“Pasa donde el tony Valverde y cóbrale lo que me debe, y no le aguantís que se te corra. Ya van tres meses que se está corriendo”. El patrón era grandote, con un aspecto que daba temor por la cicatriz que dejara un perro loco en su cara, pero era enfermo de bonachón. Por eso el Edulio abusaba de él. D. Fernando, el patrón, hacía como que no se daba cuenta, vieja táctica aprendida en su pasado campesino, y lo “apretaba” cuando era realmente necesario. “Ya anda con la tontera el futre”, mascullaba el Edulio.

Sentado en la cabecera de la mesa el tony Valverde era el centro de toda la atención. De baja estatura, con pinta de jinete, muy delgado, de cara larga y morena era la simpatía andando.. Sus chistes y bromas le brotaban en forma absolutamente natural.
“Y así no más fue. Yo le dije a la iñora: me voy a sacar el gordo mi ‘ jita. Y ella no me creía, como siempre”.
Sus contertulios tampoco le creyeron. Siempre estaba de chanza. Pero cuando sacó el número y el diario los incrédulos fueron disminuyendo hasta que todos creyeron. ’. Nadie se fijó que el diario era antiguo. La ambición pudo más. “El dios oro” (decía mi suegro) hizo que la cosa agarrara vuelo. ¡Y qué vuelo!.
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Rápidamente fueron a la carnicería, la verdulería y por supuesto, la botillería. ¡Y se armó la fiesta!. En eso estaban cuando apareció en la puerta el Edulio:

“Buenas tardes don Valverde, manda a decir mi patrón que se acuerde de lo que UD sabe, pueh!. Al momento fue incorporado a la celebración y se le olvidó totalmente lo que se le había encomendado.

Los ojos del tony brillaban con frenesí. ¡La que les estaba jugando!. Apenas se la creía. Él, el pobre tony de circo pobre, de infancia pobre, de juguetes pobres, de amigos pobres, pobres de pobres, por lo menos era capaz de burlarse bien, algo era capaz de hacer bien.
Se recordaba en la pista cuando había sido tony, por incumplidor lo
habían echado. (“¡No eres capaz de nada, nunca serás capaz de nada!”). ¡Te equivocaste mamá!”. Oía las risas. Es cierto que no era feliz en ese tiempo, aunque algunas veces realmente reía de todo corazón. Y los niños, y los niños... ¡Cuánto le gustaba ver sus caritas expectantes y felices!.

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“¿Se sacó el gordo?. ¿Qué el tony Valverde se sacó la lotería?. ¡ Voh estai más huevón!. Ese gil les está jugando una de sus bromas!. ¿Y por qué no me mandó la plata si es rico? ¡Ah!. Le dijo el patrón al Edulio al recibir la noticia. Pero en el fondo él también dudaba. Bueno, siempre y de todo dudaba. Le gustaba llamarse “cartesiano”, era el único recuerdo que le quedaba del colegio, el resto había desaparecido misteriosamente. Sus sueños de clase media se dispararon con la posibilidad de sacarse un premio grande. El no sería mala onda. Él compartiría con todos. En el fondo de su corazón sabía que sería así. Desechó estos pensamientos y volvió a su labor, pero la sola `posibilidad que fuera cierto lo del Valverde lo alteraba. Alteraba su paz de hombre sin mayores preocupaciones en esta vida. Ahora, que las había pasado, las había pasado. ¡Y de qué forma!. Sus dos separaciones; el criar a sus hijos sin mamá; la casi ruina pa’ la recesión, en fin. Las había pasado, pero las penas y rabias no habían podido extirpar su corazón bien puesto y manchar su alma pura. En el fondo deseaba que el tony Valverde fuera rico. “¡Putas, que alguien sea feliz alguna vez, por la cresta!”.

Valverde llegó a casa como siempre. Dejó el maletín encima de la mesa. La bufanda en la pieza. Tendría que buscar el paraguas porque ser anunciaba la lluvia. Se tomó la cabeza con las dos
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manos en un gesto de cansancio, y de pronto se acordó de lo de la noche pasada: “¡Pero si ahora soy rico!”. La creencia de ser rico fue prendiendo en la afiebrada mente del tony Valverde hasta tal punto que su mujer lo llevó al doctor a quien le contó con ojos afiebrados que de verdad él era “Muy, muy rico, doctor”.

“¡Por favor no sigan trayendo más regalos, por favor! Mi marido no es rico, no tiene ni donde caerse muerto!”, repetía cada vez con más angustia la esposa del tony Valverde Pero las gallinitas, los pancitos recién amasados, “ este pavito criado con puro triguito no mah”, el mantel de hilo, etc., etc., seguían llegando para desesperación de la Tere, la pequeña esposa del tony Valverde. Era baja y rechoncha, con la gordura sana de la juventud y la buena alimentación de la clase baja que come todavía en este mundo. Era sencilla, sin capacidad para el mal. No concebía el hacer daño, el hablar mal de alguien. Y no
podía entender que le creyeran a su marido. Para ella era tan clara el alma de ese hombre. De todos los hombres en realidad. Tenía esa facultad que poseen algunos seres angelicales de ver las almas de los
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demás. Así percibía nítidamente la avaricia que iba creciendo junto a su “rico” marido. “Me gustó al tiro no más, apenas lo vi en la pista pintado de tony. Pintao y too me gustó. Le caché al tiro su alma de niño bueno y travieso.” Él también se fijó en ella, morenita, gordita. “¡Güenas pechugas y un potito gordito y paraito...de comérsela!”.

El auto siempre le había gustado. Siempre le decía al dueño: “¡Se lo compro amigo, se lo compro!”. A lo que siempre le respondían lo mismo; “¡Con qué ropa!”. A lo que él siempre contestaba:” Con esta mismita”. Ahora era su auto Comprado con nada. Con la pura lengua. Con la inteligencia y la picardía del que ha tenido que luchar siempre y sin perder el humor. Realmente lo sentía suyo. ¡Lo había deseado tanto!. El motor apenas se oía. Era suavecito, potente y bonito. ¡Qué más se quería!. Lo devolvería algún día. Esta era la única parte que no le gustaba de toda esta faramalla, pero sólo sucedía cuando tomaba conciencia y entonces no era rico, pero ahora era ¡rico, muy rico!.
Como era de esperarse, las cosas empezaron muy rápidamente a salirle mal al tony Valverde. La gente, al principio en forma tímida pero
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después a la desesperada, comenzó a exigir los pagos de los “préstamos” hechos al nuevo rico.
Y, por supuesto, estos no aparecían por ninguna parte. Los regalos dejaron de llegar. La casa, si era visitada, era para pedir, no para dar o regalar.

“Yo te lo dije, Edulio. Ese güevón nunca se ha sacado el gordo”.

Pasó el tiempo. La situación se hacía insostenible. Tuvo que huir al sur donde unos parientes, “Hasta que se olvide esta huevá”.
Caminaba por el bosque sintiendo el pasto húmedo. Al pisarlo salía un aroma a infancia. A mamá, al “¡tesito con pan, mijito!”. Con sopaipillas, cuando llovía...En fin, aparecía ese dolor en el estómago...el dolor de ser pobre, de mirar siempre pa’arriba. De mirar a las minas ricas “tan ricas” y decir “no son pa’ mí”. Y agachar la cabeza y seguir, seguir hasta donde el cuerpo aguantara.
El vivir muchos meses en el monte le dio una paz que nunca había sentido. O tal vez “cuando cabro chico”. Recordó mucho, mucho a su
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mamá. A esas tardes junto al brasero, con ese olor a húmedo y carbón en la media agua, allá en el campo, cuando el ser pobre no era problema. Cuando se dormía porque el sueño era superior a uno.
Porque: “¡anda a acostarte chiquillo e’moleera!”, y había que obedecer no más. En fin, entre la naturaleza y los recuerdos fue limpiando el alma. “Me voy a ir pa’l norte a ponerle el pecho y ver cómo salgo de ésta”. Estaba tranquilo. Con una tranquilidad, con una paz, con una dicha tan, tan grandes que apenas si cabían en su pequeño cuerpo de jinete. Tomó el bus y se las echó “pa´ la capital”. A medida que se acercaba al terminal se puso más y más nervioso. “¿Cómo voy a salir de ésta?”., se preguntaba a cada rato. Tan ensimismado iba que no sintió el enorme vehículo de carga que lo arrolló matándolo en forma instantánea. Y ahí quedó a la vera del camino, por primera vez en su vida quieto.