Llevaba tres días durmiendo, no un sueño cansino y relajante de esos cuando las piernas se ponen pesadas, gelatinosas, y el pecho parece una caja de terciopelo, no, éste era una forma maquillada de dejarse tragar por la cama, morirse en el sopor; en la angustia del relajamiento inducido. Para él las cosas iban tan mal que el estar despierto producía una ansiedad indisoluble, sufría constantes estremecimientos que terminaban en un “¡Dios!”, “¡Dios!”, “¡Ayúdame!”. Una resaca moral se adueñaba de su confianza, en cualquier momento alguien se aparecería, o le llamaría, o le encontraría. No era suficiente su madriguera acolchada para escapar del mundo, sólo podía retrasar un poco más lo inevitable extendiendo así su agonía y desesperación.
Despertaba a intervalos de una hora y se odiaba mucho; era mejor permanecer al capricho de sus pesadillas; un mundo quebradizo en el que la realidad seguía persiguiéndolo pero los matices fantásticos le señalaban que estaba soñando y se entregaba a resolver sus problemas reales en aquel plano onírico. De pronto el ambiente empezaba a mezclarse con un fondo sin perspectiva alguna ni acorde con el contenido del sueño, entonces caían en cuenta del peligro latente; ¡Despertar!, ¡no!,¡No!... apretaba los párpados y en lugar de borrase aquella imagen de sábana y recámara, ambos, sueño y realidad, se transformaban en un negror desesperante, estaba despierto y en pleno dominio de su conciencia, aunque intentase visualizar la última escena de su pesadilla no podría volver a hacer rodar la película, quedaba estático el escenario, soltaba el recuerdo y regresaba la oscuridad; la sensación.
Sabía lo inútil que representaba seguir con los ojos cerrados, acudían nuevamente sus vacíos a atormentarle y halarle los párpados. El cuerpo le dolía por el entumecimiento y un mal sabor a jugo gástrico le subía desde la traquea hasta la boca, imaginaba el hediondo olor que saldría de sus labios si gritase, también presentía las enormes lagañas en la comisura de los ojos. Bañarse cepillarse, alimentarse un poco y lamer la calle infinita con sus pasos; era una buena salida. Pero la calle siempre exige un destino, para el que no estaba preparado. Quizá esos pasos presurosos querrían llevarle a muchos sitios pero en todos ellos lo esperaba uno de sus monstruos y si por el contrario topaba con la suerte de pasar un buen rato, ello le amargaría en un futuro inmediato; un momento agradable significaba dejar de atender alguno de sus espinosos conflictos, llamadores incansables de solución, pero ellas, flotaban inaccesibles.
Abrió los ojos, quizá sería la trigésima vez que lo hacía en las últimas veinticuatro horas, la habitación se le caía encima, el desorden documentaba su estado de ánimo, intentó estirarse y a la hacerlo sintió un dolor punzante en las horquetillas de los dedos en ambos pies, había incubado y desarrollado un voraz hongo al acostarse el viernes sin bañarse, supuso que ayudó mucho el hecho de caminar bajo la lluvia ese día y pisar innumerables charcos camino a su guarida. Levantó desganado la rodilla para oscultar la herida que seguro escondían los dedos en su revés, introdujo el dedo índice y la palpó, el dolor le dio una idea de lo grande que era, deslizó hacia la derecha el dedo y concluyo la medida; tendría no menos de un centímetro, la parte superior de los dedos estaba hinchada, quiso apretarlos como un puño pero el edema impedía el movimiento.
No tenía dinero, la enfermedad micótica se extendería hasta impedirle caminar, ¿Qué cosa?; sumábase a su inopia la imposibilidad de entregarse al vicio de sus pasos. ¿Qué tan lejos podía llegar sin plata y manqueando?. Ahora si quería salir, correr, resolver problemas vivido-existenciales. Se sentó en la cama y puso los pies en el piso, inmediatamente el polvo se adhirió a las heridas, el cuerpo se le estremeció porque sabía que eso empeoraría las cosas. Entornó las comisuras de los labios y un ahogo burbujeante le subió desde el pecho a los ojos, represándose, las lágrimas le nublaron la vista y soltó un quejumbroso e intermitente sonido semejante a un balbuceo. Dispuesto a derramar su dolor cerró el telón de los párpados para desahogar cristales de náusea, pero ya el quejido había desatado una cadena que seco el iris y no pudo llorar.
Levantó las piernas y se recostó de nuevo, esta vez no adoptó la posición lateral; los hombros le dolían y asumió la postura boca arriba con un pie cruzado sobre el otro y las manos sobre el pecho. Pensó que sólo le faltaba dejar de respirar para estar realmente muerto y así lo hizo. Después de los primeros quince segundos la cara empezó a calentársele y resentido respiro de nuevo porque la asfixia lo hacía sentir más vivo. Hizo un recuento autocompasivo de las cosas que había dejado de atender, el deber se lo comía a mordiscos y no podía hacer nada, sólo esperar que “Algo” sucediese, y ese chance parecía escondérsele en un temblor de esperas.
Toda reflexión era insuficiente para relajarle, la vida era una enemiga suya, los amigos simples testigos y la resignación una mujer hipócrita. Aún sin tener razón era éstas las verdades que nutrían su decadencia. “Qué importa si estoy en los rieles de la verdad?...Para uno, sólo existe lo que siente.” La mentira era lo que buscaba. Anhelaba gritar: ¡Soy Yo! ó ¡Soy Otro!. Pero nada... sólo era una viandita de opiniones a la deriva del ego de otros, no había filosofía ni fe ni doctrina que le rescatase, el mundo lo miraba con cierta idea “¡La Idea!, que bueno el mundo pues la tenía”. Él se llenó de preguntas, de luces y de amor a las palabras. En su cabeza rebotaba una voz; “¡Dios te mide en la medida que das!”, ¿Qué había dado? ¿Qué había hecho? ¿En qué ayudaba a los lombricientos? .¡nada!, ¡Nada!. El cielo es para los seguros y los que se convencen, él no estaba convencido de nada, lo único de cierto en su lacónica existencia era el vacío, la falta, la negación.
Gracias a una sobredosis de oxígeno pudo retomar el mohoso cansancio incisivo que le consumía, cerró por enésima vez los ojos y las imágenes volvieron al ruedo; un hombre desconocido amarraba la punta de una corbata con otra, para luego amarrar una tercera, se suponía que debía ser un mago realizando un número refrito, hasta que realizó su movimiento final lanzando las corbatas hacia arriba y enlazándolas a una viga. Entendió en el acto. Aquel desconocido se suicidaría frente a sus ojos paranoicos... “¡Nunca!” ; Él era el mayor galardonado para tal encomienda, ¡y aún no la realizaba!.
Despertó repentinamente extrañado de la debilidad última para ésta pesadilla; la más sencilla de todas, ¿Tenía corbatas? ¿se vestía de traje?. No lo sabía. Quedaba tallado en su memoria aquel gesto de decisión estoica, de trashumante locura, de conformismo necrófilo. “La vida, la vida es lógica”, “Yo soy una vista réproba”. Eso no tenía significado, el juicio es lógico, su masa estaba a la deriva de un vistazo, que no existía. El odio no le redimiría, ni le hundiría, estaba perdido y barroco dentro de una ubicación totalitaria.
Sintió un peso en la nuca y de la frente le emanaba un vaho frío, temblaba irradiando una fuerza sobrehumana que no podían controlar ni resistir los músculos, la habitación empezó a transfigurarse con el sueño. La actuación del mago suicida se cuajaba con el entorno a la inversa de los despertares que siempre lamentaba. Allí estaba el mago terminando el nudo y levantando en forma de cruz ambos brazos dando un giro de sesenta grados anunciando el instante crucial al público. “¡No me robes la gloria Malparido!” El mago le apuntó con el índice y le llamaba con el dedo, más no pudo mover un pie en dirección de ese bastardo. Lo vio subirse a un taburete de hierro e intuyó que no le dejaría ni unos segundos de espera mortal. El mago dio un salto y enseguida yacía desnucado frente a él.
Abrió los ojos, “Ese sucio” ¡Qué razones podía blandir para hacerlo tan naturalmente? “Yo que nada poseo, que en nada tengo asidero; no lo he hecho” respiraba con dificultad y abría la boca desesperado tratando de encontrar mas aire “Yo Soy el que Soy” Estruendo de voz que explotaba en su cabeza “Nadie viene al Padre sino a través del Hijo” Se estremecía, la habitación giraba endógena, un haz eléctrico le traspasaba la garganta, sentía la soga apretarse lentamente. El mago apareció de pronto en toda su longitud levitando a escasos y paralelos quince centímetros de su cuerpo. Reconoció en él la figura de su Padre, los ojos caritativos y encomiantes de su madre, la fraternidad de sus amigos. Guardaron un silencio impoluto por algunos segundos hasta que el mago cerró los ojos y desapareció.
“No hay a donde ir, sólo queda conformarse, vivir a la saga del designio divino” Su pecho reventaba convulsivo “Dios permite el Mal, porque de su Vacío, germina el Bien” La saliva se le espesaba “no soy, Yo no Soy” Galopaban velozmente sus dedos en el pulgar “Ojos que a la luz se abrieron... ¡Antonio! ...un día para después... ¡Oh! Poeta!... ciegos tornar a la tierra... ¡Antoooniooo!... hartos de mirar sin ver...”
“Las corbatas, las corbatas”, “¿Tengo corbatas? ¡Sí! Una vez guardé dos de un matrimonio conflictivo”. Se olvidó de sus hongos y reviso cada una de las tres gavetas donde guardaba su ropa interior, consiguió una, dos, tres; se sintió realizado... ¿Ahora?... “Colgarse, colgarse” No sabía por qué ni tenía una convicción del suicidio, era necesario, solo eso; sin argumentos ni tristezas universales ni remordimientos... sólo dormir, dormir neciamente sin esperar despertares. Brincó, y en un salto encontró la viga lineal a su cama, a pesar de su mala suerte la punta de la corbata rodeó el tubo y dio con su mano, ésta la prendió al instante. No pensó. Amarró el clásico nudo a su cuello. Vio la cama; le llamaba.
...Y de un salto despegó de las turbias aguas y levantó el tren de aterrizaje abrazando sus piernas con los brazos, dejó caer todo el peso de su enorme pereza en las primeras vértebras. Sintió que algo traqueaba, y antes de perder todo suspiro centelló en su cabeza la certeza de que por fin iba a dormir en paz.
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