Las personas se apuraban y al banco llegaba más y más gente. Todo el mundo aquel día parecía necesitar algo. Sólo tres cajas habilitadas y un señor, corpulento de unos 40 años se quejaba ante los empleados diciendo en vos alta: “acá el 24 de diciembre, tampoco laburan...!” Esa vos había resonado en todo el edificio. Construcción de fines del siglo XIX, una estructura imponente que parecía haber sido construida con el único fin de hacer sentir insignificantes, pequeños y débiles a todas las personas que ingresaran a aquel banco, a pagar, a cobrar, a depositar, a retirar, etc. No importaba mucho lo que fueran a hacer, siempre uno sentía que al entrar, esas inmensas paredes y esa gente que del otro lado del mostrador parecía estar más ansiosa que nosotros, a uno lo iban a devorar. Un empleado se movía de un lado para otro, por un momento sentado en un escritorio, luego se paraba como queriendo hacer algo distinto, pero se volvía a sentar, atendía el teléfono y hablaba con vos fuerte. En la entrada del banco se había armado un alboroto, porque a una señora le habían robado la bicicleta que había dejado atada en la vereda, y le reclamaba al hombre de seguridad con mal tono: “...escúcheme a usted para qué le pagan, ¿se puede saber?... !!”. Al final de la cola de la caja 1 dos mujeres parecían muy interesadas en contarse de sus vidas, y echaban rienda suelta a un diálogo lleno de risas y carcajadas, que parecía estremecer al joven que estaba delante de ellas.
El cajero de la caja 2 golpeaba fuerte con su sello cada papel con el que se encontraba, como en una situación de desprecio por aquello que la gente le pasaba por la ventanilla y el de la 3 demoraba porque hacían ya 10 minutos que se encontraba con el mismo cliente... A quien al parecer no le cerraban los números y se esforzaba en explicarle al cajero lo que en verdad quería decirle y el cajero, totalmente nublado ya por la voz aguda e incisiva que tenía el señor, le decía que eso debía resolverlo en la otra sucursal de ese mismo banco. Pero el hombre, de unos 60 años, le decía: “...a usted le parece que a las tres menos diez de la tarde, me puede decir que vaya a solucionar esto a la otra sucursal... ya cierra todo y mañana no abren...!”
El empleado del escritorio colgaba el teléfono y al segundo, casi en forma desenfrenada, se desahogaba con un grito: “que hacé’... Alfredo!!!” hacia otro de los empleados, en una suerte de saludo desaforado que obligaba al otro empleado (un tal Alfredo) a devolverle algo parecido por tanto se escuchó: ¡CHE Walter, vo’ andás siempre con ganas de rajar...?! Yo te digo la verdad, a las tres en punto, vuelo...!!”
Fueron unos diez minutos, tiempo suficiente para darme cuenta de que muy posiblemente, el silencio en aquel lugar tan cargado de sentidos como es el banco nunca sería posible, siempre está ese vértigo que se impone entre los empleados y los relojes que se imponen entre las personas que hacen la cola, que termina por generar ese ruido característico. El mismo que seguro oyen ustedes cada vez que entran a un banco. Una serie de sonidos de voces por lo bajo, voces en alto, teléfonos, golpes de sello, cajas registradoras, carcajadas, el aire acondicionado... y vaya uno a saber cuantos sonidos más... que agregado a la imponencia del edificio, nos sumerge en un nuevo mundo... Un mundo en el que todo parece plagado de esos sonidos, generados en su mayoría por aquellas actitudes, que envuelven al ser humano en la vida moderna. La del querer todo para hoy y nunca relegar nada para mañana, ni mucho menos para pasado; mezclado con la “astucia del empleado” que aprovechándose de esa situación, parece estar esperando que transcurran las agujas del reloj, prácticamente sin importarles demasiado toda aquella gente que, en fila se muestra cansada ya de esperar... Pero más cansada aún porque en el banco nunca parece haber paz... Un sitio en el que el silencio, pareciese ser objeto más preciado por cada una de aquellas personas que bajo ese techo imaginan salir a la calle, llegar a sus casas y olvidarse de aquel mundo de gente agolpada en búsqueda cada uno de algo diferente. Los que cobran están felices, los que pagan sin demasiado ánimo, y los que trabajan... Los que trabajan allí, creen que ya todo ha terminado, sólo porque al otro día se festeja la Navidad.
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