Durante largo rato como estudiante universitario me surgió de manera perversa hacerme pasar por extranjero. Si bien mis apariencias físicas indican a un prominente japonés devenido a sudaka, solía jugar un poco y desafiar la gravedad de mis raíces chistosamente modificadas por roles que con un gramo de cerebro podían delatarme fácilmente. El mejor escenario para dicho circo no era más que el ya conocido tren.
Recuerdo perfectamente como chamuyé a una mina con el verso que era un francés que visitaba de intercambio cultural la Argentina. Aquella pobre jovencita creyó palabra por palabra todos mis “cuentos asombrosos”. Aquel personaje que había creado en pocos minutos llegó a emocionarse con esa joven llamada Pamela y sentía a disgusto cómo podía estar lejos de su familia, de sus afectos e incluso de sus amores. Aquel francés galán con acento horrible logró cautivar el corazón deslomado de esa bella chica de Belgrano.
Cada interpretación mejoraba día a día a tal extremo de desafiar incluso hasta los libretos más rebuscados.
Pocos días después surgió la idea de encarnar a un joven español recién llegado de Madrid. De unos veinti tantos años, hijo de un afamado médico coloñalista de la Argentina privatizada.
Así pues, en la estación San Isidro subió una jovencita que cumplía las características perfectas de una pobre inocente. Sumisa, con un “toch” intelectual y muy bonita por cierto. Pelo lacio y bien negro cobrizo, espalada ciertamente de modelo y una cola creada por el mejor ebanista de Sudamérica hacían que mi baba goteara hasta mi barbilla lampiña.
El lugar era perfecto ya que mi asiento lateral estaba libre y frente a mí nadie yacía. Ni bien toma posesión del sitio, le comenté:
(Desde aquí escribiré con la “z” aquellas palabras que suelen sonar con tal entonación para hacer más real el diálogo)
– Disculpa, ¿me puedes dezir la hora? – con un acento más español que el mismísimo príncipe de Asturias.
Automáticamente ella soltó,
- ¡Sos español¡, qué bueno, viví allí seis años.-
No..., si voy a ser ruso hablando en Quechua (imaginaba por dentro).
La plática comenzaba rápido, pero si no tomaba el control podía perderla...
- Que way! (expresión típica de los jóvenes españoles).
- Y que haces por acá? – me dijo rápidamente.
- Estoy por trabajo. Es que soy médico como mi padre – respondí con la mirada más winner.
- A qué especialidad te dedicas?-
- Soy clínico, pero tengo pensado seguir los pasos de mi padre que es zirujano- le mentí. (más que clínico era cínico)
La conversa siguió muy amena y las estaciones pasaban veloces como bocado de Porcel. Estaba a punto de invitarla a salir esa noche. Tenía un platita ahorrada producto de aquellos regalos de mi abuela y un coche perfecto, prestado claro está por uno de mi viejos secuaces compañeros escolares.
Cuando decididamente iba a por ella, y mi plan resultaría positivamente de los mejores, el tren a modo de impacto frontal me dejó perplejo. Violento y casi sin luz pierdo el control de la situación. Aquello era caótico y el griterío me sobrepasaba.
No comprendía nada y, creo, los demás menos. Sólo atiné a pararme después del revolcón y observar por la ventana lo sucedido. Allí reaccioné y vi que un carro botellero se había cruzado con la máquina.
Calculen ustedes que venía sentado en el primer vagón y en la primera fila de asientos, por lo cual después del motorman, sentimos con mayor fuerza el golpe.
En uno de mis tantos actos reflejos, busco a mi compañera de asiento pero entre la muchedumbre y la oscuridad nada pude hacer. El tren ya estaba detenido, pero aun la conmoción seguía. Recorro, primero con la mirada y luego rengueando, todo el coche de la punta hasta el final para intentar hallar a la joven y tampoco tuve éxito. En esa recorrida pude ver que la unión de un vagón a otro estaba completamente entorpecida. Encerrados.
Volví hacia la punta y con un “Ap chagy” Taekwondezco derribé la puerta del motorman.
- Qué pasa flaco?,- (se me había ido el acento a la mierda).
Aquel hombre estaba agazapado y con sus manos en la frente, cual lamento de los más tristes
- Lo hice cagar!, lo hice cagar, lo hice cagar!!!- respondió sórdido.
El panorama era fulero. El carro ya era para el asadito del domingo, el caballo no era más que varios pequeños pony teñidos de rojo bermellón y aun no podía ver a su jinete sin cabeza.
Volteo la mirada y nada. De a poco las sirenas resonaban de fondo entremezcladas con el berrinche de los pasajeros.
Vuelvo al coche e intento buscar con más avidez a mi compañera que aun no sabía su nombre.
- Ayuda!- escucho.
- Michi, michi, michi...- dije por lo bajo en acto fallido para abordarla.
- Acá!, abajo del asiento.- Era su voz desesperada.
Me agache y la encontré envuelta en sangre con sus vestiduras rasgadas bajo un asiento cercana a la puerta corrediza. La tomé de sus flacos tobillos y comencé a empujar hacia mí para sacarla.
- Estás bien? – le interrogué.
- Me duele mucho- balbuceaba .- si me sacas la rodilla del estómago me voy a sentir mejor- largó.
La volvía acomodar y se quejó nuevamente.
- Fijate vos que sos médico.-
Ahí caí como un chorlito y se me venía la noche ya que detrás de ella esperaban ser atendidos seis personas más con gran dolor. Mi presión arterial ascendió como una cañita voladora y mi ano se frunció herméticamente.
- No tengo los elementos nezesarios – me excusé.
- No me importa, me duele mucho el hombro, creo que me lo saqué de lugar-
- No te muevas que es peor.-
Volví a ella y acerqué mis labios para darle más asistencia.
- Lo que nezesitas en resperirazión boca a boca.-
- ¿Si la rodilla es la que tengo mal!?-
- No importa – dije suelto – en la medizina actual, todo tiene que ver con todo: rodilla, dedo, pecho y boca.-
- No, no, salí, salí.
- Bue...- dije con voz de opa.
Debía tomar de todos modos el bastón como médico y me paré frente a mis pacientes:
- Ubiquen sus boletos y colóquenlo en sus mandíbulas así podré reconocerles de inmediato. No os preocupéis que es una nueva técnica que se está utilizando en España -Esa frase poco feliz fue la más idiota que había dicho en toda mi vida.
Realmente imploré a todos los Dioses que descreía y esperaba que algún bombero entrara a mi salvación. Finalmente como suele entrar Batman a sus emboscadas aparece un auxiliar de la policía.
Todos me señalaron como el sabidillo médico del accidente y sin dudar el policía me interrogó:
- ¿Cuál es la situación doctor?-
- La gorda aquella está muy jodida, y el viejo, creo, escata esta misma tarde, los demás pasajeros no los he visto aun- le dije al oído.
Nunca entendí por qué las situaciones límites y extremas siempre me superaban. Tal vez, y justificándome asquerosamente, mi achique se debe a que por aquellos años de adolescente rebelde sufrir el encierro en una cámara frigorífica durante largas dos horas hicieron de mí un niño asustadizo, desconsiderado, del cual envuelto en un panick attak constante tomaba mi peor perfil.
Aun no lo sé. El caso es que me las quería tomar como David Coppefierld en plena función o lo que es peor, quería tragarme un sable como el ya desaparecido Tusan para salirme del tema.
Cuando logré evadir a los accidentados, salté por la ventana y caí pisando un brazo sucio amarrado a una cinta de cuero gastado. Sí!!!. No era más que la extremidad derecha del jinete degollado. Mi boca se abrió como en visita de dentista y al grito de horror escapé del lugar. Muy lejos quedaron mi hombría, mi cinismo y mis simulaciones.
Pasaron varios meses para recuperar el aliento y tomar coraje de retomar mis viajes en tren. Por su puesto que nunca más simulé se otra persona más que yo mismo...va, en realidad un año después interpreté a un joven polaco extraditado pero no tuvo demasiado éxito.
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