Al parecer, era nochevieja, me sentía alegre y entusiasmado. Sentados en la mesa, esperábamos el toque de gracia, característico de esta fiesta. Empezaban las campanadas, me quedé absorto mirando las caras animadas de toda la familia. Notaba que mi cuerpo maniobraba solo y observé que la imagen se disipaba poco a poco, hasta llegar a un completo negro, en el que parecías flotar.
Logré recuperar el control en mi cuerpo, empero, seguía en aquella soledad. Me atreví a caminar un poco y enceguecedoramente todo se convirtió en un intenso blanco y a lo lejos, vagamente, divisé una puerta. Corría y corría, pero no llegaba, hasta que exhausto tuve que desistir. Desesperado me senté y esperé, mientras, sin darme cuenta, se acercaba un viejo. Se posó delante mío. Su aspecto era desolador, infinitas arrugas poblaban su cara, su nariz era achatada y además era ciego. Vestía unas ropas sucias y malolientes, que inspiraban lástima.
- Elige- su voz era fúnebre y siniestra.
Y dos puertas aparecieron a dos metros.
- Una de ellas te llevará a tu vida normal,la otra, es un misterio incluso para mí.
Eso me dió a que pensar y por fin logré levantarme y de un salto crucé la puerta derecha. Caía y caía a ttoda velocidad. Descendía entre dos precipicios y el aire imposibilitaba mi mirada hacia abajo. De pronto un silencio abrumador se cernió sobre la tierra y una luz azul iluminó un viejo camino, inundado de matorrales. Mis fuerzas respondían negativamente, obligándome a tomar un respiro, entonces una voz cavernosa resonó en el cielo:
- Sigue, no tengas miedo, no puedes parar.
No entendía nada de lo que pasaba, sin embargo seguí corriendo, llegando al fin a un gigantesco abismo del que surgían unas voces, eran las de mi familia. A la derecha continuaba el camino, rendido y a la vez esperanzado, me dejé caer al vacío, condenándome eternamente a descender, simplemente acompañado de la soledad, mis duros pensamientos y los recuerdos, queriendo morirme, pero sin poder.
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