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		| Un día soleado de primavera, de esos en los que pareciera que las luces del Sol te impregnaran de recuerdos, observé jugando en el jardín a mi sobrinito, el pequeñito corría de un lado a otro dando  zarpazos (zarpacitos porque tiene las manos pequeñas) al aire. 
 -	¿Qué haces? ¿A qué juegas? –le dije.
 -	Permiso tío ya capture una, permiso.
 
 Observé su puño cerrado había cogido algo.
 
 -¿Qué tienes ahí?
 - Es una mosca.
 - ¡Aj!, ¿Para que la quieres?
 - Ya veras.
 
 Fue corriendo, se agachó a mirar con entusiasmo una de las paredes de barro por la que estaba cercada el vergel, se acomodó y lanzó a la pobrecilla hacia la pared clavándola (luego me pude percatar) en una hermosa telaraña elaborada en uno de los huequitos del muro. Me quedé parado y algo pasmado, viendo como ese pequeño ser humano sentado de cuclillas esperaba pacientemente a que saliera la araña, lo que finalmente ocurrió ante la mirada atenta y casi hipnotizada del niño, éste observó como la araña salió del hoyo mordió a la mosca dejándola aturdida y luego la jaló a su guarida.
 
 Tras esa  escena, digna de Dicovery Channel , el hombrecito volvió a correr y a dar zarpazos al aire, diciendo: “acabo de ver otra telaraña”.
 
 Yo me dirigí hacia la cocina a tomar una taza de café, cuando estaba apunto de dar el último paso antes de salir del jardín balbucí, algo que seguramente no oyó: “no juegues así, es feo”.
 
 
 
 
 
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Texto agregado el 16-11-2004, y leído por 296 
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