Sintió el líquido rojo y viscoso en sus manos, recién en ese instante pudo percibir la magnitud de lo ocurrido. Soltó el cuchillo, como quien deja surgir el espanto. Ahora viendo esos ojos desorbitados, la sangre brotando de aquel pecho, los miembros petrificados, lo embargó la angustia. Le había horadado tres veces el corazón sin miramientos.

Su venganza se tornaba de pronto en un agravio. Ese hombre que lo había humillado y martirizado por tantos años había logrado acabar con sus sueños, por lo que pensó en el asesinato como un acto de justicia. Solamente le regresaría algo del tormento que él había sufrido por su causa. Sin embargo, ese hombre tendría sueños como lo suyos, tal vez, tendría esposa, madre, hijos; con las cuchilladas había acabado con sus abrazos, miradas y con el latir emocionado de su corazón.

La sola idea de saber que había afectado a algún inocente lo desquició. El sentimiento que lo abrumaba era diferente al que pensó que tendría luego de eliminar al ser que tanto odiaba. No experimentó el alivio, sino la desesperanza y el desgarro en el alma. Supo que la única forma que tendría de evadir a la culpa sería su propia muerte.

Recogió el cuchillo del suelo, no limpió el filo porque ya no le importó que su sangre se mezclara con la de su víctima. Acercó el arma a su cuello, estuvo por algunos minutos, que le parecieron eternos, en esa posición. La mano le tembló y el cuchillo se deslizó de sus dedos. La presión en sus sienes se incrementó de tal manera que le pareció que su cabeza explotaría. Trató de calmarse, no era el momento para decaer, dejó que la tensión disminuyera escuchando el tenue silbido del viento. Se aproximó al riachuelo casi a tientas debido a la oscuridad de la madrugada, lavó sus manos y el cuchillo, guardó éste cuidadosamente en una bolsa, tendría que desecharlo.

Se alejó pausadamente del lugar, el chillido de los grillos se combinó con el grito de las aves y el rumor de las aguas, dejó atrás aquel cuerpo inerte. Mientras caminaba pensó que debía seguir con lo planeado. En cuanto, a su muerte decidió que esperaría el surgimiento del próximo justiciero.