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Fue un pánico entre el ardor de mis manos y el transitar de las horas, cada principio de muerte que me cubría al estar frente a esa puerta, transformaba mis ojos cada vez que veía. Los párpados neutros como los árboles o las penas rotas como mis llantos me hacían detener mis tactos entre el miedo y la ceniza, pues no podía imaginarme su cuerpo envuelto en otras sombras, tampoco podía llegar a sentir el cadáver frió de mi sol mientras sufría, y claro, el viento me arrastraba a la verdad y el vapor de la tarde vespertina se alojaba en mis llagas, y bien, no podré cruzar y si lo hago tendré que asumir el estar perdido en el nido mas pavoroso del miedo.
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Texto agregado el 17-11-2004, y leído por 214
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