Ya sobre mi adolescencia y experimentado en ciertos boliches de la noche, mi habitué trasporte hacían la perfecta combinación para quedar como un duque frente a las minas y alardear sobre mi disminuida madurez por el mero hecho de viajar en tren al ya incendiado Keyvis.
Aquella era una noche de verano, fría raramente ya que por entonces el llamado temporal del ”niño” todavía ni se había gestado ni nombrado jamás en algún noticiero.
Esa noche nos esperaban en la estación de San Fernando dos chicas que había conocido Santiago, un compañero de la secundaria. Teníamos planeado todo perfectamente. Recoger a las chicas en San Fer y seguir hasta Olivos. El plan era fácil y sencillo, por demás tentador.
La rígida gomina de Santiaguito hacía que por esas razones paranormales la gente nos observaba con más avidez. Sobre todo por su jopo beligerante extendido hasta el ventilador del vagón. Una cosa que hoy sería ridícula. En realidad, en aquel momento también, pero estaba a la moda. Kilos de gomina del padre separaban escasos diez centímetros de la punta del jopo hasta el comienzo se su frente amplia.
Nuestras remeras negras con Angus Yong e Iron Miden en su portada hacían un panorama excelente. Los blue jeans achupinados en las bota mangas hasta casi no poder sacar el pie nos retrataba auténticamente como unos chicos de la noche.
Allí estábamos. Dos pobres imbéciles culones con los pantalones pagados al mejor estilo Carmen Barbieri en época de la Revista.
No así, nos sentíamos los mejores. Los más ganadores. Solos en aquel último tren de la noche.
Finalmente empezamos a prepararnos para recibir a esos bombones que mi amigo había conseguido. El se quedaría con la rubia y yo con la morocha. Era más que fácil ya que según él, la morocha me había visto en alguna oportunidad y la cosa venía bien.
Cuando el tren se detiene, Santiago se para frente a las puertas y con su brazo derecho extendido llama a las chicas.
- Ahí vienen boludo, preparate! – me dice.
Yo estaba listo para echarles mis mejores caninos a esa morena espléndida amiga de mi amigo.
Cuando siento el silbatazo de salida de anden, comencé a creer que estaba en una verdadera película de ciencia ficción. Las chicas estaban adentro. En realidad, debo decir que no eran chicas sino adefesios con dientes saltones. Una patada en las bolas va... Aquello, visto pocas veces en mi vida era digno de un documental para la BBC sobre la deformación humana en el proceso de gestación. Una cosa horrenda comenzaba a apoderarse de mí.
- Te presento a Florencia y Andrea.- me dice Santiago.
Daba igual. Quería saber de qué raza animal eran. Los nombres no me interesaban y sólo quería matar a mi ex amigo.
Por lo que deduje esa noche, él estaba más que conforme con las “cosas” que nos acompañaban, pero mi cara lo decía todo.
El diálogo era fluido entre ellos tres, y poco a poco comencé a excluirme. Un pisotón de Santi me hizo reaccionar, y debía al menos por cortesía preguntar algo. Aún no sabía qué exactamente. Mi disyuntiva era saber si mordían o estaban criadas en cautiverio.
El caso es que sólo atiné a decir que por si acaso estaba vacunado contra la rabia.
La cara de Florencia empalideció y me interrogó.
– No me digas que sólo te pusiste esa vacuna?. Mirá que la BCG es re importante!,- Destacó la casi humana morocha.
Ahí comprobé que además de fulera, era imbecil.
Sin embargo, el problema más grande aun no se presentaba. Todavía debíamos llegar al boliche con esos dos carromatos.
Por esas cosas propias del pensamiento masculino adolescente, y ya hablando seriamente propuse no ir Keyvis.
- Porqué no vamos a tomar algo?. Yo conozco un lugar copado, con onda. Les va...?
Las chicas no accedieron y debimos continuar el itinerario acordado.
Para los que conocieron Keyvis sabrán que en la entrada existía un sendero hasta la vereda acuarteladas por vallas negras. Una verdadera pasarela de la muerte en términos de popularidad para cualquiera que entrara con esos vagartos.
Ya en la puerta y primeros en fila, dos enormes patovicas nos palparon... Mi cara de resignación era mayúscula y no tenía escapatoria. Al pasar escuché el susurro de los dos porteros diciendo: “qué hijos de puta que son éstos!!”...
Esos muchachos tenían toda la razón. Más que hijo, era nieto de puta por vivir tremenda situación y yo era el culpable junto a Santiago que bien desentendido se encontraba.
Back in Black de fondo, verdadera música para mis oídos alentaban mi noche convertida en pesadilla. Nos juntamos en la barra del patio trasero tras una meadita rápida y empezamos cómplices (como Raúl Portal con sus mascotas) a mover las cabezas con las chicas. Cuando me incorporo e intento hablar con Santiago, de la nada y como si se tratara de un circo alternativo comenzó una lluvia de espuma horrible. Desde los tobillos, después hasta la cintura para llegar finalmente hasta la punta de mi cabeza. Litros y litros de espuma taponaban el patio con la música a pleno y mi visión era sólo blanca.
Empecé a asustarme ya que en otras oportunidades estos eventos especiales solían convertirse en una suerte de “patinaje de la muerte” por el desliz del suelo. Con carrera dificultosa mediante los jóvenes se embalaban a toda leche para romper rodillas, tibia y/o peroné según el caso y nunca uno se enteraba quién era agraciado para darle las felicitaciones del caso. ¿Un juego re divertido no?.
El caso es que me cagé todo por que no quería ser víctima de una quebradura expuesta y empecé a palpar algo firme para salirme de allí. Caminé tres pasos al costado buscando la barra o bien la pared que la presentía cerca por mi memoria visual fotográfica casi perfecta. Sabía de memoria que llegaría en algún momento al pilar y las plantas jardineras. Mis brazos estaban extendidos como quien dice “un fantasma pero sin sábana”, y comencé a sentir la maceta fría y dura, corrugada que bien regada los puntales del helecho preocupaban mi llegada a la pared. Finalmente y ya lejos del peligro me aferré a la manija de la maceta y nunca más la dejé.
- Me podes soltar!!!, me duele!, me estás apretando la nariz y la cabeza muy fuerte...- Gritó la rubia con cara de espanto producto de mi ejecutiva presión hacia lo que se suele definir “cara con manija”.
- Disculpame loca, pensé que era la maceta y manotee lo primero que sentí.- me desligué.
- Salgamos de acá que me van a matar- concluyó.
- Sí, sí, dale... salgamos...
Agarrado al fenómeno, salimos bordeando el habiente y llegamos al portal interno. Calculen ustedes que habían pasado tan sólo quince minutos desde nuestro arribo y el lugar estaba completamente inundado de blanca espuma. Era mi salvación y debía aprovechar el momento para que nos vayamos y que nadie nos reconociera.
El plan de fuga resultó un éxito verdaderamente y emprendimos otra aventura hacia la cuidad cemento.
Nos bajamos en la estación de Belgrano y caminamos unas cuadras por el empedrado Juramento.
Santiago no paraba de hablar y me sumaba en sus mentirosas hazañas en moto cross. Calculen que este cristiano a gatas podía montar un bicicleta con veintiún cambios.
De todos modos, el proceso de mi cerebro provocó que aceptara alegremente la situación. Finalmente tenía la esperanza de divertirme, pasarla bien sin que me muerdan y si tenía suerte mover el muñeco “chirola” un rato a la noche.
No es en vano imaginar que siempre fue motivo de tertulia con amigos creer por alguna razón divina que las minas feas curten mejor que las lindas. O en su defecto, creer que las feas son más simpáticas que las lindas por su sola condición de fea.
Positivamente y dando cuenta que esta ecuación maliciosa, seguramente creada por aquellas mujeres lindas, en pos de destruir más al otro bando, estas dos jóvenes eran feas, un poco tontas pero muy simpáticas y de la cual no rompían con la regla general.
Ya en el bar, ente sorbo y sorbo, la cerveza hacía estragos en los rostros de ambas. Su maquillaje comenzaba a reemplazarse por el rubor de la burbuja y las palabras se le caían de la lengua al igual que su saliva belicosa. En sus mejillas se veían claramente dos pompones granates extrañamente dibujados en su cara galletota. Ver su rostro hizo gatillar en mi cerebro similitudes serias a las de un Alien que solía mostrar Samuel “Chiche” Gelblum en el viejo Canal 9. Evidentemente, esa era la manera en que manifestaba su cuerpo amorfo el alcohol.
De a poco veía como Florencia, Andrea y Santiago se empedaban liberalmente frente a mí.
Yo estaba curado de espanto y mi diabólica cabeza no paraba de imaginar si en esa regla general nombrada antes podía añadirse que las feas tiraran la piola como nadie.
Estaba equivocado. Esas chicas eran feas, pero no boludas. Mi sexual intención no dio resultado, quizás producto de mi poca paciencia.
- Flor, vení un segundito – le dije canchero y sereno – Dejalos sólos a los chicos un rato- Yo no lo podía creer. Me estaba tirando un lance con la chica más parecida a ET.
Sin embargo, se para frente a mí y accede a sentarse en los reservados que poca gente avistaba. De su pequeña borrachera, sólo atinó a rodear su brazo derecho sobre mi cuello y en un acto reflejo le envié codificadamente una ñapi ascendente de revés que comenzaba desde mi cintura hacia su cara. Comprobé que mis reflejos estaban estupendos gracias a mi cinturón amarillo punta verde de Taekwon-Do.
Su largo pelo negro se desparramó por todo el sillón del reservado a tal punto que el camarero pensó que era la alfombra traída de Africa por el dueño del Pub.
- No flaco, esta déjamela que viene conmigo- le dije al pibe guiñando el ojo.
Comencé a juntarla y a explicarle que desde mis clases orientales que atino a proceder cuando me tocan el cuello. Ella se repuso y queriendo decir algo balbuceó en otro idioma.
- A tra miter quo parrió!.- me comentó.
Yo no lograba entenderle y le respondí que no hablaba ni gota del ruso.
- Sólo de Rusia me gusta la ensalada que prepara mi vieja. No te entiendo, pero disculpame por el golpe, fue sin querer-
En ese momento, con sus tentáculos acomodo su quijada:- La puta madre que te parió forro!- me rajó.
Ahí comprendí que no era Ruso sino un dialecto universal. Algo así como el Esperanto pero de las malas lenguas.
- Sos pelotudo o te haces?. Casi me matas.- culminó de decir.
Mis palabras de aliento no la convencieron hasta tanto no le rogara deliberadamente.
Poco a poco se volvió a relajar. Yo me daba cuenta que le gustaba, pero no al extremo de comerse la gallina.
No demoré más y mi insistencia logro romper sus barreras.
Ya apostados en el anden para el regreso, me engatuce duramente entre lo que presentía su boca y comencé a apretarle su culo granítico en pos, por un lado de una mejorara hacia la capa de ozono y por otro, para comprobar que existía más pus sedentaria que la cara de Romina Montañés, una compañera del Colegio Reconquista. Entre el puesto de diarios y el teléfono público recién privatizado, el bombeo siguió sin parar arrancando la pequeña alambrada que separaba ambos objetos. Mis tomas de Taekwon-Do habían quedado atrás y sólo estaba emulando a los acróbatas chinos en el número de la muerte porque, crean me, el tuvo del teléfono incrustado en mi trasero era un verdadero acto mortal. Mi sudor hacían de mi un hombre pleno y de a poco comencé a sentir un vibración que acrecentaba lentamente.
Debo decir que por mi ubicación no podía ver bien hacia los lados, pero sí frontalmente. Ciertamente esa vibra no provenía de mi pene sino del tren con aquellas personas que observaban atónitas mis piruetas chinescas. Mi cabeza se volteó nuevamente y seguí con el Criters. Al cabo de unos minutos, comencé a sentir otra vibra que venía ascendente, pero esta vez con mayor fuerza interna. Mi duda no podía con el ingenio puesto al servicio de todas mis neuronas debido a que minutos antes partían trenes de ambos sentidos.
Esa vibración comenzó a tomar forma y sentido metafísico. Más y más se me acercaba y la mueca fruncida de Florencia me desacomodaba aun más.
Definitivamente se convirtió en echo. Mejor dicho, contaminó el éter aquel soberano, amo y señor, padre todo poderoso de los santos pedos traído a la tierra por la barriga de esa mujer de feas curvas. Oloroso como pocos, símil a cualquier riacho, y ya no digo contaminado por el óleo y las naftas; sino más bien contaminado por una manada de elefantes marinos con sistítis, con docenas de Tiranosaurios Rex bien alimentados. Aquel clima era de los más perversos para cualquier ecologista permisivo.
Mi garcha se murió por toda la temporada de verano y sin aviso previo. Por supuesto que la cara de Flor se mimetizó con el diario La Razón que entre volaba por los aires producto de la presión gaseosa.
Ni bien terminó el siniestro comparable a las famosas guerras químicas que solía ver en dibujos animados de los Super Amigos con Batman, Superman, el hombre araña y Aquamán entre otras figuras; el anciano vendedor de diarios después de acomodarse los pocos pelos que le flamearon al mejor estilo Giordano se pronunció.
– Qué los parió!. ¿Nena, estas descompuesta?-
Aquel viejo y experimentado hombre tenía la sabiduría de un ¿viejo?...Sí, no podíamos cagarle (literalmente) la vida. Comencé a oscultarme para comprobar que ninguna mutación maléfica haya modificado mi dorsal por alguna branquia o que mis piernas siguieran de su vello habitual sin ser reemplazadas por escamas duras de puercoespín.
Esperamos durante largos minutos el tren de vuelta a casa. Cuando finalmente nos subimos al tren, quedamos separados por asientos: Santi y Andrea en la punta y E.T – versión Revolution- conmigo al final del vagón.
No hubo charla posible. Ella no emitió más sonidos (gracias a Dios), y el tiempo en ese tren demoró más que la cola en el Banco Nación. Ya casi llegando a Beccar con vagón vacío mediante recordé a mi amigo. Me acerqué lentamente hacia ellos y cuando volteo la vista hacia el sillón la observo a Andrea succionando la boca de Santiago. – Dejalo no te lo comas!, es joven para morir.- grité preocupado.- Morfate algún borracho del tren pero a él no por favor.-
Le estaba salvando la vida, o mejor dicho, ya estaba viendo visiones impropias producto de mi aumentada contaminación alcohólica en la sangre.
Por lo que tengo entendido, en la actualidad esas mujeres están trabajando en el zoológico de Lujan. Aclaro. No como especies sino como guías turísticas. Para más datos sobre sus paraderos, aun dudo si fue Flor la culpable del incendio que se desató y que al mismo tiempo, fuera provocado por algún gas butano explosivo que alcanzara la máxima emergencia en Río Tercero, Córdoba. Más que chaqueado dicha información que coincide exactamente la masacre con sus vacaciones estivales.
Por último, y para culminar el capítulo, debo confesar que mi cuerpo a partir de ese episodio no quedó del todo optimo. Mi olfato disminuyó un 12,8 % y comió cual si fuera ácido muriático parte de mi tabique nasal.
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