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Esta Bien. Te voy a contar. Esta mañana me levanté. Tenía la sábana arrugada. Vi un pié afuera de la sábana. La sábana olía a mi. Pero con olor de mañana. No como en la noche que huele a frío. Me senté en la cama. Puse los pies en el piso. El piso estaba frío. Frío como la boca del perro. Me paré. Me dolió aquí. Aquí donde dobla la pierna. Salí al patio. Llovió en la noche. La lluvia huele como huele el viento de Diciembre. La tierra era chocolate escupido. Pero olía a hueco. Era de color chocolate y del color del pupú. JI-ji-ji. Aja. Umm. Pisé. El chocolate se metió aquí. Aquí entre los dedos. Fui al bañito con la tapa. Abrí la tapa por donde me mostraste. Oriné sentado en el guequito porque orino el piso. Me dolió aquí. Aquí en la barriga. Hice pupú. Hice pupú duro. No blandito. El pupú cayó y sonó con los otros pupús.
Ya va. Lo digo todo. Tu me escuchas todo siempre. Siempre. Bueno. Umm. Emm. Terminé y me limpié. Me manché este dedo. Con el que uno dice tu. Me lo limpié en el chor. Yo sé. Yo sé. No lo hago más. Aja. Salí. Ya no olía a muchos pupús. Olía a matas. Las matas estaban mojadas. Vi la casa. La casa se está cayendo por el lado de aquí. Sino me agacho pego la cabeza arriba de la tapa. El piso está muy abajo. Las casas tienen que estar igual que el patio. La de nosotros no. Está abajo hasta donde se dobla la pierna. Es chiquita por afuera. Es alta por adentro. Las otras casas no son así. Fui y me diste la arepa. La arepa estaba caliente. Olía a cachapa como cuando comemos cachapa.
No puedo rápido. Rápido se me olvida. Lento no se me olvida. Vi la olla de las pavitas. Comí la arepa. Tenía mucha mantequilla. La mantequilla me pone la lengua suavecita. Como el budare. Conté las pavitas y habían veinte con uno. Cuestan quinientos. Casi toda la gente paga con plata de a mil o con moneditas grandes. De a quinientos. Me fui al cuarto otra vez y me puse la camisa. La camisa de botoncitos. Me sobró un pedacito otra vez. Me la quite como me mostraste. La puse en la cama como me mostraste. La puse con los pedacitos igualitos. La vi que estaba igualita por los dos lados. Conté los botoncitos. Son siete para abajo. El primero no me cierra. Los otros si me cierran. Tiene dos botoncitos que no se usan. Me la puse. Sobró un pedacito otra vez. Me fui así del cuarto y agarré las pavitas.
Yo sé. Yo sé. Yo sé muchas cosas. Pero la mañana se acaba y las pavitas se ponen frías. La gente no compra mucho las pavitas frías. La gente compra pavitas en la mañana. Me diste mi besito. Tu también no viste el pedacito de camisa que sobró. Salí. Por la calle iba gente. Conté diez con siete. Los conté en dos calles. Uno iba de azul con rojo. Otro iba con gorra negra y pantalón gris. Otro era gordo gordo con mucho pelo y zapatos negros. Una señora iba con dibujo en la camisa y llevaba dos niños con pantalón azul y camisa blanca y bañaditos. Yo no. Había una señora bonita con dos señoras feas con faldas y camisa sin botoncitos. Bajé la cera. Miré por aquí y por aquí. No venían carros. Pasé por el piso negro y llegué a la otra cera. El sol estaba suavecito como un bombillo. No tenía calor y la calle olía a humo con gente.
Si. Mucha gente huela a muchas cosas. Toda la gente huela a una sola cosa. Huela a carne fría por la mañana. Pero frío duro como el hielo. En la tarde el humo pone a la gente como carne para cocinar. En la noche la gente no huele. La noche huele más que la gente. La noche huele como una pipa vacía. Aja. En la segunda calle venían cuatro muchachos. Venían con pantalón azul pero del grueso y con camisitas pero sin esto. Donde se tapa los brazos. Me vieron y se rieron. Me pararon para comprarme pavitas y yo me paré. Levanté el trapito y un muchacho agarró dos pavitas. Otro agarró tres. Otro agarró una. Y el otro no agarró. Estaba bravo y dijo que no.
No me mires así. Yo sé. Yo sé contar. Cuento todo. Aja. Los muchachos le dieron las pavitas al que estaba bravo. El bravo no quería. Las agarró y no hablaba. Un muchacho le pidió una. El otro le pidió cuatro. El otro no le pidió nada. Al bravo le quedo una pavita. Me dijo el muchacho que no tenía pavitas que cuánto le debemos. Yo le dije que seis pavitas. El otro muchacho me dijo que por qué seis si nadie tenía seis pavitas. Yo le dije que tenía veinte con una pavitas y me quedan diez con cinco pavitas. Por eso me deben seis pavitas. El muchacho que tenía cuatro pavitas me dijo que no estaba contando bien. Porque yo no sabía cuántas pavitas me debían uno por uno.
No cuentes con los dedos. Mira. Yo le dije al muchacho que tenía cuatro pavitas que si querían yo les decía cuántas pavitas me debían uno por uno. El muchacho que no tenía pavitas me dijo que si yo le decía cuantas pavitas me debían uno por uno me iba a pagar solo todas las pavitas. Y yo le dije que éste muchacho agarro dos pavitas. Éste muchacho agarró tres pavitas. Y éste muchacho agarró una pavita. Y usted no agarró pavitas. Se rieron todos. Yo les dije usted le dio sus dos pavitas a él. Usted le dio sus tres pavitas a él. Y usted le dio una sola pavita que tenía a él. Él no tenía pavitas pero ahora me debe seis pavitas. Aja. Usted le pidió una pavita a él. Y con las dos pavitas que tenía me debe tres pavitas. Usted le pidió cuatro pavitas a él. Y con las cuatro pavitas que tenía me debe siete pavitas. Usted que tenía una pavita se la dio a él y después no agarró mas pavitas. Por eso me debe una sola pavita. Entonces el muchacho que no tenía pavitas me dijo que cuanto era todo. Yo le dije seis él. Tres él. Siete él. Y una usted. Son diez con seis pavitas. Pero como al que tenía seis pavitas le queda una en la mano. Son diez con siete pavitas. los muchachos se pusieron serios y ya no se reían. Yo les dije que si no sabían contar yo si sabía contar. Y que mejor me pagaran nada más seis pavitas. como les dije antes. Entonces me tiraron las pavitas y me pegaron por la cabeza . Y por aquí. Y por aquí. Y por aquí. Me tumbaron todas la pavitas y salieron corriendo. Yo lloré porque las pavitas se ensuciaron y las recogí. Pero la gente no compra las pavitas sucias. Y volví a llorar. La gente mala le pega a uno porque uno no corre rápido como ellos.
No llores. Yo no lloro porque ya no me duele. Cuando a uno le pegan duele. El dolor no se queda. Se va. Se va y después ya uno no se acuerda. Yo pensé que había olvidado cuanta gente había contado. Pero vino una señora y me acordé que ella era la diez con cuatro. Me sobó con la mano en la espalda. La miré y puso la cara como tu la tienes. Me fui con ella hasta la parada donde pasa el autobús. En la parada donde pasa el autobús había un señor con sombrero gris y camisa con cuadritos. Una señora gorda gorda y una muchacha muy pero muy bonita. Con pantalones como los muchachos malos. La muchacha me vio y se rió. Pero no se rió como los muchachos. Se rió como bien. Cerro un ojito y se volvió a reír. Yo pensé aquí que las muchachas bonitas son para los muchachos malos porque ellos correr rápido. Yo no.
Si. Aja. Era muy bonita. Olía a jabón Rosado. Ese que me trajo mamá en Diciembre. Pero olía más bonito. Yo me le puse cerca para ver a qué olía. Entonces vi que olía como la flor pero dulce. Como la cayena. Yo quería agarrarla. Pero no sé por qué. Yo la olía y la veía y me daba una cosquillita en el pipí. Yo quería que ella me abrazara como me abrazas tu. Pero yo quería que me abrazara más duro. Mas duro. No como tu. Yo quería que ella me abrazara y que yo la abrazara. Entonces llegó el autobús y yo lo miré y ella se montó y yo me monté. Yo no conté mas gente porque ella era la diez con siete. Y yo pensé que ella se llamaba diez con siete. Le dije al señor del autobús que yo le iba a dar una pavita para que me llevara. Pero la gente mala me tumbó las pavitas y estaban sucias. El señor me dijo que no le diera nada. Que los tiempos cambió. Y que la gente necesitada tiene que ayudarse.
Se reía como tu. Yo pensé aquí que hay gente mala. Pero hay gente buena. La señora que me sobó la espalda con la mano. La muchacha bonita que me cerró un ojito y se rió bien. El señor que no me pidió plata para llevarme. Son tres gentes buenas. Los malos eran cuatro. Hay uno malo más que los buenos. Pero los malos siempre están corriendo. Los buenos siempre se quedan tranquilos. Aja. Me senté donde estaba la muchacha bonita. La muchacha bonita se rió otra vez. Yo le dije que yo iba a vender pavitas al centro. Pero que las pavitas estaban sucias y nadie compra pavitas sucias. Ella me dio una plata de cinco con cero con cero. Esa plata que es grande. Yo me la metí en el bolsillo y pensé aquí que todas las muchachas bonitas no son todo el tiempo para los muchachos malos. Hoy es mía. Ella se bajó en una luz roja como la sangre del pollo. La calle donde pisó estaba llena de papeles y de vasitos de café. De jugo. De malta.
Ya va. Dejó el autobús con su olor. Yo seguí mirando por la ventana y vi que las calles se mueven hacia atrás. Uno no se mueve. Tiembla. Pero yo sé que uno se mueve. El autobús lo lleva a uno. Pero entonces los ojos están malos. Si uno se mueve entonces la calle debería quedarse quieta. Si yo sacudo la cabeza así. Así. Entonces todo se borra. Los ojos son lentos. Lentos como yo. Hay mucha gente que se junta en la calle. Todos son rápidos. Pero no cuentan. Ni ven. Ni oyen. Todos van rápidos y no saben a dónde. Yo voy al centro a vender pavitas sucias. Nadie compra pavitas sucias. Pero yo voy al centro todos los días. Entonces hoy también voy. Yo no sé quedarme.
Espera. Toma la plata. Aja. Entonces vi que había una gente detrás de otra gente y detrás de otra gente. Y así y así y así. Y yo pensé que eran muchos pero el autobús iba rápido y mis ojos son lentos. Le dije al señor que me dejara aquí y el señor me dejó aquí. Me bajé y camine hasta la gente que estaba detrás de la otra gente. Unos estaban callados. Otro hablaban y miraban adelante. Eran setenta con tres. No eran tantos como vi en el autobús. Si uno mira cuando el ojo está lento y la calle pasa rápido uno cree que ve mas cosas. La gente caminaba lento y se paraba otra vez. La gente caminaba hasta un techito con unas mesas y había otra gente que las esperaba y les daba un lápiz y la gente escribía y se iba. Una señora que estaba adentro del techito me dijo que la acompañara. Me dio un lápiz azul con puntica dura como las tapas de las casas. Me pidió la. La. la. La Célula. Entonces me dijo firme aquí. Y yo no le entendí. Me dijo ponga su nombre aquí. Y yo lo puse como mamá dijo cuando lo puse en la célula.
No sé. No sé para qué puse mi nombre. Entonces una muchacha bonita con camisa amarilla y unos lentes negros me agarró por la mano y me llevo para atrás. Me dieron jugo y un pan con queso raro. Porque el queso es blanco. No amarillo. Me senté en una silla y puse las pavitas sucias en el suelo. Ya estaban sucias. Todas las gentes que estaban detrás de las otras gentes ponían su nombre y se iban. Unos se iban en carros. Otro se iban en autobuses amarillos vacíos que los venían a buscar. Otros se iban en taxi. Ninguno se fue en autobús del que yo me monto.
Si. Era raro. Era gente bonita y limpiecita y bañadita y con lentes y con zapatos nuevos y con camisa amarilla. Yo me quedé con la muchacha y llegaron otros muchachos. Y mas muchachos. Y mas. Eran sesenta con seis. Me dijo un muchacho que íbamos a jugar policía y ladrón. Yo me alegré porque a mi nunca me dejan jugar los muchachos. Estos muchachos si me dejan jugar. Caminamos hasta una casa que estaba a tres cuadras y cuatro puertas. Entonces se quitaron las camisas y amarillas y me dijeron que yo me quitara la camisa. Yo me la quité y ellos se rieron. Yo me la puse. Un muchacho dijo que eso no se hace y todos los muchachos se pusieron serios. Yo creí que me iban a pegar pero no me pegaron. Sacaron de una caja unas camisas rojas sin botones y se las pusieron en la cabeza. Dejaron un guequito para los ojos. La máscara mía no me quedó bien. Se rieron otra vez y yo me puse bravo y me iba. Entonces el muchacho me dijo que me iba a ayudar. Me puso bien mi máscara de ladrón y me monté con toditos en una camión.
No me mires así. Yo nunca juego. Bueno. Emm. Yo pregunté que donde estaban los policías. Otro señor me dijo que primero había que cometer el crimen para que venga la policía. Yo le dije qué es cometer el crimen. El me dijo que era por lo que buscaban al ladrón. Yo me reí. Aja. Pero todos los muchachos y los señores iban serios y callados. Yo me calle. Me dieron piedras y no me dieron frasquito con jugo amarillo y con trapo como tenían ellos. Tampoco me dieron pistola porque habían tres nada más. Yo conté mis piedras que me dieron. Grandes y chiquitas. Eran diez con siete. Y pensé aquí que el diez con siete es más que los otros números.
No te pongas así. Si no no sigo. Bueno. Nos bajamos donde estaba la gente detrás de la gente. La gente todita sabía que estábamos jugando porqué corrió cuando nos vieron. Los muchachos les tiraban piedras y me dijo que les tirara piedras porque sino no venía la policía. Yo le tiré una a la gente. Le di en la cabeza a una señora y la señora se cayó. No se levantaba y vi que la piedra que le tiré era pesada. Me asusté mucho porque las piedras pesadas duelen. Yo sé. Entonces corrí hasta donde estaba la señora y la agarré a ella. Estaba dormida y dos señores vinieron y me patearon mucho. Mucho. Aquí. Aquí. Aquí. Aquí. Y yo dije que así no se juega y pedí taima y no me hicieron caso. Entonces los muchachos sacaron los cauchos y les tiraron los frasquitos e hicieron y hicieron una fogata. Pero a mi no me gustaba el juego.
No te asustes. Suelta. Suelta. Entonces llegó la policía pero era verde. Con muchos verdes distintos. Como las matas. Los muchacho se montaron en el camión y me dejaron. Los señores también se fueron corriendo. Los señores verdes venían corriendo y yo pensé aquí que si yo corriera como los demás yo también me fuera corriendo. Tres señores verdes me levantaron y me dieron tres correazos con una correa dura de lata. Yo me puse las manos en el rabito porque me ardía y entonces me pegaron un correazo muy duro en las manos. Me decían fascista. Yo les dije que yo no era facista que yo era Ladrón. Un señor verde me pegó con el casco de policía. El ojo se me puso caliente caliente y no veía bien. Me decían que me iban a llevar preso y yo le dije a un policía que los otros ladrones me iban a sacar de la cárcel. Entonces me echo un humo en los ojos, primero olía como frío y era como agua, pero después empezó a calentarse y calentarse y se me metía en la carne y olía a pimienta caliente. No podía respirar y hacía jha.jha.jha. pero la nariz me dolía y se la lengua se me durmió y la cabeza me pesaba mucho y me botaban mucho agua los ojos. Y como yo dije que los ladrones me iban a limpiar la cara. El otro me pegó con el escudo de policía. Entonces yo pensé aquí que había perdido el juego.
Yo olía a sangre y a tapa de las casas y pimienta. Los señores verdes apagaron la fogata y patearon los cauchos. Me pusieron las esposas de ladrón y me montaron en un camión verde con cauchos altos y que olía a plástico nuevo. Entonces vino un señor verde con boina roja y me dijo que por qué me disfrazaba. Y yo le dije porque soy ladrón. Y me dio un golpe con la mano abierta en la cara. El cachete me ardió tanto que cuando me puse la mano en el cachete la mano estaba muy fría. Yo me callé. Cuando uno pierde y habla le hacen cosas malas. El señor me dijo que me quitara la camisa que tenía en la cara. Que estaba ensuciando el proceso. Yo me la quité y el señor abrió mucho mucho los ojos. Abrió la boca y escuché que dijo por Dios. El que me hizo especial como me dijo mi mamá. El señor se mareó y cuando fue a sentarse tuvo que poner las manos en el piso. Estaba asustado. Llamó a otros señores y todos decían qué es esto. Qué es esto. Yo les dije que era ladrón.
Llamaron a los señores que me pegaron y me echaron la cosa esa que no deja respirar y les dijeron que me vieran. Los señores se agarraron las cabeza y me abrazaron y me dijeron perdón. Yo los abracé y les di un besito. Ellos reían y lloraban. Yo reía pero no lloraba. El dolor se va y ya uno no se acuerda. Ya la gente estaba dejando de oler porque la noche le roba el olor a la gente. Me montaron en el camión otra vez y se montaron diez con siete señores verdes conmigo y me preguntaron por qué yo estaba con esa gente. Y yo les conté todo. Estaban bravos pero no conmigo. Dijeron que iban a poner presos a esos muchachos y que ellos son los que van a perder. Yo iba a ganar. Y me trajeron hasta aquí. Entonces pensé que la gente buena puede hacer cosas malas cuando no sabe que está haciendo cosas malas.
Y es verdad. Toda la gente tiene un solo olor. Cuando una gente huele distinto quiere que los demás huela como esa gente. Yo quiero oler como huele toda la gente. Yo tengo diez con siete años y todo el mundo me ve como si oliera distinto. Yo también no huelo en la noche. porque la noche nos roba el olor y nos da el olor otra vez en la mañana.
Abuelita. No llores. Yo te cuento todos los días lo que hago. Pero no llores. Yo te hablo mucho porque mamá me dijo el día que se fue muy muy lejos. Que yo tenía que hablarte mucho porque tu no hablas. Yo si hablo. Y mamá me dijo que así es como nos íbamos a ayudar y que siempre contara contigo. Por eso cuento todo. Pero hay gente que no sabe contar.
Un Insulto a la Literatura académica por Marco Tulio Gentile
Esta Bien. Te voy a contar. Esta mañana me levanté. Tenía la sábana arrugada. Vi un pié afuera de la sábana. La sábana olía a mi. Pero con olor de mañana. No como en la noche que huele a frío. Me senté en la cama. Puse los pies en el piso. El piso estaba frío. Frío como la boca del perro. Me paré. Me dolió aquí. Aquí donde dobla la pierna. Salí al patio. Llovió en la noche. La lluvia huele como huele el viento de Diciembre. La tierra era chocolate escupido. Pero olía a hueco. Era de color chocolate y del color del pupú. JI-ji-ji. Aja. Umm. Pisé. El chocolate se metió aquí. Aquí entre los dedos. Fui al bañito con la tapa. Abrí la tapa por donde me mostraste. Oriné sentado en el güequito porque sino orino el piso. Me dolió aquí. Aquí en la barriga. Hice pupú. Hice pupú duro. No blandito. El pupú cayó y sonó con los otros pupús.
Ya va. Lo digo todo. Tu me escuchas todo siempre. Siempre. Bueno. Umm. Emm. Terminé y me limpié. Me manché este dedo. Con el que uno dice tu. Me lo limpié en el chor. Yo sé. Yo sé. No lo hago más. Aja. Salí. Ya no olía a muchos pupús. Olía a matas. Las matas estaban mojadas. Vi la casa. La casa se está cayendo por el lado de aquí. Sino me agacho pego la cabeza arriba de la tapa. El piso está muy abajo. Las casas tienen que estar igual que el patio. La de nosotros no. Está abajo hasta donde se dobla la pierna. Es chiquita por afuera. Es alta por adentro. Las otras casas no son así. Fui y me diste la arepa. La arepa estaba caliente. Olía a cachapa como cuando comemos cachapa.
No puedo rápido. Rápido se me olvida. Lento no se me olvida. Vi la olla de las pavitas. Comí la arepa. Tenía mucha mantequilla. La mantequilla me pone la lengua suavecita. Como el budare. Conté las pavitas y habían veinte con uno. Cuestan quinientos. Casi toda la gente paga con plata de a mil o con moneditas grandes. De a quinientos. Me fui al cuarto otra vez y me puse la camisa. La camisa de botoncitos. Me sobró un pedacito otra vez. Me la quite como me mostraste. La puse en la cama como me mostraste. La puse con los pedacitos igualitos. La vi que estaba igualita por los dos lados. Conté los botoncitos. Son siete para abajo. El primero no me cierra. Los otros si me cierran. Tiene dos botoncitos que no se usan. Me la puse. Sobró un pedacito otra vez. Me fui así del cuarto y agarré las pavitas.
Yo sé. Yo sé. Yo sé muchas cosas. Pero la mañana se acaba y las pavitas se ponen frías. La gente no compra mucho las pavitas frías. La gente compra pavitas en la mañana. Me diste mi besito. Tu también no viste el pedacito de camisa que sobró. Salí. Por la calle iba gente. Conté diez con siete. Los conté en dos calles. Uno iba de azul con rojo. Otro iba con gorra negra y pantalón gris. Otro era gordo gordo con mucho pelo y zapatos negros. Una señora iba con dibujo en la camisa y llevaba dos niños con pantalón azul y camisa blanca y bañaditos. Yo no. Había una señora bonita con dos señoras feas con faldas y camisa sin botoncitos. Bajé la cera. Miré por aquí y por aquí. No venían carros. Pasé por el piso negro y llegué a la otra cera. El sol estaba suavecito como un bombillo. No tenía calor y la calle olía a humo con gente.
Si. Mucha gente huela a muchas cosas. Toda la gente huela a una sola cosa. Huela a carne fría por la mañana. Pero frío duro como el hielo. En la tarde el humo pone a la gente como carne para cocinar. En la noche la gente no huele. La noche huele más que la gente. La noche huele como una pipa vacía. Aja. En la segunda calle venían cuatro muchachos. Venían con pantalón azul pero del grueso y con camisitas pero sin esto. Donde se tapa los brazos. Me vieron y se rieron. Me pararon para comprarme pavitas y yo me paré. Levanté el trapito y un muchacho agarró dos pavitas. Otro agarró tres. Otro agarró una. Y el otro no agarró. Estaba bravo y dijo que no.
No me mires así. Yo sé. Yo sé contar. Cuento todo. Aja. Los muchachos le dieron las pavitas al que estaba bravo. El bravo no quería. Las agarró y no hablaba. Un muchacho le pidió una. El otro le pidió cuatro. El otro no le pidió nada. Al bravo le quedó una pavita. Me dijo el muchacho que no tenía pavitas que cuánto le debemos. Yo le dije que seis pavitas. El otro muchacho me dijo que por qué seis si nadie tenía seis pavitas. Yo le dije que tenía veinte con una pavitas y me quedan diez con cinco pavitas. Por eso me deben seis pavitas. El muchacho que tenía cuatro pavitas me dijo que no estaba contando bien. Porque yo no sabía cuántas pavitas me debían uno por uno.
No cuentes con los dedos. Mira. Yo le dije al muchacho que tenía cuatro pavitas que si querían yo les decía cuántas pavitas me debían uno por uno. El muchacho que no tenía pavitas me dijo que si yo le decía cuantas pavitas me debían uno por uno me iba a pagar solo todas las pavitas. Y yo le dije que éste muchacho agarro dos pavitas. Éste muchacho agarró tres pavitas. Y éste muchacho agarró una pavita. Y usted no agarró pavitas. Se rieron todos. Yo les dije usted le dio sus dos pavitas a él. Usted le dio sus tres pavitas a él. Y usted le dio una sola pavita que tenía a él. Él no tenía pavitas pero ahora me debe seis pavitas. Aja. Usted le pidió una pavita a él. Y con las dos pavitas que tenía me debe tres pavitas. Usted le pidió cuatro pavitas a él. Y con las tres pavitas que tenía me debe siete pavitas. Usted que tenía una pavita se la dio a él y después no agarró mas pavitas. Por eso me debe una sola pavita. Entonces el muchacho que no tenía pavitas me dijo que cuanto era todo. Yo le dije seis él. Tres él. Siete él. Y una usted. Son diez con seis pavitas. Pero como al que tenía seis pavitas le queda una en la mano. Son diez con siete pavitas. los muchachos se pusieron serios y ya no se reían. Yo les dije que si no sabían contar yo si sabía contar. Y que mejor me pagaran nada más seis pavitas. como les dije antes. Entonces me tiraron las pavitas y me pegaron por la cabeza . Y por aquí. Y por aquí. Y por aquí. Me tumbaron todas la pavitas y salieron corriendo. Yo lloré porque las pavitas se ensuciaron y las recogí. Pero la gente no compra las pavitas sucias. Y volví a llorar. La gente mala le pega a uno porque uno no corre rápido como ellos.
No llores. Yo no lloro porque ya no me duele. Cuando a uno le pegan duele. El dolor no se queda. Se va. Se va y después ya uno no se acuerda. Yo pensé que había olvidado cuanta gente había contado. Pero vino una señora y me acordé que ella era la diez con cuatro. Me sobó con la mano en la espalda. La miré y puso la cara como tu la tienes. Me fui con ella hasta la parada donde pasa el autobús. En la parada donde pasa el autobús había un señor con sombrero gris y camisa con cuadritos. Una señora gorda gorda y una muchacha muy pero muy bonita. Con pantalones como los muchachos malos. La muchacha me vio y se rió. Pero no se rió como los muchachos. Se rió como bien. Cerro un ojito y se volvió a reír. Yo pensé aquí que las muchachas bonitas son para los muchachos malos porque ellos corren rápido. Yo no.
Si. Aja. Era muy bonita. Olía a jabón Rosado. Ese que me trajo mamá en Diciembre. Pero olía más bonito. Yo me le puse cerca para ver a qué olía. Entonces vi que olía como la flor pero dulce. Como la cayena. Yo quería agarrarla. Pero no sé por qué. Yo la olía y la veía y me daba una cosquillita en el pipí. Yo quería que ella me abrazara como me abrazas tu. Pero yo quería que me abrazara más duro. Mas duro. No como tu. Yo quería que ella me abrazara y que yo la abrazara. Entonces llegó el autobús y yo lo miré y ella se montó y yo me monté. Yo no conté mas gente porque ella era la diez con siete. Y yo pensé que ella se llamaba diez con siete. Le dije al señor del autobús que yo le iba a dar una pavita para que me llevara. Pero la gente mala me tumbó las pavitas y estaban sucias. El señor me dijo que no le diera nada. Que los tiempos cambió. Y que la gente necesitada tiene que ayudarse.
Se reía como tu. Yo pensé aquí que hay gente mala. Pero hay gente buena. La señora que me sobó la espalda con la mano. La muchacha bonita que me cerró un ojito y se rió bien. El señor que no me pidió plata para llevarme. Son tres gentes buenas. Los malos eran cuatro. Hay uno malo más que los buenos. Pero los malos siempre están corriendo. Los buenos siempre se quedan tranquilos. Aja. Me senté donde estaba la muchacha bonita. La muchacha bonita se rió otra vez. Yo le dije que yo iba a vender pavitas al centro. Pero que las pavitas estaban sucias y nadie compra pavitas sucias. Ella me dio una plata de cinco con cero con cero. Esa plata que es grande. Yo me la metí en el bolsillo y pensé aquí que todas las muchachas bonitas no son todo el tiempo para los muchachos malos. Hoy es mía. Ella se bajó en una luz roja como la sangre del pollo. La calle donde pisó estaba llena de papeles y de vasitos de café. De jugo. De malta.
Ya va. Dejó el autobús con su olor. Yo seguí mirando por la ventana y vi que las calles se mueven hacia atrás. Uno no se mueve. Tiembla. Pero yo sé que uno se mueve. El autobús lo lleva a uno. Pero entonces los ojos están malos. Si uno se mueve entonces la calle debería quedarse quieta. Si yo sacudo la cabeza así. Así. Entonces todo se borra. Los ojos son lentos. Lentos como yo. Hay mucha gente que se junta en la calle. Todos son rápidos. Pero no cuentan. Ni ven. Ni oyen. Todos van rápidos y no saben a dónde. Yo voy al centro a vender pavitas sucias. Nadie compra pavitas sucias. Pero yo voy al centro todos los días. Entonces hoy también voy. Yo no sé quedarme.
Espera. Toma la plata. Aja. Entonces vi que había una gente detrás de otra gente y detrás de otra gente. Y así y así y así. Y yo pensé que eran muchos pero el autobús iba rápido y mis ojos son lentos. Le dije al señor que me dejara aquí y el señor me dejó aquí. Me bajé y camine hasta la gente que estaba detrás de la otra gente. Unos estaban callados. Otro hablaban y miraban adelante. Eran setenta con tres. No eran tantos como vi en el autobús. Si uno mira cuando el ojo está lento y la calle pasa rápido uno cree que ve mas cosas. La gente caminaba lento y se paraba otra vez. La gente caminaba hasta un techito con unas mesas y había otra gente que las esperaba y les daba un lápiz y la gente escribía y se iba. Una señora que estaba adentro del techito me dijo que la acompañara. Me dio un lápiz azul con puntica dura como las tapas de las casas. Me pidió la. La. la. La Célula. Entonces me dijo firme aquí. Y yo no le entendí. Me dijo ponga su nombre aquí. Y yo lo puse como mamá dijo cuando lo puse en la célula.
No sé. No sé para qué puse mi nombre. Entonces una muchacha bonita con camisa amarilla y unos lentes negros me agarró por la mano y me llevo para atrás. Me dieron jugo y un pan con queso raro. Porque el queso es blanco. No amarillo. Me senté en una silla y puse las pavitas sucias en el suelo. Ya estaban sucias y ahí las dejé. Todas las gentes que estaban detrás de las otras gentes ponían su nombre y se iban. Unos se iban en carros. Otro se iban en autobuses amarillos vacíos que los venían a buscar. Otros se iban en taxi. Ninguno se fue en autobús del que yo me monto.
Si. Era raro. Era gente bonita y limpiecita y bañadita y con lentes y con zapatos nuevos y con camisa amarilla. Yo me quedé con la muchacha y llegaron otros muchachos. Y mas muchachos. Y mas. Eran sesenta con seis. Me dijo un muchacho que íbamos a jugar policía y ladrón. Yo me alegré porque a mi nunca me dejan jugar los muchachos. Estos muchachos si me dejan jugar. Caminamos hasta una casa que estaba a tres cuadras y cuatro puertas. Entonces se quitaron las camisas amarillas y me dijeron que yo me quitara la camisa. Yo me la quité y ellos se rieron. Yo me la puse. Un muchacho dijo que eso no se hace y todos los muchachos se pusieron serios. Yo creí que me iban a pegar pero no me pegaron. Sacaron de una caja unas camisas rojas sin botones y se las pusieron en la cabeza. Dejaron un güequito para los ojos. La máscara mía no me quedó bien. Se rieron otra vez y yo me puse bravo y me iba. Entonces el muchacho me dijo que me iba a ayudar. Me puso bien mi máscara de ladrón y me monté con toditos en una camión.
No me mires así. Yo nunca juego. Bueno. Emm. Yo pregunté que donde estaban los policías. Otro señor me dijo que primero había que cometer el crimen para que venga la policía. Yo le dije qué es cometer el crimen. El me dijo que era por lo que buscaban al ladrón. Yo me reí. Aja. Pero todos los muchachos y los señores iban serios y callados. Yo me calle. Me dieron piedras y no me dieron frasquito con jugo amarillo y con trapo como tenían ellos. Tampoco me dieron pistola porque habían tres nada más. Yo conté mis piedras que me dieron. Grandes y chiquitas. Eran diez con siete. Y pensé aquí que el diez con siete es más que los otros números.
No te pongas así. Sino no sigo. Bueno. Nos bajamos donde estaba la gente detrás de la gente. La gente todita sabía que estábamos jugando porqué corrió cuando nos vieron. Los muchachos les tiraban piedras y me dijeron que les tirara piedras porque sino no venía la policía. Yo le tiré una a la gente. Le di en la cabeza a una señora y la señora se cayó. No se levantaba y vi que la piedra que le tiré era pesada. Me asusté mucho porque las piedras pesadas duelen. Yo sé. Entonces corrí hasta donde estaba la señora y la agarré a ella. Estaba dormida y dos señores vinieron y me patearon mucho. Mucho. Aquí. Aquí. Aquí. Aquí. Y yo dije que así no se juega y pedí taima y no me hicieron caso. Entonces los muchachos sacaron los cauchos y les tiraron los frasquitos y hicieron una fogata. Pero a mi no me gustaba el juego.
No te asustes. Suelta. Suelta. Entonces llegó la policía pero era verde. Con muchos verdes distintos. Como las matas. Los muchachos se montaron en el camión y me dejaron. Los señores también se fueron corriendo. Los señores verdes venían corriendo y yo pensé aquí que si yo corriera como los demás yo también me fuera corriendo. Tres señores verdes me levantaron y me dieron tres correazos con una correa dura de lata. Yo me puse las manos en el rabito porque me ardía y entonces me pegaron un correazo muy duro en las manos. Me decían fascista. Yo les dije que yo no era fascista que yo era Ladrón. Entonces un señor verde me pegó con el casco de policía. El ojo se me puso caliente caliente y no veía bien. Me decían que me iban a llevar preso y yo le dije a un policía que los otros ladrones me iban a sacar de la cárcel. Entonces me echo un humo en los ojos. Primero olía como frío y era como agua. Pero después empezó a calentarse y calentarse y se me metía en la carne y olía a pimienta caliente. No podía respirar y hacía jha.jha.jha. pero la nariz me dolía y la lengua se me durmió y la cabeza me pesaba mucho y me botaban mucho agua los ojos. Y como yo dije que los ladrones me iban a limpiar la cara el otro me pegó con el escudo de policía. Entonces yo pensé aquí que había perdido el juego.
Yo olía a sangre y a tapa de las casas y pimienta. Los señores verdes apagaron la fogata y patearon los cauchos. Me pusieron las esposas de ladrón y me montaron en un camión verde con cauchos altos y que olía a plástico nuevo. Entonces vino un señor verde con boina roja y me dijo que por qué me disfrazaba. Y yo le dije porque soy ladrón. Y me dio un golpe con la mano abierta en la cara. El cachete me ardió tanto que cuando me puse la mano en el cachete la mano estaba muy fría. Yo me callé. Cuando uno pierde y habla le hacen cosas malas. El señor me dijo que me quitara la camisa que tenía en la cara. Que estaba ensuciando el proceso. Yo me la quité y el señor abrió mucho mucho los ojos. Abrió la boca y escuché que dijo por Dios. El que me hizo especial como me dijo mi mamá. El señor se mareó y cuando fue a sentarse tuvo que poner las manos en el piso. Estaba asustado. Llamó a otros señores y todos decían qué es esto. Qué es esto. Yo les dije que era ladrón.
Llamaron a los señores que me pegaron y me echaron la cosa esa que no deja respirar y les dijeron que me vieran. Los señores se agarraron las cabeza y me abrazaron y me dijeron perdón. Yo los abracé y les di un besito. Ellos reían y lloraban. Yo reía pero no lloraba. El dolor se va y ya uno no se acuerda. Ya la gente estaba dejando de oler porque la noche le roba el olor a la gente. Me montaron en el camión otra vez y se montaron diez con siete señores verdes conmigo y me preguntaron por qué yo estaba con esa gente. Y yo les conté todo. Estaban bravos pero no conmigo. Dijeron que iban a poner presos a esos muchachos y que ellos son los que van a perder. Yo iba a ganar. Y me trajeron hasta aquí. Entonces pensé que la gente buena puede hacer cosas malas cuando no sabe que está haciendo cosas malas.
Y es verdad. Toda la gente tiene un solo olor. Cuando una gente huele distinto quiere que los demás huelan como huele esa gente. Yo quiero oler como huele toda la gente. Yo tengo diez con siete años y todo el mundo me ve como si oliera distinto. Yo también no huelo en la noche. Porque la noche nos roba el olor y nos da el olor otra vez en la mañana.
Abuelita. No llores. Yo te cuento todos los días lo que hago. Pero no llores. Yo te hablo mucho porque mamá me dijo el día que se fue muy muy lejos. Que yo tenía que hablarte mucho porque tu no hablas. Yo si hablo. Y mamá me dijo que así es como nos íbamos a ayudar y que siempre contara contigo. Por eso cuento todo. Pero hay gente que no sabe contar.
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Texto agregado el 17-11-2004, y leído por 126
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