Para Johanna, con todo mi cariño
Casi no recuerdo el día en el que mi alma se suicidó. Sé que era otoño, y los días se acortaban rápidamente. El viento y el frío fuera animaba a quedarse en casa, así que dedicaba la tarde a revisar y ordenar todos los recuerdos y fetiches de las vacaciones recién pasadas.
Ese verano había comenzado sin planes, por lo que decidí hacerlos por el camino. Tomé un tren que me llevó de Hendaya a París. Al llegar a Montparnasse ya había resuelto que mi próximo destino sería Praga, empujado por Kafka que me acompañaba en aquel viaje.
El trayecto desde Montparnasse Bienvenue hasta la Gare de l'Est es sencillo hasta para los que se pierden en las grandes ciudades. Línea 4 del metro, sin transbordos: Saint Placide, Saint Sulpice, Saint Germain des Pres, Odeon, Saint Michel, Cite, Chatelet, Les Halles, Etienne Marcel, Reaumur Sebastopol, Strasbourg Saint Denis, Chateau d'eau y finalmente Gare de l'Est.
Antes de que pasaran las dieciséis horas que separan Paris Est de Praha Smichov ya tenía perfectamente ubicados, construídos y hasta decorados su Castillo, el Puente de Carlos sobre el Vltava, su Ciudad Vieja y Barrio Judío,... Al llegar todo me era familiar.
La casualidad me llevó a alojarme en el mejor sitio que podría haber imaginado. La residencia de estudiantes de Strahov, sobre la colina Petrin, se utilizaba durante el verano como youth hostel para turistas sin recursos. A sólo 15 minutos andando desde el castillo, con una espectacular vista sobre Lesser, Strahov era el centro más joven y vivo de la ciudad.
En Strahov sólo había habitaciones dobles. Esto suponía una pequeña dificultad para los viajeros solitarios, ya que no estaba permitido ocupar cuartos individualmente. Por ese motivo, justo frente a la zona de recepción, aquellos desparejados que lo deseaban, esperaban la llegada de otros de su misma condición, para crear en cuestión de segundos una pareja de hecho que les permitiera beneficiarse de las 100 coronas por noche que costaba el lugar.
Pasaron varios grupos y parejas, mientras yo esperaba. Más tarde, en la ventanilla, una mochila enorme y dos piernas. Solo la veía por detrás mientras hablaba con la encargada de la recepción. Ella asentía al explicarle la recepcionista lo que media hora antes me había contado a mí. Giró su cabeza, y me miró siguiendo las indicaciones de aquella señora. Y se dirigió decidida hacia mí. Se llamaba Johanna y era colombiana. Como estudiante de intercambio en Francia pasaba en Europa sus últimos días antes de regresar a Bogotá a pasar el verano con su familia. Curiosamente había llegado desde París, en mi mismo tren.
No describiré a Johanna, únicamente diré que en aquella época yo era un tipo con suerte.
Como pareja de hecho, adecué mis planes a los suyos y alquilamos una habitación por una semana. El cuarto recordaba mucho más a un hospital que a un hostal. Las paredes, techo y suelo estaban pintados del mismo blanco. Había dos blancas camas con estructura de hierro, una silla blanca y un armario blanco. El cuarto de baño era el más grande que jamás he visto. Estaba en la misma planta, con unas 200 duchas, y una única pared que separaba la zona masculina de la femenina.
Un minuto le llevó a la sonrisa de Johanna acabar con la sensación extraña y ligeramente violenta al entrar en la habitación. Una hora pasó hasta deshacer el equipaje, organizar el cuarto y repartirnos el armario. Un día necesitamos para enamorarnos. Y una semana fue todo lo que el destino quiso regalarnos.
Ciento ochenta y cuatro horas más tarde, de nuevo la Gare de l'Est, en París. Metro, línea 4 hacia el norte. La siguiente estación es la Gare du Nord. Allí me quedé yo, esperando mi próximo tren, destino Copenhague. Y allí Johanna cambiaba al RER, que le llevaría a Charles de Gaulle, donde unas horas más tarde tomaría su avión.
Semanas después, mi mente y mi corazón se habían puesto de acuerdo para recordar aquellas vacaciones como maravillosas. Pero mi alma se empeñó en recordar solo la Gare du Nord. |