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Sangre, sudor y lágrimas

Anduve paseando por las anchas y cómodas calles de Miraflores, estaba
contemplando el hermoso paisaje del majestuoso y siempre petulante volcán
Misti. No había mucha prisa por llegar a casa, no hay nada interesante por
hacer hoy.

Oí que la gente causaba gran alboroto en el parque Mayta Cápac,
presurosamente acudí para ver que estaba ocurriendo, y a lo lejos pude
divisar una gran explosión, se trataba de un coche bomba que había
explotado frente al Banco de la Nación, como consecuencia de esa tragedia,
murieron 20 personas, entre niños, mujeres y hombres; el centro de
Miraflores era caos, desconsuelo, desesperanza, y un mar de lágrimas; la
gente huía a todas direcciones, mientras que Eduardo José permaneció en el
lugar de la tragedia; algún familiar suyo había perecido instantáneamente,
se le notaba perplejo. El autor de esa tragedia rondaba por las cercanías
del lugar, pero nadie podía sospechar de quién se trataba.

La policía llegó al lugar de los hechos después de 30 minutos de ocurrido el
fatal desenlace. Eduardo José permanecía inmutable. Los efectivos del orden,
al verlo a Eduardo José en el lugar de los hechos, sospecharon de él, e
inmediatamente dieron la orden de persecución. Él empezó a escapar para no
ser ajusticiado y llevado a la prisión injustamente. Pudo correr no más de
cuatro kilómetros, su avanzada edad le impedía tener una mejor resistencia
física. Fue cogido en la plaza principal de Mariano Melgar, en medio de la
muchedumbre. Pude divisar que castigaban cruelmente a Eduardo José, quien
tenía aproximadamente 35 años. Lo acusaban de ser uno de los miembros del
movimiento revolucionario "Túpac Amaru". Era castigado de la manera más
cruel que jamás haya visto, lo pateaban, lo escupían y le decían cosas
soeces. Llegaron al centro de la plaza, y lo esposaron de pies y manos. Los
autores intelectuales de esta barbarie eran algunos elementos de la policía
militar del "Cuartel Salaverry".

Eduardo José tenía la camisa empapada y los ojos llorosos; era conmovedor
verlo en ese estado. Él tenía que pagar deudas ajenas, ¡qué injusticia!
La gente comenzó a rezar para que cesaran de castigar de esa manera a ese
desafortunado hombre; unos pedían y elevaban sus plegarias a Dios todo
poderoso, otros a la virgen de Chapi, y no faltó alguien que pedantemente
soltó esta frase: "Que eleven sus plegarias a quién quieran, pero no serán
escuchados, pero si elevan sus plegarias a mí, tal vez yo pueda hacer algo
por ese desdichado". A simple vista, daba la impresión que se trataba de un
seguidor del príncipe del infierno, o tal vez, alguien que se dedicaba a
mofarse de los demás.

La gente volteó para ver quién había dicho semejante bajeza, y él seguía
parado ahí como si nada hubiera pasado. Mientras el príncipe del infierno
captaba todas las miradas. Eduardo José seguía siendo presa de los
escupitajos, de las patadas y hasta de mentadas de madre.
Todos pedían clemencia y decían:
"En el nombre de Dios, dejen en paz a ese pobre hombre, tengan piedad de
él".
Una señora se aproximó hacia el lugar donde Eduardo José era torturado y le
dijo: "Hijo mío, ten fe en nuestro señor, el os guiará y hará que vuestro
dolor sea menos doloroso". Un efectivo de la policía militar se acercó y le
propinó un culatazo en el rostro, destrozándole el tabique nasal de la
indefensa anciana. La sangre descendió en gran cantidad, y rápidamente se
formó un pequeño riachuelo de ésta. La ambulancia apareció haciendo retumbar
su sirena, pero ya era demasiado tarde, la anciana murió en manos del
paramédico.

Eduardo José, por haber sido encontrado junto a los cadáveres, fue hallado
culpable y fue sentenciado con la pena capital; debería ser fusilado al día
siguiente, en presencia de toda la población.

Al escuchar la sentencia de muerte, Eduardo José seguía inmutable. Era igual
vivir o morir; ahora es igual; pues su esposa e hijo habían muerto en la
explosión, y él había encontrado la cabeza de su esposa lejos de su
respectivo cuerpo, y el brazo de su hijo a 10 metros de su cuerpecito.
Eduardo José anhelaba ahora reunirse nuevamente con su familia, reunirse
para nuevamente estar juntos por toda la eternidad.

Eduardo José fue trasladado a la carceleta del "Cuartel Salaverry". Era
vigilado por 20 soldados fuertemente armados y preparados por si algún
supuesto compañero entre a rescatarlo; era cuidado muy celosamente. En las
afueras de la villa militar, efectivos de la policía militar resguardaban
incesantemente las viejas construcciones del cuartel en mención.
Eduardo José, al promediar las altas horas de la noche, ha elevado sus
últimas oraciones, ha pedido clemencia para sus antagonistas ante el Todo
Poderoso. En las primeras horas, un alto mando militar hace retumbar por
primera vez su elegante trompeta, es la primera señal de toque de queda.
Mientras se lleve a cabo la ejecución, las calles de la ciudad permanecerán
solitarias y vagas. Después del desayuno, el alto mando militar hace
retumbar por segunda vez a su inseparable corneta; la hora del fin ha
llegado...

La población va llegando en grandes cantidades a la plaza principal; el
alcalde de la ciudad llega a pasos agigantados. Eduardo José es conducido a
la plaza en un camión blindado. Por última vez el alto mando militar hace
resonar su corneta.

Eduardo José es arrastrado hasta el centro de la plaza, se le nota demasiado
cansado y sin fuerzas para mantenerse en pie por si solo. El coronel se
acerca y le dice: "te concedo tres deseos, y apresuraos antes que me
arrepienta..."
-Deseo agua para lavarme las manos. Deseo fumar por última vez. Deseo que
todos ustedes se pudran en el infierno.
Los soldados, elegantemente vestidos, y con fusiles de último modelo sobre
el hombro, avanzan firmemente sobre la posesión del sentenciado...
La muchedumbre reza por el alma de Eduardo José. El coronel, con voz
tranquila, empieza el recuento, tres, dos, uno, ¡fuego!

Después del bramar de los fusiles, se hace presente nuevamente la señal del
retumbar de la corneta, indicando que la sentencia ha sido cumplida... y que
el toque de queda ha terminado.

Después de haber ejecutado a Eduardo José, se escuchó una segunda explosión
en el centro de base de operaciones del cuartel general "Francisco
Bolognesi", ubicada en las afueras de Cerro colorado. El principio del fin
ha comenzado.





Texto agregado el 17-11-2004, y leído por 452 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-02-2005 Me ha gustado mucho la lectura del texto, me ha atrapado. Está muy bien narrado. Desgraciadamente el argumento es duro, pero real. El título, acorde con lo narrado. Un saludo y mis ***** estrellas. Eulba
 
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