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Jorge pidió un día de permiso en la oficina pues al día siguiente debería ir al hospital de Viña del Mar para trasladar de regreso al hogar a María y a la guagua recién nacida. El Jefe de Personal y sus compañeros lo felicitaron y bromearon sobre lo bueno que iba a estar el bautizo al que suponían serían todos invitados. Jorge era querido por todos, su chispa y buen humor contribuían al excelente ambiente laboral que reinaba en la empresa.
Subió a su fiel y antiguo Chevrolet y mientras se dirigía a su casa ubicada en el pueblo de Quilpué pensaba en lo afortunado que era. María resultó ser la esposa y madre perfecta con la que desde joven soñó formar un hogar. Tenían una pareja de hijos maravillosos y ahora habían sido bendecidos con una niñita, el conchito.
Al llegar a casa encontró a su hijo mayor, Pedro, de quince años, estudiando en el living y a su hija Ana, de cuatro, jugando en la alfombra.
— ¡Hola, papito! —Se abalanzó Ana tomándolo de las piernas—. ¿Cuándo vamos a ir a ver a la mamá y a mi hermanita?
—Calma, princesa, mañana después de almuerzo iremos a buscarlas y en la noche estaremos por fin todos juntos en casita.

Al día siguiente se levantaron tarde, Pedro faltó al colegio y alrededor de las cinco partieron los tres en el viejo Chevrolet a Viña, ciudad ubicada a unos pocos kilómetros de Quilpué.
—Papá, ¿cuándo piensas cambiar este cacharro por uno nuevo? Deberíamos tener uno con airbag y frenos ABS, dicen que son súper útiles en caso de accidente —dijo Pedro, que iba sentado en el asiento delantero.
—Para qué cambiarlo si este viejo fiel nos ha resultado excelente y manejando con cuidado no hay nada que temer; respetando las reglas estás al otro lado.
Tuvieron que esperar el alta de María y de la guagua. Ana no cesaba de mirar a su hermanita, trataba de tocarla y cada cinco minutos preguntaba: ¿cómo se llamará?
Obtenido el pase de salida subieron al auto y justo al llegar a la reja del hospital un niño se cruzó por delante del vehículo. Jorge aplicó los frenos, todos se fueron hacia delante pero afortunadamente nada pasó.
—Viste, Pedro, si hubiésemos tenido los famosos airbag ahora estaríamos con esos aparatos frente a nuestras caras ¿y qué habríamos hecho?, de aquí al garaje para que los acondicionaran de nuevo. Es mucho mejor usar los cinturones de seguridad y punto.
—En realidad tienes razón pero, ¿y los frenos ABS? —contestó Pedro.
—Qué frenos ABS ni ocho cuartos, ¿viste cómo frené ante ese niño? Hay que conducir atento.

Jorge tomó el camino que une Viña con Quilpué, doble vía pavimentada y con frondosos árboles a sus costados cada cierto trecho. Ya estaba comenzando a oscurecer. En el interior del auto reinaba un silencio y un sentimiento de confort y tranquilidad difícil de describir.
Jorge pensaba: “Es increíble lo bien que me siento; esta niñita es un regalo de Dios, ¿cómo le pondremos? Quiero colocarle el nombre de mi mamá pero María quiere ponerle el de ella”.
Pedro a su vez reflexionaba: “Mi papá siempre tiene razón; en realidad, ¿qué hace uno cuando los famosos air bag funcionan? Además este cacharro es amplio y ahora que somos cinco, en un auto nuevo iríamos apretados”.
Ana pensaba: “La guagua es fea y además mi papá y mi mamá me quieren mucho más a mí que a ella”.
La guagua meditaba: “Hace días estaba mucho más cómoda flotando y no como ahora que todo se mueve, además que el ruido y esa especie de claridad me molestan”.
María reflexionaba: “Qué feliz estoy de terminar con esto y regresar a la casa. Parece que Jorge va un poco rápido, le diré que tenga cuidado” —pero en el mismo instante Jorge dijo en voz alta—: “¿Has pensado cómo le pondremos a la niña y cuándo la bautizaremos? Tenemos que llamar al padre Jolo y fijar una fecha, en la oficina ya me están haciendo bromas, tendremos que invitarlos a todos”.
¡Cuidado! —gritó Pedro—, delante del auto a unos veinte metros, apareció un novillo que iba cruzando la carretera lentamente. Jorge aplicó los frenos y maniobró para evitar el choque con el animal. El estruendo fue espantoso, se escuchó un crujir de latas y luego un silencio impresionante; nadie ni nada se movía dentro del auto.

Al día siguiente, en la prensa, apareció un artículo que decía: “Tragedia en la carretera. Recién nacida y su hermana mueren en choque contra árbol. Sus padres y el hermano mayor están hospitalizados con lesiones graves, pero fuera de peligro. El jefe de familia tuvo que realizar una impensada maniobra para evitar chocar con un novillo que se cruzó sorpresivamente en la carretera. No pudo controlar y detener el vehículo chocando contra un árbol. El trágico hecho y sus circunstancias están siendo investigados”.
La iglesia del pueblo estaba abarrotada de gente, al centro, delante del altar estaban los dos ataúdes blancos rodeados de flores. En la sacristía el padre Jolo arrodillado frente al crucifijo rezaba: “Dime, Padre mío, ¿qué se le puede decir a los deudos y a la comunidad ante semejante tragedia? ¡Ayúdame! te lo suplico”.
El padre Jolo en el púlpito, frente a los ataúdes, a los abuelos de las niñas y a la comunidad, con voz entrecortada por la emoción comenzó diciendo: “En esta triste mañana en que el dolor nos embarga sólo les pido que piensen que para nosotros, los católicos, la muerte forma parte de la vida, debemos aprender a enfrentarla…”
En el hospital de Viña del Mar, los padres y el hermano aún no sabían la magnitud de la tragedia.


Texto agregado el 17-11-2004, y leído por 934 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
14-01-2011 Triste, real. Bien contado. mariaclaudina
25-12-2007 hijo de puta... anciano de mierda...activa mi cuenta Ciberbaco
02-01-2006 Deja un gusto de tristeza horrible en la boca. Has sabido crear un ambiente tan cálido, que te encariñas con cada personaje, y sientes hasta que duele esa pérdida tan mayúscula... He conocido circunstancias reales similares, y, a veces, casi deseas que los que se están recuperando, casi mejor que no despertaran, por lo que les espera por enfrentar. Es muy duro en verdad para los que quedan... Ikalinen
17-11-2005 amigo, me he quedado muda por tu historia, tu eres muy valiente,esas niñas son unos angeles que que cuidan de los que quedaron sufriendo. todas, todas mis luminosas para ti, son pocas, tu relato me puso la piel de gallina. un abrazo de una calameña. ROSSAA
07-05-2005 Tu historia me pareció muy familiar sobre todo porque Quilpué es mi terruño. puraletraw
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