Tal como a los habitantes de indeterminada nación, les agrupa una especie de sentimiento común, proveniente quizás de sus orígenes de población – cosmogonía – denominada identidad, a los mexicanos se les identifica en varias partes del mundo como alegres, parranderos y jugadores, características casi exclusivas que se comparte orgullosamente.
Dependiendo del contexto y las circunstancias, el mexicano puede ser no “flojo o haragán”, si cómodo práctico y funcional; como ejemplo mientras que muchos otros se esmeran en crear una cultura de aprovechamiento de recursos industriales y agrícolas con los animales de engorda, el mexicano se evita procesar el cuero para calzado, lo convierte en delicioso chicharrón.
Hay quienes hacen estudios dentro o fuera del país y logran completar una carrera universitaria que les proveerá de medianos ingresos y un alto status en la escala social y global, él mexicano “estudia” por correspondencia, en escuelas “patito” de a 3 X 100, o compra sus títulos falsificados, que le dan los mismos derechos y los mismos resultados.
Algunos planean su vida adulta, cuidándose de no buscar responsabilidades que consideren no poder cumplir a cierta edad, dejan lo mejor de la vida marital para después, el mexicano promedio, a los quince ya le hizo dos chilpayates a la hija de la madrina y si se puede a la madrina mismísima. Sus padres o los suegros lo consienten cobijándole en el hogar hasta siempre - sin que contribuya al gasto por supuesto-.
Si las mujeres de México viven con la idea de ser el personaje de cenicienta, en espera del príncipe azul que las libre de su martirizante encantamiento, los hombres tienen complejo de rey con trono alucinado y hembras varias, todas ellas “sus reinas”.
La valentía es un valor de lo que se precia, aunque no entienda de filosofía y sueños metafísicos, el mexicano está obligado a cantar aunque se resquebraje lo que lo sostiene, que no se diga que siente pánico, que se vuelva hombrecito sino ha sabido serlo. Total, también de dolor se canta, cuando llorar no se puede.
Como personaje de historias mínimas fantásticas o chistes siempre es el beneficiado, se le rinde culto a su inteligencia, a su haraganería y a sus destrezas. Es el que antes de competir ya ganó, el irreverente que se limpia las heces con los estandartes extranjeros, en fin es un héroe.
Hay ocasiones que sufre los padecimientos de la vida – desamor, traición, engaño, incomprensión – un profundo e inexplicable sentimiento se le descarga, no en el corazón, sino en el cerebro, le despierta entonces una sensación desgarradora que le induce al suicidio misma que se aviva y se aplaca con la ingestión inmoderada de alcohol. Borracho, sin desvelo que importe, traspasa las fronteras de su conciencia y supera el dolor de su espíritu, llorando y madreando, cogiendo y cantando, fumando y riendo.
La emancipación por sobre sus enemigos extraños que atentan contra su intimidad y valentía a veces arrogante, a veces resguardada, es cuando puede hacer gala de su habilidad para insultar, vociferar palabras soeces, deseando levantar ámpulas imaginarias, busca agredir verbalmente, así se apacigua y reconcentra en su esencia majestuosa de infinita introversión.
Existen los bien intencionados, pero les asalta la duda, ¿perderán su identidad cuando cambien, serán capaz de soportarla diferencia?. ¿No serán despreciados o crucificados como cristo?.... y si de todos modos Juan te llamas, pa’ que, si manos amigas, tradición que obliga. Todavía no es tiempo del empoderamiento mexicano, no ha vuelto nuestro profeta.
El mexicano personaje competente, pleno de estilos y maestro de un espíritu auténtico, estancado en el espacio ¿por su actitud o por su personalidad?
No bastan las palabras para nombrar todas las peculiaridades de la raza más chida del reino animal, parafraseando al poeta Alex Lora. Pensaba elaborar un extenso análisis que conduzca a interpretar y justificar nuestra mediocridad, pero “Para que lo hago si de todos modos me va salir mal” “Para mañana lo hago”...además, quien soy para hablar bien o mal de mis compatriotas; ps ahi se va . . . |