Su mundo se esfumaba junto a las tardes de claveles y de rosas...


Con la lluvia, la tierra parecía haber bebido al cielo en pequeñas gotas de luto. Las lápidas dormían al arrullo de otro encuentro pobladas de pastos y de insectos, mientras alguna flor distante se ofrecía en homenaje; paralelo, el tiempo gestaba entre la sangre un espectro de estrellas superpuestas a la fe ante innumerables ojos muertos. Detrás, el mundo transcurría indemne a sacrificios, recorriendo las acequias de ilustres sembrados bajo el humus. Y el círculo volvía a cerrarse atando ojos extraños, invadido por una infinidad de manos ajenas, inmunes al calvario. Bajo esa brisa, las almas resurgían su belleza rondando los sepulcros, como una eterna piel de sueños cubriendo la existencia. Todo dormía a contraluz de oscuros pasadizos ramificados en huesos, junto a la pluralidad de esos instantes intercalados con la vida. A veces el aroma acompañaba alguna procesión labrando el epicentro de los cuerpos, otras, sólo pétalos rodeaban las imágenes inscriptas al nuevo territorio. Sin pensar me detuve ante el silencio de sus nombres, tallando las palabras con mis dedos desnudos e imperfectos, para perderme en otros senderos paralelos a más muertes.

Ana Cecilia.