Portofino es irresistible... Así leyó en un diario esa tarde de sábado, una tarde soleada, en la que el frío parecía haberse apoderado de todos allá afuera. No se escuchaba más que el teclear de sus teclas que buscaban algo más, como si en su vida nada hubiese sido completo, buscaba siempre algo más.
Algo le pasó durante esas dos semanas anteriores, sólo se había encontrado con la pasividad, pero también con la desesperanza. Estaba como el día en que, de niño, perdió su juguete más soñado. Y qué casualidad, mañana era día del niño. Pero claro, sus años habían pasado ya, sus años ahora le pesaban más que cuando era niño y la vida comenzaba a demostrarle que rara vez suele ser compasiva, rara vez lo saca a uno del mismo lugar.
Había estado mirando tele unos minutos antes, luego se dirigió a la habitación más alejada de la casa. Un pequeño escritorio con algo de desorden, y al cual nadie entraba mucho; pero esa tarde él entró. No sabía bien porque, pero algo le sucedió; la luz que golpeaba la ventana, ese reflejo, seguro que habría sido aquello. Se sentó en el banquito de madera y casi sin pensarlo sacó un diario viejo, organizó sus hojas, lo desplegó y entonces leyó “Portofino es irresistible”. Aquel título, acompañado de una foto que le mostraba lugar de sus sueños, lo despabiló, lo sacó de aquel letargo. Y soñó...