta lanzó un estruendo que nos hizo gritar ; relámpago tras relámpago la tarde se oscureció. El viento rugía. Las puertas y las ventanas luchaban contra él, sin ceder al embate. Observamos en silencio, impresionados. La electricidad se interrumpió y quedamos a oscuras; fuimos por las velas, los fósforos, las linternas. Continuamos observando perplejos el panorama por los cristales de la terraza, al mismo tiempo que impedíamos el paso de la lluvia.
Al cabo de unas tres o cuatro horas, los vientos perdieron su intensidad; solo se percibía alguna ventolina cargada de lluvia que nos adormecía los oídos. La emoción se disipaba. Afortunadamente las ventanas y las puertas se mantuvieron en su lugar; el agua que quiso dormir de intrusa entre nosotros fue contralada. La tormenta no causó mayores estragos en nuestra casa, pero allí estábamos, trazados en un ambiente de noche tenebrosa, sin electricidad ; sin programas de televisión o juegos de computadora; tampoco podíamos salir hasta no saber del estado de las carreteras. El país entero estaba sin electricidad.
Las caras de aburrimiento de mis hijos me abofetearon sin misericordia. Luego sus quejas. Pronto comprendimos que entre nosotros coexistían otros entretenimientos más interesantes y divertidos que cualquier programa de televisión. Durante la cena conversamos algo tímidos; parecíamos extraños. En medio de la oscuridad, el fulgor de las velas que nos iluminaba el rostro nos daba la sensación de estar protagonizando una película de misterio. Todos nuestros movimientos se transformaban en fantasmas que se trasladaban desde el piso, al techo y finalmente a las paredes. Nos sorprendimos fantaseando con el reflejo de las sombras. Una noche de tormenta comenzaba a tornarse divertida. Luego de cenar nos sentamos a conversar entusiasmados en la sala. La estadía allí me reconfortó. Lamenté por primera vez los avances tecnológicos. Las horas transcurrieron plácidamente entre charla y charla. Nos contamos chistes de todos los colores. Luego saltamos a embromarnos con nuestros propios análisis sicológicos. En un momento dado, alguno lanzó un comentario más serio y de ahí surgieron temas en niveles de profundidad. No recuerdo por cuánto tiempo estuvimos conversando, pero sí la brillantez con la que mis hijos pronunciaron sus ideas; fulgores filosóficos sobre el matrimonio, los estudios, la sociedad, la cultura, el arte, la música, la poesía. ¡Cuántas soluciones inteligentes a los problemas políticos del país; a los conflictos sociales; alternativas a la desmoralización de la gente; también surgieron ideas descabelladas que nos hicieron carcajear. Escuchaba orgullosa. Conmigo habitaba una familia que se fragmentaba en el cotidiano vivir en puntos divergentes y la tenía frente a mí, en una pieza de impresionantes matices que se complementaba ante la adversidad.
La luz no tardó en llegar y algo en mí se oscureció. Nos fuimos a dormir con el beso de haber compartido en familia una noche poética; una bohemia de risas y alegrías.
A la mañana siguiente, el sol titubeaba entre las nubes. Un destello fugaz atravesó momentáneamente la ventana. Desperté. Tenía el rostro despejado, radiante; me sabía poseída por un goce distinto; un lazo familiar que se afianzaba. Bajé a preparar el desayuno y encontré a mis hijos, control remoto en mano; absortos frente al televisor. Al sentirme, sus miradas se cruzaron con la mía; como siempre les sonreí, pasé frente a la pantalla y empecé a repartir abrazos; en fracción de segundos, alguno intentaba ver el último anuncio publicitario de Pepsi-Cola por encima de mi hombro. No podía competir. ¡Déjame ver! ¡Mira eso! ¡Quedó brutal!
Desayunamos con las interrupciones tecnológicas de cada día: el televisor, el tocador de discos compactos, el teléfono; según avanzó la mañana cada uno de ellos se fue refugiando en su hábitat; allá la playa, el cine, el periódico, el televisor. Yo también tuve que retornar a mi estado habitual. Suspiré. Una lágrima intentó delatar mi nostalgia pero se lo impedí. Caminé indecisa hacia el computador, pero uno de mis cuadros me hizo recordar a Margarita; salí enseguida al jardín y allí la vi, con unas hermosas gotas de rocío que intentaban resistir los primeros rayos de sol.


©Vilma Reyes,2004

Texto agregado el 18-11-2004, y leído por 483 visitantes. (16 votos)


Lectores Opinan
30-05-2005 ¡Hermoso! Me encantan las tormentas y me ha parecido ver volar algunos objetos de afuera con este texto. La forma en que la escribes es excelente, tocas la sensibilidad del lector; dibujas una realidad de la cual uno siente que no puede fugarse... Me pregunto: ¿Es una historia verídica? Shapplin
26-05-2005 Gracias por invitarme a leer este texto..simplemente encantador...haces que sienta el aire (deja me levanto a cerrar la ventana..caray..si esta cerrada!)...bueno en serio..simplemente es genial..y tus letras lo meten a uno en los personajes. Mis 5* y lastima de no tener mas.. lobomexiquense
07-02-2005 Muy buen texto, predecible, pero todo tratado con gran sensibilidad, el sentirse identificado es inevitable. Gatoazul
05-01-2005 Mira cómo son las cosas La furia de la naturaleza trae consigo otras señales y gracias a ella en la tormenta habitaron la clama y la solidaridad. Muy bien escrito, te felicito.***** caselo
17-12-2004 He vivido 30 años en zona de huracanes; he padecido una buena cantidad de ellos, y creelo, la historia que narras podría ser la mía en cada ocasión. Sin luz eléctrica, sin PC, sin TV, ni DVD, la familia reunida conversando a la luz de unas velas. Excelente narrativa. Cinco estrellas. Borarje
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