Hay velas por todos lados y el sopor de muerte que se prueba en el aire de esta habitación llena de encierro sofoca mi piel, esa que esta marcada por las agujas de histeria que se han posado para desdibujar mi alma.

Miro a mi mente; veo trazos, ira, tristeza, congoja y oídos sordos que son la solitud de mi aliento que se ve rodeado de espinas y mortajas que no pertenecen a mi; esos oídos son ajenos y míos a la vez. Una contradicción errante y palpitante, que te asecha como la mirada de la muerte enamorada que te sigue, que te observa y te vigila.

Alcanzo mi rostro en el espejo, es un borroso recuerdo de lo que presentemente es en un recuerdo pasivo de los lamentos de resignación. ¿Callar o hablar?, ¿Acaso es un remitente efímero el que se duda y el que se aclara con la fuerza del aliento? No lo se, solo soy testigo de esa sangre que pinta mis paredes, las de la sala y las del baño; por cierto tengo que retocarlas.