La fama no sirve ni para cagar, aunque muchas de las celebridades saquen provecho de su sola condición. Convengamos también que hay diferentes tipos de fama.
Pero insisto, no sirve para nada.
Sin embargo, el mito de las estrellas, un escalafón más alto que los mortales, queda muy lejos de saber para aquellos cholulos insaciables que roban, matan o violan por un autógrafo. ¿Ustedes creen que Mirtha Legrand hace caca como todos nosotros?. ¿Realmente creyeron que a Marcela Tinayre la parió?. ¿O que Susana Jiménez se tira un pedo trompetita mientras acaricia a Jazmín sentada en su sofá de 50 mil dólares?.¿Imaginan a la diva de los teléfonos depilándose el sobaco y un cavado español mientras lee “la Pavada” de Crónica?. (eso sí me resultó extremadamente repugnante) La respuesta es no. Nunca de los nunca, jamás de los jamases.
Pero en términos generales y como les decía, la fama es efímera y temporaria al menos para mí.
Gracias a la televisión zonal tuve la oportunidad de cenar gratis en el tenedor libre de “Chang”. O que muchas de las flamantes estudiantes del polimodal me mirarán con devoción por la sola portación de micrófono con la leyenda: “Canal 4 de san Fernando”.
Durante mi fracasado paso por la TV, los medios zonales se hicieron fuerte por la baja cantidad de usuarios de cable, producto de la malaria generalizada durante el gobierno de De La Rua pero iniciada en el Menemismo de su segundo mandato.
El caso es que durante largos años de mi vida, trabajé con el insipiente objetivo de que al menos alguien reconociera la cagada que estaba haciendo. Por aquel entonces producía un programa semanal que solía informar sobre la política de zona norte y que desde la mismísima nada saltábamos al bloque siguiente arrastrados por una cuerda impulsados por una camioneta 4x4 en el barro. Una especie de sky humano en el fango. Lo bauticé “Barrow”.
En honor a la verdad, el concepto de la fama no sirvió demasiado para el dueño de canal 4 de San Fernando que solía decir:
- Ustedes están desquiciados.
- Sí, pero es televisión verdad – replicaba convencido de haber descubierto el “gran tv Show”.
- Si no pagan el mes que viene tenemos que levantar el programa, por que al canal le cuesta dinero hacer estas payasadas.- sentenció el Romay de San Fermando.
- Quédese tranquilo...tengo casi cerrada una pauta publicitaria con la verdulería de abajo.-
El ciclo fue más corto que un pedo chirlo en una canasta, porque a las 48 horas levantaron el programa. Un fracaso más para mi corta carrera periodística y sumaban...
Pero saltemos unos diez u doce días en el tiempo para adentrarnos en un episodio que me tomó por sorpresa y evitar mi llorera frustrada.
Una típica mañana de mayo, fría, sentado en el último vagón del tren viajando hacia la facultad y enfrascado en mis bocetos dando vida a un nuevo ciclo televisivo de parejas infieles de zona norte y que saldría por una cuestión obvia en otro canal zonal, se aposentó frente mí con una mirada cómplice una joven de cabello claro-oscuro casi disimulando su rostro por el largo y brilloso planchado.
Flaca. Muy flaca y de grandes pechos, la chica miraba y volteaba constantemente. Su mirada panorámica hacía que el paneo fílmico más perfecto quedara en el olvido. La inquietud de sus piernas no paraban y hacían que mis piernas la emularan. Recuerdo bien que llevaba un libro de Tom Wolfe titulado “El nuevo periodismo”. Allí supe que sería alguna joven de la universidad y que me había visto en los pasillos molestando docentes corruptos.
- Disculpá- dijo.
- ¿Sí?.- respondí con cara de esperar la pregunta.
- ¿Vos sos el de “Vengan de a 1”?,
- Porqué me lo preguntas? - dije tímidamente para no ligar un cachetazo.
- Por que me hice fana de ese programa, y estoy tratando de verlo pero supongo que estarán por cable a esta altura.-
- ¡Ah!, sí. Soy yo. Akebi Mishima. El productor general.
- Me encantó la idea y me parece re divertido las boludeces que hacen...
Por fin estaba en presencia de una persona que sabía valorar horas y horas de trabajo en pos de la televisión. Una visionaria va...
Llegando a San Isidro, me dio su tarjeta personal y casi sin mucha charla agregó:
- ¿Me llamas?. Tengo mucha gente del ambiente que le puede interesar tu programa.
- Claro linda, te llamo y arreglamos para darte una copia- le dije con una sonrisa cumpleañera.
- Perá...!!! - le grité antes de pasar el umbral de la puerta corrediza.
- ¿Sí?- dijo con voz atrayente y siempre sin despegar sus ojos de los míos.
- ¿Cómo te llamás?.
- ¡¡¡Miralo en la tarjeta, chau!!!- y salió con paso interesante moviendo el culo.
Ni bien terminó esa frase sexy, observé la tarjeta. Decía:
- Lic María López Fortessi.
Debajo de la tarjeta: “Productora”
¿Estaría a punto de ver la fama, el dinero y la consagración?. Todos mis objetivos vivos una vez más. Por su puesto que no demoré ni 24 horas en llamarla.
Mi viaje continuó como todas las mañanas, hasta Barrancas y mi día estaba echo.
Ni bien terminé al día siguiente mi clase con Viviana Gorbato, otro de mis tantos profesores embebidos en la vulgaridad de la fama...y en honor a la verdad, en otras sustancias tóxicas, desde mi celular llamé a María.
- 15 5 3457756 marqué ávido.
- ¿María?. Soy Akebi, el de “Vengan de a 1”
- No, habla la asistente de María - respondió suelta.
- ¡Ah!, llamaba a María por el tema de un casette que le tengo que entregar.
- Sí... A ver esperá.- hizo una pausa y volvió- ¿María?, hay un chico que tiene interés en entregar un casette y por eso te llama; ¿qué le digo?-
Aquella asistente que no sabía su nombre, tenía el don de hacerme inquietar por la pronunciada exageración en su impostación de voz para con María.
- ¿Hola?- dijo la Asistente- Me está diciendo si podrían encontrarse en el café de Billinghurs y Santa Fé en treinta minutos.
- Sí, ningún problema - le solté- Adios.
En no menos de quince minutos estaba apostado en la mesa de ese café junto a la ventana. Ya habían pasado los treinta minutos acordados y mi paciencia exaltada.
5, 10 y 15 minutos más... 20, 30... y no venía.
Calculo que muchos de ustedes se habrán sentido unos pelotudos esperando a ciertas personas que jamás llegaron, disimulando el ridículo frente a los demás comensales... dando vueltas la taza de café, sobre poblando el cenicero de colillas, o incluso bebiendo el horrendo vaso de agua sin gas que sirven junto al expreso.
Una hora más tarde, insisto en un segundo llamado: 15 5 3457756.
- Hola.- Atiende una voz masculina.
- ¿Hola, María?.- Dije rápido y sorprendido.
- ¿Tengo voz de mina o tenes una poronga en la oreja?.
- Disculpá, estoy intentando ubicar a María López Fortessi.-Dije con voz seca.
- María no te puede atender, ¿ok...? Se va al exterior en media hora.
- Pero quedé en que le entregaría un material?, dije preocupado,
- Jodete hermano. – y cortó la comunicación.
Mi cara no salía de su asombro. Algo me olía mal y no era justamente el mejunje de azúcar con la mezcla de café y agua que había provocado en mi pocillo con algún que otro pucho dentro.
El mal humor de ese hombre me había provocado un desconcierto absoluto de la situación, mucho menos la posición de María por el cuelgue dado y la falta de justificación.
Tras pagar la cuenta, caminé una cuadra hasta la estación Bulnes y me embarque rumbo Diagonal Norte con un traje gris oscuro y corbata verde (mal gusto)que llevaba para intentar impresionarla.
Ni bien llegó el subte, portando mi cara mas ingrata después del fracaso del mundial ‘94, no vi otra cosa mas que el tren cargado hasta la manija. Intenté adentrarme por una de las puertas como los japoneses, empujando fuertemente el culo de la vieja que tenía frente a mí, pero la presión humana era tal que no podía desplazar al gordo cabezón que taponaba a la entrada.
- ¡¡Mové las cachas gordo!!- grité sacado- No ves que no entro!!.(Como verán seguía caliente por el plantón del café).
- ¿Me estás jodiendo?, ¿no observas que no puedo moverme?.- dijo el gordo, con una clara voz del típico “gordo bueno” calmando mi mala onda.
- Y... ¿qué hacemo’?, ¿me tengo que quedar a contar las vueltas que da el molinete?- le seguí en respuesta burlona.
Sin dar tanta explicación, me puse de espaldas a la vieja y flexionando mis rodillas presioné fuertemente la cadera para penetrar la línea divisoria del andén y el propio vagón. Finalmente estaba adentro. La puerta había cerrado justo frente a mi nariz, casi aguillotinada pero lograba ver como poco a poco el tren se movía.
La señora estaba prácticamente a merced de mi trasero y la prominente barriga del gordo bueno. Era un sandwich humano y ni me importaba si la vieja vivía o moriría asfixiada producto de otro pasajero que con sus brazos levantados ahumaba los vidrios del subte. Créanme que no estoy exagerando, pero su olor ácido irritaba mis pupilas inclusive dándole la espalda. Había como una suerte de robote en el vidrio y la baranda comía mi reducido tabique hasta el esfínter.
Cuando noto la parada de la estación siguiente, la gente comenzó a reacomodarse. Por la presión de la masa, presentía que lograría alejar mi geta pegada a la puerta porque mucho de los pasajeros habían bajado, pero negativamente por la puerta opuesta en la que me encontraba.
Hagamos un alto aquí, debido a que es menester dar una explicación mas acabada del tema “puertas subterráneas”. Muchas estaciones del metro están plegadas de la misma mano. No así, como la estación Pueyrredon o Tribunales, sus andenes están ubicados del lado contrario al habitual.
Pues bien, y siguiendo con el relato, intenté acomodar y desplazarme más libremente. Nunca imaginé que mi corbata estaría prisionera de la puerta jugando a una suerte de horca hasta la rendija de la misma, y una especia de corbata flameante por el lado exterior.
Efectivamente mi cuerpo casi tieso continuaba tenso a pesar de la comodidad del vagón por la tensión de mi corbata que asfixiaba poco a poco mi respiración, y que veía lastimosamente flamear a través del vidrio lo poco que le quedaba de vida.
La gente no logró percibir mi estúpido número, salvo el gordo bueno que aun seguía inmóvil en el tren. La carcajada fue elocuente y avivó a muchos transeúntes a tal punto que me señalaran con el dedo al pensamiento vivo de: qué bo-lu-do.!.
Debía finalmente esperar una estación más para desarticular mi corbata. No hice más que mirar al vidrio de la ventana para evitar la vergüenza... en realidad no me quedaba otra más que mirar la ventana.
Tras puteadas mediante, bajé del tren antes de mi estación habitual por una cuestión obvia.
Si bien debo confesar que la pasé muy mal en ese subte, creo haber aprendido muchas de las lecciones en curso acelerado de teatro en cuanto a perder el miedo y todo ese rollo del temor escénico.
Ni bien salí a la superficie, mi celular sonó avisando un mensaje pendiente:
- Hola ¿Akebi?, sí, Akebi Mishima...Bueno, disculpa que te haya plantado pero tuve un problema con mi novio. Estoy re bajoneada. Llamame si tenes ganas y sino te espero en casa. Mi dirección es Eduardo Costa 1459 Martinez. Chau, perdoname...-
Finalmente no estaba derrumbado. Aun tenía esperanzas de entregar el material y poder reavivar el día.
Horas más tarde me presenté en la paqueta casa de María López Fortessi. Así es. Yo buscaba a la hija de esa gran periodista que atravesó los años más duros de la “Argentina moderna” o llamada por algunos “Proceso de Reorganización Nacional”. Un hito del cuarto poder, una leyenda dentro de los medios audiovisuales por lo menos.
La casa era un coquetisimo chalet ladrillo a la vista de varias plantas. Ventanales enormes e incontables, provistos de varios balcones agraciados por tupidas plantas y flores arrogantes. Un jardín extremadamente grande en proporción a la vivienda y en su entrada de piedra adoquinada cubría fácilmente un aparcamiento de tres o cuatro coches alemanes. Estaba impresionado no por la majestuosidad de la casa, sino por los enanos verdes que observaban el jardín.
Toqué el timbre y emitió el clásico sonido de timbre de alta alcurnia. Clin-Clin.!! (Me detengo aquí para aclarar que el timbre era similar al de los Carrintong en Dinastía.)
Después de unos segundos, una dama negra con su delantal impoluto también de negro, acudió a mi llamado
- Busco a María.- Ella me llamó hoy para...
- Sí Joven, la está esperando. Pase por favor.-
Al entrar al salón me topé con una gran escalera de mármol de carrara blanco. La casa no era menos bonita que por fuera, salvando el detalle de los enanos verdes. Una alfombra roja llevaba a todo el salón contiguo. Un hogar enorme de piedra india y el vestido singular de los muebles combinaban jodidamente con todos los cuadros al óleo de muchos pintores seudo contemporáneos.
- Puede pasar por el pasillo central subiendo la escalera y la séptima puerta es el despacho de María.- Dijo la Ama de Llaves.
- Gracias, si me pierdo le pego el grito. La segunda puerta me dijo, ¿no?
- La séptima señor- contestó.-
- ¿La séptima? -Dije sorprendido -
- No se preocupe. Penélope lo guiará hasta allí. Cuando llegue a su despacho entre directamente sin anunciarse.-
Cuando reaccioné al aviso de la dama, olfateé un perfume particular que no era precisamente humano. Efectivamente bajé la mirada y era Penélope. Un perro Jorsaid traído de Londres sigilosamente peinado por varios peluqueros caninos.
- Ah, bue... macanudo. Lo sigo al perrito nomás... – rematé.
Seguí las indicaciones de ¿Penélope? y me detuve frente a la puerta.
- ¿María?.- y me metí sin aviso previo
- Sí, Akebi...- dijo con vos frágil.
- Qué te pasa que estás tan mal?. ¿Llego en un mal momento? Te dejo esto (el casette) y me voy.
- ¡No!, por favor quedate, que estoy muy angustiada.-
Presentía que había llegado en el momento indicado. Una joven que se sentía sola, muy adinerada y además bonita. Tenía todo para ganar, pero verdaderamente no era el fin último.
Conversamos casi dos horas de las típicas tonterías de estudiantes de periodismo: Cuáles eran nuestros libros predilectos, las inclinaciones dentro de la prensa escrita, nuestras mejores virtudes como comunicadores semiprofesional, etc, etc...
Hasta ese momento no había logrado descifrar exactamente su verdadera personalidad. O al menos presentía que ocultaba algo mucho más interesante de lo que relataba en ese despacho lujoso. Para empezar estaba intentando digerir cómo había llegado a esa casa bajo las circunstancias dadas; y finalmente quería entender por qué era yo el elegido ciertamente.
La mirada de María no despegaba de mis labios a cada bocado verbal y empezaba a especular con la idea de ser víctima de una cita sexual morbosa. Más y más seguían las miradas a mi rostro desencajado por la incertidumbre.
- ¿Cuándo tenés pensado darle el material a tus contactos?- pregunté mientras María recogía unas carpetas debajo del escritorio.
- ¿María?...¿Me escuchaste?- insistí a su llamado.-
Ella seguía con sus carpetas y había sido ignorado alevosamente. ¿Habré preguntado algo impropio?, ¿resulté grosero con algún comentario fuera de lugar?, ¿Habrá escuchado el gas que me tiré cuando abrió el ventanal?. Realmente no entendía su postura.
Finalmente María se incorporó y volví a interrogarla.
- Perdoname, ¿pero te ofendiste?-
- No!, ¿por qué?. Si sos un dulce.- con su cara más normal.
- Porque te estaba hablando y ni me contestas- exclamé.
Ella respondió a silencio con una pausa extensa y su rostro descansó relajando cada músculo de su cara. Estaba a punto de escuchar una verdadera confesión por su postura corporal y su ánimo caído.
- ¿Sabes qué pasa?... te lo voy a decir; soy sorda de nacimiento -
- Uh!, ¿ves?. Sabía que lo habías escuchado. Te juro que fue sin querer y se me escapó!.- añadí con compasión.
- ¿Eh?, no te entiendo...Te estoy diciendo que soy sorda de nacimiento; sorda. Que no escucho nada y si te comprendo es porque puedo leer los labios perfectamente.- remató tristemente.
Ahí mismo me cayó la ficha. Completé el puzle que faltaba y cerré todas mis dudas. La chica, hija de una afamada periodista, tenía la vergonzosa idea de confesar su estado insonoro. ¿Por qué?. Si no tenía intención justamente de proponerle arreglar el demo musical que estaba intentando ubicar en algunas discográficas con algunos temas bluseros. De manera que no comprendía por qué había omitido decir que era sorda.
- No hay problema María. – le dije para consolar su angustia- no me importa tu condición de sorda.-
- ¡Sí!, ya sé... pero todo el mundo termina rechazándome por alguna razón u otra.-
- Mirá; si te sirve yo tengo mi olfato casi nulo y no lo niego a nadie. Es una historia que te contaré algún día- le expliqué-
- Ja-ja-ja-ja!!!. ¡Ves!, en ese sentido no tengo problemas...- dijo rápido- y que sepas que olí tu pedo hace un rato nene!!!.
Ni bien terminó esa frase desgraciada, irrumpió al despacho un tipo con la cara de un perro hambriento de venganza. Para ser más exacto era enorme. Medía casi dos metros de alto y tenía la espalda de Ben Hoggan. Rapado y tatuado desde el cuello hasta sus brazos. La playera negra que llevaba delataba una muestra de sus horas en el gimnasio y su voz era absolutamente grave y conocida para mis oídos.
- ¿Y este gil quién es?- preguntó señalándome e intimidando mi aura.
- El... es un amigo y vos sos un tarado!- replicó María.
- No... No te preocupes loco, yo sólo venía a darle una cosita a tu novia y me iba.-
- ¡¡¡Vos sos el salame que molesta por teléfono!!!- aseveró el tipo.
- Sí.- dije con cara de resignación- lo de salame te lo acepto, pero lo de molestar te fuiste al re carajo!.
Del cagazo contesté de la manera más estúpida y chistosa; y ciertamente me esperaba una sala de terapia intensiva pronto.
En el forcejeo, me comí dos manos infernales y me embocó una patada paralítica para dejarme neutralizado . Yo había querido calmar su furia, pero ni el actor de “Camino al Cielo” era capas de tal proeza, de manera que ya tirado en el piso de parquet y en la posición tipo bolita (por el dolor agudo de la paliza proliferada reciente) comencé mi concentración plena, divina y absoluta. ¿Vieron de esos encuentros con uno mismo que sólo los japoneses puede realizar?. Bue... de esos. Inspiré y aspiré. Inspiré y aspiré.
Yo estaba flotando. Era otra dimensión y veía mi realidad relativa mucha más profunda y serena. Me sostuve por largos cuatro segundos abriendo mi pecho con mis brazos extendidos hasta incorporarlos a la posición de guardia al mismo tiempo que una de mis extremidades inferiores se levantaba en la típica posición de combate final. “La grulla”.
Cuando recién decidí manifestarle mi capacidad de defensa, y que sería capaz de matarlo con sólo un golpe, no veo otra cosa que... ¿estrellas?. Sí, estrellas. No me enteré de nada y verdaderamente entraba en otra dimensión mucho más lejana de la que conocía hace instantes.
La inmensidad de la noche; o la oscuridad absoluta. Silencio tenue, euforia de la nada. Quedé ido por varios días. Imágenes fotográficas pasaban por mi mente. Eso sí recuerdo claramente. Como diapositivas pero veloces e imparables. Recuerdos entrañables de pequeño; viajes, cumpleaños, fiestas y regalos...
¿Desperté?. Sí. Creo que sí. Estaba postrado en una cama que no era precisamente la mía, y a decir verdad, tampoco la de María. Respiré profundo como si recobrase nuevamente el aliento tras décadas.
- ¿Dónde estoy? – le dije pálido y lento a mi madre.
- Estás en terapia Intensiva, guarda la calma, ¿sí?-
- Si yo estoy así, no me quiero imaginar cómo quedó el otro - Solté con la fuerza de un gladiador- no sabes cómo les paré las piñas y patadas con la cabeza y la cara.-
- Sí hijito, lo sé por tu estado clínico actual. Estoy orgulloso de vos.
Quería saber qué fue de María, de mi material televisivo, de la gente que habitaba la casa funesta. Interrogantes, calculo, que cualquiera de ustedes se harían. Pues bien, ni el casette, ni María, ni la dama de negro volví a ver. La casa de Eduardo Costa estaba abandonada cuando me presenté a los pocos días de salir de la clínica. No había quedado rastro de nada. Ni los coches, ni los enanos verdes, y llamados telefónicos en vano. El tiempo había hecho de ellos un mal recuerdo.
Al año siguiente, por un canal internacional deportivo, la final mundial de Full Contact se daba cita en la ciudad de New York. La postal: El flaco pelado y María detrás rodeado de paparazzis y estrepitosos fanáticos del quía. Allí estaban; levantando cual si fuera un trofeo uno de los enanos verdes que alguna vez observé en el jardín.
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